domingo, 17 de abril de 2016

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 66

Cuántas veces he deseado perder la memoria, no acordarme de nada ni de nadie,

arrancarme del recuerdo las lágrimas, las penas, los dolores, los dolores morales y los

físicos, que no sé cuáles son peores, y que a ambos los he padecido con creces.

Pero inútil empeño, no se puede borrar el pasado, no se puede ni siquiera olvidar el

pasado, y mi pasado no tiene una sola circunstancia por la que pueda encender

fuegos artificiales para celebrarlo. Ni aun aquellos años en que yo creí que era feliz,

cuando era una niña y mi mamá me peinaba por las noches antes de acostarme.

Pero estos últimos años yo los he vivido esperándote, esperándote siempre, noche

por noche, en la misma puerta de mi casa, y me parece que yo era otra vez aquella

muchachita que esperaba a Tony, hace más de diez años, antes de imaginarme

que el amor podía ser lo más horrible o lo más hermoso de la vida. Es que yo me

imaginaba que podías existir, que yo podía encontrarte, y esa sensación metida tan

dentro de mí se mantuvo, a pesar de tantos sinsabores y tantos desengaños, hasta

que apareciste, aquella noche a la salida de la escuela. Ya ves, cuando ya no

estaba tan segura de encontrarte. Pero te encontré. Te encontré y me enamoré de

ti, Basilio, me enamoré de ti como la muchachita que se había enamorado de Tony,

pero también como la mujer que ahora soy, como la madre que siempre seré y

cómo no, como la hembra urgida de cariño y de pasión, y esa esperanza que tú

alimentaste, con alzas y bajas, se mantuvo hasta hoy, luchando contra el mal sabor

de boca que me dejaron otros amores anteriores. Todo el tiempo anterior a ti

pertenece a la nostalgia. Cuando tú no existías yo me iba a la playa por las tardes al

salir del trabajo, y en la playa me sentaba en un tronco cerca de las cabañitas

donde había estado con René, pero no dejaba que nadie se acercara a mí. Y así

me pasaba las horas en éxtasis hasta que oscurecía y me quedaba sola rodeada de

sombras y recuerdos, pero también de ilusiones. La vida se me complicó y me

convertí en una autómata que iba al trabajo y a la escuela por costumbre, casi sin

saber lo que hacía, lo que veía, lo que oía, y cansada todo el tiempo con muy

pocos momentos de sonrisas y alegrías, con Plácido sobre todo, que me ayudó

bastante a salir del marasmo. Pero Plácido fue mi amigo y lo que yo necesitaba no

era un amigo. Entonces apareciste tú y mi vida cambió, no sé si para bien o para

mal, porque no tuve tiempo ni para idealizarte, te conocí, te acepté, me enamoré

como una tonta, te deseé como una gata ruina, asumí tu situación civil y tus

problemas, y hasta tus defectos los encontré pasables, especialmente ese complejo

de superioridad que no puedes disimular en ninguna ocasión. En fin, que lo que me

diste fue mucho más que lo que me quitaste, por eso contigo fui feliz, sabiendo que

nunca te dedicarías a mí sólamente, pero el amor es así, y cuando a una mujer le

gusta un hombre no hay situación que valga, ni fuerza, ni dificultad, ni impedimenta.

Mi entrega fue total, la tuya bastante que me costó que lo fuera o casi, y el

resultado de esa entrega total es que me he puesto en este estado lamentable en

el que estoy, porque el amor a veces mata, querido mío, y el nuestro es demasiado

fiero para que los dos salgamos de él ilesos, y como yo soy la más débil ya no tengo

dudas de que seré yo la víctima de tanto erotismo sin freno. Pero no me importa

nada ya. Recordar lo que pasamos juntos me basta para curar todos los males que

el amor pudiera haberme generado, las veces que corriste conmigo para el cuerpo

de guardia cuando me desvanecía entre tus brazos ahogada por el asma, las citas

en la Plaza de Dolores a la salida de la escuela, los infinitos cafés que nos

tomábamos en La Isabelica, nuestras escapadas al cine, al teatro aquella noche

con Bertica, al parque, a casa de Zenaida cada vez que a mí me caía un gorrión,

porque tú me decías que Zenaida quitaba los pesares nada más que con su cara,

las discusiones con Charito y su novio militar, que en definitivas ganó él, como era de

esperar, tus apariciones sorpresivas y tus desapariciones imperdonables, aquellos

amaneceres en el patio de mi casa, tomándonos hasta el último buchito de café y

fumando del mismo cigarro, y ese viaje que hicimos a Las Tunas, a ese lugar que me

deslumbró por su naturaleza salvaje domada por el hombre, y donde me enseñaste

que si en Cuba nevara tal vez yo estaría bajo tierra y tú no me hubieras conocido,

por mis disparates incontrolables, como me dijiste cuando mirábamos caer la lluvia

desde la ventana de nuestra cabañita, ¿te acuerdas?, y yo deseando que en lugar

de lluvia fuera nieve, tonta que era y soy y seré hasta que me muera, pues eso no se

quita ni con mil rezos a Santa Clotilde, y las veces que nos encontrábamos con mis

amigos que no te caían bien o con los tuyos que sin embargo no me molestaban.

Me siento como la protagonista del poema de Campoamor que a tu madre le

gustaba y que tu padre consideraba cursi, me rebelo a morir, pero es preciso, / el

triste vive y el dichoso muere. / Cuando quise morir, Dios no lo quiso, / hoy, que

quiero vivir, Dios no lo quiere. Cómo se nos ha ido el tiempo. Ah. En fin, querido mío,

para qué recordar. Tú mismo me lo enseñaste, que el pasado no se puede borrar,

pero tampoco se puede repetir. Y yo me  pregunto si saldré airosa de esta crisis, si

podré recuperarme, si lograré ser otra vez la que tú conociste aquella noche a la

salida de la escuela. Quizás el amor nos haya sorprendido demasiado tarde. Tengo

miedo de no poder realizar ninguno de mis sueños. Sí, tengo mucho miedo, a pesar

de que tú me dices, me repites que no sea tonta, que claro que podré recuperarme,

ser la misma, realizar mis sueños, pero pienso que me engañas, que mis sueños se

ahogan en esta realidad que no tiene marcha atrás. Como dice ese autor

americano del libro que me regalaste aquella vez por uno de mis cumpleaños: amor

y dolor son una sola cosa y el valor del amor es la suma que se paga por él y cada

vez que se consigue barato uno se está engañando, pero yo no lo conseguí barato,

sino demasiado caro, y eso no te lo dije cuando te despediste por tu viaje a Europa,

que no sabías cuándo regresarías, y yo pensé que quizás no querías regresar

creyendo que yo me iría de Cuba y tú te quedarías aquí de un plumazo. Ay,

querido. Los días pasaban y yo hacía un esfuerzo para rescatar la última esperanza,

con ayuda de Plácido, que viene a verme casi a diario para contagiarme con su

risa, y cuando se va no se entera de que la risa se convierte en lágrimas de dolor, de

impotencia y de rabia ante una situación que yo no puedo resolver. Luego la

soledad se encarga de machacarme con que lo que queda de mí son recuerdos.

Nada más que recuerdos. Recuerdos que trato de apartar inútilmente, reducida a

un cuerpo poco móvil, en esta cama blanca de este hospital blanco rodeada de

enfermeras y médicos vestidos de blanco, donde estoy ingresada desde hace no sé

cuánto tiempo...

(finalizará la semana próxima)

Augusto Lázaro


www.facebook.com/augusto.delatorrecasas

No hay comentarios:

Publicar un comentario