domingo, 20 de marzo de 2016

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 62

Me puse una pitusa vieja, un pulóver desteñido, un par de tennis remendados, y a la

calle. Ya no aguantaba más. El Económico llamó a Aleida y ésta me avisó por el

muro de que mi jefe preguntaba por qué no iba al trabajo. No le dije nada. Ya iré, si

vuelve a llamar se lo dices, que ya iré. Xiomara y Carmita se aparecieron en mi casa,

preocupadas por mi ausencia de la escuela. No sé ni cómo les abrí. Basilio de viaje

por las provincias occidentales, y yo en plan de cuarentena, desayunando soledad,

almorzando silencio y cenando recuerdos. Y llorando, cada vez que me acordaba

de Mayra. Sin noticias de Miguelito ni de mis padres desde hacía más de un mes.

Sólo me quedaba la casa de Marina como último puerto en el que carenar porque

le había pedido a Aurelia que no me llevara a Bertica hasta nuevo aviso. Ojos

hinchados, flaca como un güin, ahogándome con la maldita asma que no me

daba tregua. Encantadora. Tendría que llamarme a contar para regresar al

trabajo y a la escuela, pero en esas condiciones ni pensarlo. Por eso, a la calle, y en

la calle, a la casa de Marina. Me di cuenta de que cada vez que me sentía

aplastada mi itinerario terminaba en la casa de Marina. Una amiga que nunca me

falló, por muy insoportable que yo fuera... Me encontré a Marina recostada en su

cama, como la última vez que la había visto, mirando a los celajes, como si estuviera

hipnotizada. Su cara me recordó las caras de las acabandas, ojerosa, apagada,

triste. ¿Qué se habrían hecho esas niñas?, se me ocurrió pensar, porque desde

mucho antes de la muerte de Mayra no sabía nada de ellas y Basilio, que las

conocía bien según me confesó una vez, las tenía como parte del paisaje urbano,

son imprescindibles, me decía, es como si formaran parte del folclor de la ciudad, y

no me mires así, que en todos los paisajes siempre ha habido putas, acuérdate, es el

oficio más antiguo de la humanidad. Marina tenía el pelo revuelto. Comenzó a

mirarme mientras se lo tocaba y se lo alborotaba más. Una mata de pelo, como el

de Charito. Otra vez pensé en Mayra, en Miguelito, en mis padres, en Bertica. Me

sentía confundida, sin ánimo para abrir la boca. Entonces Marina empezó a

hablarme, a mí o a la nada, porque a veces me daba la imagen de una mujer que

se creía sola en todo el mundo, en aquel dormitorio, envuelta en los recuerdos de su

familia y del pasado que protagonizaban su ida desde aquella noche de la huida

en pleno mar. Yo pensaba que tú te habías ido, porque nosotros ya nos vamos de

un momento a otro, ya lo tengo todo recogido, nada más que nos llevamos lo

imprescindible, ¿para qué mas, verdad?, si allá vamos a tener de todo en

abundancia, como dice Esteban, además, ¿para qué llevarnos todas estas

porquerías?, todos estos recuerdos de lo que nos ha sucedido en los últimos quince

años, ¡ay!, pero gracias a Dios que nos vamos por fin, nos vamos todos, ya van a

soltar a Esteban en estos días, ¿sabes?, pero bueno, y tú, ¿cuándo tú te vas?, si

pudiéramos irnos juntos, todos juntos, ¿eh?, todos, tu y tu hija, todos, Mayra, mis

hijos, los padres de Esteban, yo, ah, sería maravilloso, eh, sí, sería maravilloso, muy

bueno, que pudiéramos irnos todos juntos, mira, ya lo tengo todo recogido, unas

boberías nada más, recuerdos de la familia, ¿comprendes?, para qué más, eh,

sí, sería muy bueno, allá no nos va a faltar nada, ahora estamos esperando que

nos llegue el telegrama, eso es lo único que nos falta, estamos esperando que

venga Esteban, que nos avisen, que vengan a buscarnos y adiós país de mierda,

ja ja ja, yo lo único que hago es dormir y esperar, lo que he estado haciendo ya

desde hace tantos años, dormir y esperar, mis hijos ya están preparados, todos

están preparados, hay que verlos, si tú vieras lo contentos que están todos, sí, los

cinco, los cinco están la mar de contentos, porque al fin nos vamos todos, hasta

Charito está contenta, ¿la has visto últimamente?, ¿no has notado el cambio? si

hasta se lleva bien con Mayra, la pobre, que estaba enferma me dijeron, pero en

fin, ojalá pueda irse con nosotros ella también, y tú, ¿por qué no te vas con

nosotros?, a ver, acércate para verte bien la cara, sí, sigues tan bonita como

siempre, sí, tú eres, sí, como siempre, pues ya lo sabes, hija, que nos vamos todos

pronto, gracias a Dios que al fin nos escuchó, al fin nos largamos de este país de

mierda, aaahhh, pero oye, ven acá, ¿sabes una cosa? bueno, prométeme que

no se lo vas a decir a nadie, ni a tu madre, ¿me oíste?, a nadie, a nadie, no, ni a

los muchachos, porque ellos no saben nada y pueden asustarse, pero a ti sí te lo

puedo decir, porque ya tú eres una mujer hecha y derecha, una mujer madura, y

yo sé que no se lo vas a decir a nadie, pues oye esto: ¿sabes lo que pienso hacer?,

ah, no, claro que no lo sabes, ¿cómo ibas a saberlo?, si eso no lo sabe nadie, no

puedes ni siquiera imaginártelo, pues oye esto: pienso darle candela a esta maldita

casa, sí, darle candela, quemarla, destruirla, cuando nos vayamos, para que esta

gentuza no se pueda coger ni los clavos, ja ja ja, mira, nos vamos a parar ahí en

la esquina de Quinta para ver cómo se quema el caserón, qué show, el caserón en

llamas, qué espectáculo, ah, yo te aviso, no te preocupes, que esto no te lo vas a

perder, ¿te imaginas?, el caserón envuelto en llamas y nosotros ahí en la esquina

riéndonos, divirtiéndonos, burlándonos de esta gentuza que tanto nos ha hecho

sufrir, qué cara van a poner estos pendejos hijos de puta que se estaban haciendo

el cráneo con la casona, porque van a coger mierda, mierda y nada más que

mierda... y Marina se reía, retorciéndose en su cama, halándose los pelos con

desesperación, como si estuviera amarrada y le hicieran cosquillas en la planta de

los pies... Me fui de aquella casa descorazonada. Ya no tenía nada que hacer

allí. La familia presionada, obligada, destruida como tantas familias, que iba a

salir del país con un destino que sólo Dios sabía lo que les deparaba. Y menos mal

que Marina podía salir con toda su familia, porque yo conocía a mucha gente que

había tenido que dispersarse, mi propio caso era un ejemplo. Unos aquí, otros allá,

o regados por el mundo, muchas veces sin saber unos de otros, familias partidas,

destrozadas, itinerantes, cada día incrementando ese infierno que es el exilio, según

me cuentan los que han vivido esa experiencia. El exilio, palabra que aprendí a

repetir con Basilio, que la mencionaba con cierta añoranza, tú no te imaginas lo

que se siente cuando se está fuera de Cuba, es una sensación que no puede

explicarse, algo así como si te estuvieran arrancando algún órgano vital dentro

del cuerpo, como si estuvieras sofocado y te costara trabajo respirar. Estaba tan

aturdida que no sé lo que hice cuando salí de casa de Marina. No sé cómo pude

sostenerme en pie en la calle, cómo pude caminar, porque apenas veía un

resplandor delante de mis ojos. Siluetas, formas, luces, sentía una tonelada de

acero sobre mi cabeza y un dolor en la boca del estómago que poco faltó para

que me doblara en plena calle. Ni siquiera sabía por dónde caminaba, hasta que

no pude más y me tiré en un quicio de una acera en una esquina que no puedo

recordar. Y allí debo haber estado un largo tiempo conteniendo los deseos de

llorar, de gritar, de darme golpes contra el suelo. Y no recuerdo más... Me despertó

una palmadita que me dio Aleida en la mejilla. Me incorporé enseguida y vi que

estaba acostada en mi cama y que Aleida y Juan y una vecina que nunca había

entrado en mi casa me miraban, parados delante de mi cama. Después supe que

esa vecina me había traído, a remolque, porque yo estaba casi inconsciente. ¿Qué

te pasó, muchacha? Eulalia nos dijo que te había dado un desmayo, cerca del

Lido. No sé, Aleida, no sé qué me pasó, no me acuerdo de nada, debe ser que

hacía mucho tiempo que no comía nada y me dieron fatigas. Cuando los tres se

fueron me di cuenta de que era domingo. No supe exactamente cuánto tiempo

dormí. Basilio no había regresado, me hubiera dejado un recado con Aleida.

Entonces pensé en Bertica y en Aurelia, en ir a verlas enseguida, pero cuando traté

de levantarme me dieron deseos de vomitar. En eso llegó Aleida con un plato en

las manos. Tómate esta sopa, te encuentro muy débil y estás pálida, ¿te sientes

mal? No... sí, un poco, un poco, tengo mareos, es que como te dije, llevo mucho

tiempo sin probar alimentos, gracias, Aleida, eres una gran amiga. Ah, qué gracias

de qué, tómate la sopa y descansa un rato más, si quieres, mañana te acompaño

a la policlínica. Le dije que sí, que como ella quisiera, pero insistí en que la debilidad

se debía a la falta de alimentos en mi organismo, que no se preocupara, que no era

una nueva crisis depresiva ni nada que se le pareciera, pero no le hablé de mi visita

a la casa de Marina. Aleida se fue, después de mirarme con cara de no creer lo que

yo le decía. No le pregunté por Basilio, aunque no tenía sentido preguntarle. Me

tomé la sopa y un vaso de leche con dos aspirinas y me tiré en la cama. En menos

de un minuto me quedé dormida...

(continuará)

Augusto Lázaro



www,facebook.com/augusto.delatorrecasas

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