domingo, 7 de febrero de 2016

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 55

Esstoy conversando con dos compañeras de la escuela a la salida cuando tú pasas.

Aquel es Basilio, vamos a decirle que nos lleve, dice Xiomara, parece que regresó

de su viaje a España. Corremos hasta tu automóvil, que está detenido en la esquina

de Carnicería, pero en medio de la calle me entra la calambrina y me paro de un

golpe. ¿Qué te pasa, Tania? Vamos, que te van a aplastar como a una cucaracha,

y Xiomara me hala por un brazo, pero ¿cómo voy a meterme en tu automóvil si no

te conozco? Con Basilio no hay problemas, niña, vamos, yo te presento y tú verás,

y así y asá, no seas tan sanaca. Después de los saludos, a mí con la mano y a ellas

con besos y apretones, arrancas y nos llevas hasta Ferreiro de un tirón. Qué suerte

que te vimos, Basi, a ver, cuéntanos, ¿cuándo llegaste?, anda. Mientras tú le cuentas

a Xiomara y a Carmita, yo me quedo en éxtasis, como atontada por un sedante

fuerte. No veo en ti nada que me llame la atención, aunque tú me miras varias

veces por el retrovisor. Cuando nos bajamos las tres en la rotonda, las muchachitas

se ponen a jaranear conmigo, échale, Tania, te salvaste, ya viste cómo te miraba,

échale, ya tienes pupú para ir a la escuela, y que el hombre no está para dejarlo

pasar. Me sonrío. Qué bobas son ustedes. Después me informan de que tú eres

casado y que nunca te ven con tu esposa y que aquí y que allá, y me voy para mi

casa sin darle importancia al encuentro casual ni a las jaranas. En una palabra, me

olvido de ti. La noche siguiente, cuando suena el timbre de salda, Xiomara se me

acerca con una sonrisa de pícara y me suelta ¿sabes quién está allá abajo?, y por

supuesto, el que está allá abajo eres tú. Pero lo que no puedo imaginarme es que

tú estás esperándome, precisamente a mí. Por eso me quedo sin saber qué hacer

cuando bajo y te veo en la puerta y enseguida te acercas y me dices a rajatabla

que si voy para mi casa me puedes llevar, porque tú vivies en Vista Alegre y tienes

que pasar por Ferreiro obligatoriamente. Vamos. Me coges de improviso, y como

estoy cansada y aturdida acepto. Te juro que no sé cómo me atrevo. Pones el auto

en marcha y me doy cuenta de que vamos solos y yo en el asiento delantero junto

a ti, corriendo Aguilera arriba. ¿Y las muchachitas?, te pregunto, nerviosa. Y me dices

la primera mentira: se quedaron estudiando, en la biblioteca de la escuela, me

dijeron que no las esperara, y en ese momento me doy cuenta de que es raro que

no me dijeran nada, y además, que la biblioteca cierra a las once cuando cierra la

escuela. Mira si eres pillo. Todavía estoy reaccionando a tus embustes cuando giras

en la Plaza de Marte para coger Garzón y seguir hasta Ferreiro. Me pareces un tipo

decente, pero eso sí, atrevido, porque cuando llegamos a la rotonda detienes el

auto y me dices todavía no son las once, ¿estás muy apurada? Bueno, tengo que

levantarme temprano, te digo, ¿por qué me lo preguntas? ¿Y por qué tienes que

levantarte tan temprano? Yo no dije tan, dije que tengo que levantarme temprano.

¿Pero por qué? Eeeeeh, pues porque yo trabajo, preguntón, y porque tengo mil

cosas que hacer, ¿qué tú te crees? No no no, yo no me creo nada. Me dices que tú

no sabías que yo trabajaba, otra mentira, porque seguro que Xiomara te dijo varias

cosas sobre mí y entre ellas eso. Entonces me dices que habías pensado que como

no era demasiado tarde podíamos entrar al LIDO un rato, para tomarnos un par de

jaiboles y conversar un poquito, dices. Todo un profesional. Pero yo de verdad que

estoy cansada y te digo que no, que otro día, sin imaginarme que me vas a tomar

la palabra, porque tú eres así. Está bien, mañana entonces. No te digo nada. Me

sonrío, nos despedimos como dos casiamigos y a dormir. Pero esta noche sí pienso

en ti, y bastante. Al otro día se lo cuento a Nancy y ella me hace un guiño, pues

nada, muchacha, si el hombre te gusta, échatelo, que la vida es corta. Qué Nancy.

Pues esta noche es jueves, la ultima de clases en la semana, y tú me vas a recoger

y ahora sí entramos en el LIDO, nos tomamos más de dos jaiboles, conversamos no

un poquito, sino un muchito, y hasta bailamos un par de piezas con la música

horrible de una victrola del bar. Y al fin la primera verdad: sí, soy casado, que a mí

no me gusta andarme con mentiras. So caradura. Pero me pintas el mismo cuadro

que le pintan los hombres casados a las mujeres que quieren conquistar: mi mujer es

muy buena, es buenísima, no puedo decir otra cosa, pero siempre está de mal

humor, se le ha agriado el carácter desde que perdió a su madre y me hace la vida

insoportable. Te callas un momento, esperando mi reacción, y como ya estoy lista y

consagrada en el arte de la impostura femenina, pongo cara de inmaculada Sor

Sagrario, presta a oír lo que ya sé que me vas a decir enseguida. Y me lo dices: ya

hace tiempo que nuestras relaciones son mera fórmula, nada de sexo ni de ninguna

intimidad. Ja. Te cogí, bandido, pero te sigo la corriente, a ver en qué para esto.

Me gusta oírte, dices las mentiras con una seguridad que si me empujan un poquito

me las creo, y aquí contigo me olvido de todos los problemas reales o imaginarios

que todavía tengo. Y ya de madrugada, cuando van a cerrar este club de tercera,

escuchamos una cancioncilla suave que sale de la Motorola, que a esta hora me

suena a música celeste... es el viento que te habla / y acaricia tu corazón, / es el

viento que te besa, / es el viento que soy yo...

(continuará)

Augusto Lázaro


www.facebook.com/augusto.delatorrecasas

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