domingo, 17 de enero de 2016

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 52

No tengo ningún embullo para los carnavales, pero qué carajo, me voy para la

Trocha, bien temprano, con el sol todavía afuera, y sola, que ningún pegote se me

arrime, porque lo mando a la mierda sin darle chance a reaccionar, me voy así

mismo, ni siquiera estoy vestida con ropa apropiada para los carnavales, pero total,

a mí qué carajo me importa, a mí no me importa nada ya... Metida en la Trocha

me pongo a deambular de un lado a otro, como una barca que se va al garete,

como lo que soy yo, sudando, tropezando con la gente, buscando no sé qué coño,

porque no sé qué coño es lo que busco, ni siquiera sé qué hago yo aquí ni por qué

vine, porque lo menos que tengo es ganas de divertirme ni cosa que se le parezca,

ah, y que me molesta el gentío, me aturde la bulla, se me pega en la cara y en los

brazos la espuma de la cerveza, pero sigo aquí, porque quizás sea esto lo que esté

buscando, perderme entre el gentío, la bulla, el tropelaje, y no acordarme ni del

nomre que tengo, pero para eso tengo que echarme en el gaznate unas cuantas

cervezas y no traje dinero, a ver si me distraigo un poco, que mi vida se ha vuelto a

enredar otra vez y no puedo convertirla de nuevo en un drama lacrimógeno, pero

en fin, que a ver cómo me agencio de un par de frías sin un centavo encima, sin el

monedero que no me acuerdo dónde lo dejé, y en él están las llaves, así que como

no tengo llave tendré que pedirle a Aleida que me deje brincar por el muro, qué

show en plena madrugada, no tengo parangón, verdad que como yo ni Calamity

Jane... Camino y camino y el tiempo se me va en seco, tropiezo, me pisan, me rozan

y me empujan y me todo, me tocan, me cepillan, me zarandean, coño, la conga, y

yo tengo que hacer lo mismo para entrar en el juego y que el relajo sea con orden,

que aquí todo el mundo toquetea a todo el mundo y nada, es carnaval, la gente se

besa, se manosea, se emborracha, vomita en la calle, mea dondequiera, y al final a

dormir la mona hasta mañana, que en carnavales todo vale... Quiero cerveza, bien

fría, que me corte los labios, con trocitos de hielo flotando y el vaso perga sudando,

pero claro que no voy a pedírsela a ningún desconocido para que se crea que yo

soy la putica de estreno, no señor, que estos cabroncetes no vayan a creerse que

estoy buscando un ligue, no, tengo que pensar a ver qué se me ocurre, Tania, ¡ay!,

¿dónde diablos tienes la cabeza?, ni dinero ni llaves ni nada, en el limbo, Aleida se

va a convencer de que yo no tengo remedio, al siquiátrico de cabeza, de verdad,

la jodedera en grande, como dice la canción, bueno, al carajo, que no vine aquí

para ponerme a hacer análisis sicológicos de mi personalidad ni un carajo la vela,

porque seguro que no soy la única muchacha que está aquí sola, aunque no veo a

ninguna, no, los carnavales son de grupos, nadie viene aquí solo, a no ser esos tipos

que vienen a ligar, pero nadie más, y muchachas como yo menos, ¿a qué?, ¿a

comer mierda?, y ya ni los sapos ni los maqueros vienen solos, se juntan y forman las

cuadrillas de sapos y de maqueros a ver qué pueden sacar, pero yo, a desencerrar

problemas, a sacarlos al aire de la noche a ver si empluman y me dejan tranquila, y

a cuidarme, y si quiero a ligar yo también, ¿por qué no?, porque lo más fácil de los

carnavales es empatarse con alguien, que eso sí siempre aparece, lo que pasa es

que yo no estoy para eso ahora, y ni hablar de los tarros, no, ¡ay!, que aquí se los

pegan al más pinto, o a la más pinta, encuentros y desencuentros, ligues y fueras,

días de aventuras cortas, de bicarbonato, de desbarajustes, ¿quién no tira su

canita al aire en carnaval? Bueno, voy a salir del medio de esta masa que ya me

está poniendo furiosa con tanta pegajera, esto no es para asmáticos, no, aquí

cualquiera se cae en plena calle, voy a buscar un lugarcito menos denso, si lo hay,

y... hay algo... me  parece que... sí, oigo una voz que yo conozco, pero no veo a

nadie conocido cerca, una voz ronca, sí, la oigo clarita, pero ¿de dónde sale? no

veo nada, hay demasiada gente, nada más que intentar caminar unos pasos y ya

me apretujan, esto es un descoque, la gente viene aquí a sudar y a perder peso, no

sé qué carajo hacemos los flacos en este gerbeteo, yo cuando logre salir de aquí

voy a pesar diez libras menos, ah... otra vez la voz... ¿dónde está el dueño de esa

voz? Es que me llega hasta la misma médula, ¿de dónde la conozco?, ¿dónde la

he oído?, Dios mío, ¿dónde? Ah... ya me acuerdo... esa voz es... ahora todos los

ruidos la han apagado, sólo veo rostros y bocas abiertas, dientes al aire, cabezas

con gorritos, manos con vasos perga con cerveza, luces, cuerpos que se estrujan

unos a otros,  que bailan al compás de las orquestas más cercanas, casi no se

puede distinguir a nadie, a nadie, a... la voz, ahora cerca, muy cerca, coño, si está

aquí mismo, doy vueltas y más vueltas, me voy a marear, letreros, serpentinas,

disfraces, pitusas, tennis, vasijas con hielo, cerveza, mucha cerveza, ese es el plato

fuerte de los carnavales, sin ellas esto no sirve, y a veces se acaban después de la

medionoche, porque la gente se las echa al pico como si fuera agua, y a las dos

de la madrugada no hay quien se dispare ese olorcito a revientacaballos o también

a sietepotencias, el sudor ligado con los orines, ah, y las carrozas y las comparsas no

pasan por aquí, hay que ir a verlas a la Alameda, pero ¿quién llega hasta allá?, y en

ese desfile de mamarrachos pasa una cada media hora y si no estás con alguien

para entretenerte entre una y otra te cae el desespero... esa voz otra vez, pero

coño, si la tengo aquí mismo, ya sé de dónde, aquí mismo, casi rozándome, ¡ay!,

¿estaré soñando? pero qué tonta soy, claro que me acuerdo, esa voz es de...

vamos, Tania, búscalo, rápido, antes de que salga de tu vida otra vez, busca al

dueño de esa voz inolvidable que ha aparecido por milagro, es tuya, no la dejes

escapar, no te quedes ahí parada como una simplona... cerré los ojos y los apreté

muy fuerte, sacudiendo la cabeza, cuando los abrí, el dueño de la voz era un

hombre que estaba de espaldas junto a mí, con una camisa muy guarapeteada y

una pachanguita en la cabeza y en la mano un vaso grande, conversando con

otros hombres en el corazón del carnaval. La primera noche de carnaval. Pero no

pude contenerme y toqué al hombre por un brazo. Se volvió, se me quedó mirando

con curiosidad y me paralicé. Aquel hombre tenía toda la cara agujereada, como si

le hubieran clavado cien punzones, pero se reía, y su sonrisa era muy dulce. Cuando

se me acercó vi sus ojos serenos, como un mar que no tuviera olas. Y vi sus dientes

blancos y parejos, como los de Mayra. Y observé otra vez su cara, a pesar de las

marcas se veía plácida, tranquila. Vencí mi neviosismo y mi estupefaccción, porque

el hombre sólamente me miraba, y miraba a sus amigos como diciéndoles quién

es esta loca, sin pronunciar palabra. Entonces le dije tú eres... tú eres el hombfre que

estaba en el hospital, ¿recuerdas? Me tomó por los hombros y me dijo, ah, sí, y tú

eres aquella muchacha que... Nos abrazamos y nos apretamos como si fuéramos

dos viejos amigos que hace tiempo no se ven... Tania, Tania, repetía mi nombre

cuando se lo dije, no sé si con alegría o con nostalgia. Se despidió de sus amigos y

comenzamos a desandar la Trocha con rumbo a la Alameda. Y esa primera noche

de carnaval yo y ese hombre, el hombre vendado ya sin vendas, un recién

conocido del que apenas sabía lo que él me había contado allá en el hospital, la

pasamos juntos, recorriendo los puntos neurálgicos del carnaval, atracándonos de

cajitas con chivo en fricasé con yuca y congrís, bebiendo cervezas a granel, vaso

tras vaso, bailando, abrazados y apretujados entre las parejas que tropezaban las

unas con las otras en la algarabía callejera y derramaban su sudor que se unía a

las salpicas de cerveza y al orín escurrido desde las casetas donde todo el mundo

evacuaba sus vejigas para volverlas a llenar enseguida, y a veces hasta sus

intestinos, mientras yo y mi nuevo amigo nos alegrábamos de pasar la noche juntos,

de divertirnos como dos seres normales, hasta que comenzó a amanecer cuando ya

sólo quedaban los restos de la noche dejados en aceras, calles, casetas, quioscos,

portales, en todos los lugares donde la gente se había divertido hasta la saciedad...

Comenzó a hacerse claro en un banquito, en la Alameda, donde yo y él nos

recostamos, agotados de tanto trajín durante casi doce horas, y donde él me contó

un gran trozo de su vida y me dijo que estaba condenado desde aquel accidente,

pero que tenía que seguir viviendo sin quejarse inútilmente, y que no se iba a suicidar

por eso. Me quedé como en éxtasis con su revelación. Sentí lástima, pero sólo por un

momento, porque el hombre minimizaba su tragedia, se reía de sí mismo y de su

situación, y me hacía reír con una mezcla de alegría y tristeza. Coño, me dije, otra

vez el destino jugándome sucio, amigos nada más como yo y Plácido, ¡ay!, pero por

razones muy distintas... Le conté mi vida, mis problemas, mi situación, él estaba peor

y sin embargo sonreía, bailaba, se divertía, contaba chistes, mientras yo me había

pasado casi toda mi vida sufriendo, llorando, lamentando mi suerte, maldiciendo mi

destino, y todo inútilmente. Quién lo creería, tragedias en pleno carnaval. Y cuántas

más habrían que no conoceríamos en esa fiesta grande que llamaba a todo el

mundo sin discriminar a nadie y donde todo el mundo se mezclaba sin distinción

de ningún tipo. Vamos, Tania, alegra esa cara, que la vida puede ser hermosa

todavía. Sí, la vida puede y debe ser hermosa todavía, por eso, a partir del día

siguiente, que ya era ese otro día, desde ese banco en la Alameda, mirando el mar

que todavía no reflejaba en sus olas los primeros rayos del sol que salía, todo sería

vivir, disfrutar del carnaval, alegrarme, borrar de la memoria todo lo que no fuera

esta especie de felicidad incompleta que ahora disfrutaba, y declararle la guerra a

la amargura, al dolor, a la desesperanza. Caminamos un rato y nos despedimos en

una esquina solitaria oyendo un traganíqueles cercano que no se resistía a postergar

su música hasta el anochecer de una nueva jornada del carnaval que ya daba un

respiro de doce horas, la vida es corta, a la gente desaparecida de las calles sucias

todavía sin barrer ni regar, y hay que vivirla, y hasta luego, mi amigo querido, nos

veremos otra vez esta noche, en el mismo lugar donde te descubrí oyendo tu voz,

tu inolvidable y entrañable voz, después no importa / si hay que morir... Y a los pocos

días comenzaron a llamarme la muchacha del ring...



(continuará)

Augusto Lázaro


www.facebook.com/augusto.delatorrecasas

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