domingo, 3 de enero de 2016

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 50

Tengo a Mayra aquí en mi casa. En mi cuarto. En mi cama. No hace más que

quejarse del dolor que siente, por muchos calmantes que le dé. Duermo en un catre

viejo que me prestó Aleida, con los nervios de punta otra vez. Y esta semana no he

podido traer a Bertica, porque con Mayra aquí como está ni hablar. Tremenda la

tareíta que me ha caído: cuidar a Mayra, que no se deja cuidar. Ya estoy cansada

de decírselo, que tiene que ir al médico, pero Mayra es más terca que una mula

vieja, trabajo me costó que viniera, ¿dónde coño te vas a meter, criatura?, si tú no

tienes ni dónde caerte muerta, anda ya, vamos para mi casa, y me tuve que poner

dura con ella, que si no. Ah. Para mí que Mayra es baracutey, nunca habla de su

familia, y todo el mundo tiene una familia. Ella no nació de una mona, aunque cara

de mona sí tiene la muy. Está flaca y desgarbada, la pobre, si la dejan sola en la

calle se cae y no hay quien la levante. Claro, tomadera, fumadera, con extranjeros

todas las noches, no digo yo. Yo se lo decía, te vas a enfermar, pero ella me tapaba

la boca diciéndome: el aura diciéndole puerco al perro. Y tenía razón, porque yo

me abandonaba también, suerte que recapacité y adiós. Eso de volar el turno del

almuerzo pasó a los recuerdos, se lo dije al Económico, no puedo seguir trabajando

sin comer, Salvador, lo siento mucho, pero si sigo así me dan la baja pronto, y él se

echó a reír, pero me dijo que tenía razón. Y bien, el caso es que Mayra está aquí,

está jodida, y yo no sé qué carajo voy a hacer con ella, de corre corre, el trabajo, la

escuela, la casa, la niña, los mandados, la cocina, los estudios, y ahora Mayra. Pero

los amigos se miden en los malos momentos, claro. Y esta cabrona está pasando por

su peor momento, con sus quejas, sus dolores, su inapetencia, y pasan los días y mi

vida se complica más, yo que vamos al médico y ella que no voy a ningún médico,

yo que sí y ella que no, ah. Pero mañana mismo voy a llevarla al cuerpo de guardia,

a la fuerza si hace falta y al carajo la vela, que aquí no se va a quedar toda la vida

hasta que largue el piojo. Además, yo la veo muy desmejorada. Y cataplún, cargo

con ella una mañana que amanece gritando del dolor y la cosa resulta que es peor

de lo que yo pensaba, esta joven está enferma de cuidado, hay que ingresarla, me

dice el médico. ¿Y qué es lo que tiene, doctor? Pero los médicos no dan muchas

explicaciones. Le digo a Mayra que debe quedarse allí ingresada, pero la muy burra

me dice que ella no se va a quedar en ningún hospital de porquería para que le

llenen los brazos y las nalgas de pinchazos, que ya se le pasará, que seguro que eso

es algo que me ha caído mal, no te preocupes, ya me pondré bien, pero Mayra,

¿serás tan estúpida que no te das cuenta de que estás de ingreso? Y otra vez para

la casa, sin hacerle caso al médico. Y a partir de ese día tengo que faltar a la

escuela, porque por las noches Mayra se pone peor, se queja del dolor gritando y

no hay Dios que la calme, y si esto sigue así voy a tener que faltar al trabajo y

entonces sí que la mula va a tumbar a Genaro, porque faltar al trabajo es algo

serio y además perdería dinero, dígame usted. Mayra enferma y yo sin plata, no,

no puede ser, de ninguna manera, tengo que hacer algo. Mayra no quiere comer,

cada día está más flaca, ya casi no puede mantenerse en pie, voy a llamar a

Aleida a ver qué me aconseja. Sí... Y una mañana sucede lo que yo temía: Mayra

amanece dando gritos estentóreos, pero llamo a Aleida al amanecer, corre,

Aleida, ayúdame, que esta muchacha se me va a morir aquí, fíjate cómo está,

vamos, apúrate, y Aleida viene corriendo de verdad en bata de casa, y le digo

vístete y acompáñame, ayúdame a cargar con esta cabezaloca para el hospital,

y al fin sacamos a Mayra cuando regresa Aleida ya vestida y a la fuerza con ella,

al cuerpo de guardia, Mayra todavía insistiendo en que no quiere ir a pesar de la

descarga que le echa Aleida, está bueno ya de tanta majadería, chica, te quieres

morir o qué carajo te pasa, cállate la boca y vamos, que ya tú estás muy crecidita

para que te pongas con esa blandenguería, y Mayra se desgañita dando gritos,

entonces llega una ambulancia que Aleida había llamado y nos vamos en ella para

el hospital. Cuando la examinan en urgencias le dan el ingreso enseguida y por fin

yo y Aleida podemos respirar tranquilas y nos sentamos a descansar en el pasillo.

Qué muchacha más terca, óyeme, menos mal que salimos de eso, yo oigo sus gritos

a cada rato y me pongo, ya tú sabes, me imagino cómo estarás tú... Y a partir de

ese día, cada vez que tenía un rato libre me llegaba al hospital a saber algo de

Mayra, porque no me dejaban entrar a donde estaba. Mayra tenía algo raro, me

dijo el médico, pero había que hacerle muchas pruebas y muchos análisis a ver qué

salía. Un viernes por la tarde, al salir del trabajo, me llegué al hospital, y lo mismo,

no pude entrar a verla, está en la sala de infecciosos, y nada de decirme lo que

tenía. Caminé por el pasillo y se me ocurrió mirar por la puerta de otra sala, y en la

puerta vi un hombre sentado en una silla de ruedas que tanía la cabeza y la cara

vendadas. Me llamó la atención y me acerqué, mirando aquel hombre que apenas

se movía. Sólo se le veían la nariz y la boca. Lo estuve contemplando un rato, me

volví y salí del hospital. Después, cada vez que iba al hospital para saber de Mayra

pasaba por aquella sala, buscando al hombre vendado, y cuando lo descubría, me

le quedaba mirando embelesada. Una noche se me ocurrió preguntarle a una de

las enfermeras de la sala quién era ese hombre, qué le sucedió, por qué lo tenían así

vendado de esa forma. La enfermera se volvió, porque el hombre nos había oído

parece y se acercó a nosotras, quizás pensando que yo era alguien que había ido a

visitarlo. Entonces llamó a la enfermera y cruzó dos palabras con ella, muy bajito. La

enfermera se volvió hacia mí y me dijo ven, muchacha, que él quiere conocerte. Y

desde esa misma noche yo y el hombre vendado conversábamos un rato cada vez

que yo pasaba por el hospital. ¿Así que eso fue un accidente? Yo nunca le dije

quién era ni él tampoco me lo dijo, por eso tenía algo de misterioso y a mí me gustó

que aquello fuera así. Sólo me contó el accidente, y así conversábamos como si

fuéramos buenos y viejos amigos, ignorando nuestros propios nombres. Otra vez se

me despertó ese don compasivo que tantos problemas me había traído, no sabía

por qué tenía que interesarme por aquel hombre extraño que parecía una momia

y al que nunca pude verle el rostro en aquel hospital de todos los demonios. Me

repetía que no, que no lo vería más, que esa era la última vez, pero al día siguiente

de cabeza al hospital, más por ver a aquel hombre que por enterarme del estado

de Mayra, que por otra parte, para enterarme me bastaba con llamar por teléfono

desde la casa de Aleida. El hombre vendado tenía la voz ronca, pero suave, muy

delicada, y a mí me gustaba oírlo hablar, aunque no hablaba mucho, pero lo que

me contaba era una historia extraña y a la vez fascinante. Su voz se me grabó, a

falta de otro detalle de su físico que no podía ver. Era una voz que no podía

olvidarse y eso era lo único que yo tenía de aquel hombre, su voz y su misterio, su

incógnita, su enigma. Me hacía mil ideas de cómo sería su rostro, su cuerpo, sin

embargo, fue él quien habló de mi voz, me gusta tu voz, me dijo, la encuentro

musical, una voz como la tuya tiene que salir de una boca sensual, de una cara

bonita. ¿Sí? Pues mira, a lo mejor si me ves te desencantas. El hombre vendado

movió la cabeza y me dijo que no, yo nunca me equivoco en mis corazonadas y

contigo tengo una que no te voy a decir todavía. El accidente había ocurrido en

la carretera turística y aunque él no me aclaró detalles me dio por pensar que ese

día o esa noche él estaba borracho, de parranda, porque me contó que ellos

(no me aclaró quiénes) regresaban de San Pedro del Mar a millón, todos pasados,

es que me gusta la velocidad, ¿tú sabes?, es excitante. Esa noche salí para mi casa

sin acordarme de la pobre Mayra, alejándome de ese hombre que se había metido

en mi vida sin siquiera proponérmelo, y sin saber en realidad quién diablos era ni

cómo sería ni nada. Con la mano le dije adiós, como si él pudiera verme,

sonriéndole con una mezcla de compasión, tristeza e interés, dándole gracias a

aquel desconocido por haberme hecho pasar noches tan agradables, con un

sentimiento extraño de solidaridad no acostumbrado en mí, y mientras caminaba

repetía en susurros gracias, querido, volveré para verte y para que me veas cuando

te quiten esos trapos horribles, porque los dos nos veremos algún día, cómo no, nos

conoceremos, y podremos unir nuestras desgracias para intentar entre los dos

convencernos de que a pesar de todo la vida puede ser hermosa... Cuando los

exámenes comenzaron me dediqué a estudiar todo el tiempo, tomando pastillas

para no dormir y seguir hasta altas horas de la madrugada quemándome las

pestañas, y por supuesto dejé de ir al hospital. Al terminar las pruebas, que saqué

con bastantes buenas notas, me llegué una tarde al hospital a continuar mis

conversaciones con el hombre vendado. Pero al llegar y no verlo le pregunté a la

enfermera. No, ya se fue, le dieron el alta hace unos días, cómo preguntaba por

ti, muchacha, me decía enfermera, ¿no ha venido hoy?, ¿por qué no viene?, ay,

yo creo que me ha olvidado... Y cuando la enfermera se alejó de mí, sentí que algo

me estaba apretando por dentro...

(continuará)

Augusto Lázaro



www.facebook.com/augusto.delatorrecasas

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