domingo, 27 de diciembre de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 49

Qué tipo este Plácido. Bajaba por Aguilera noche por noche, a la misma hora en

que yo subía, y una noche tropezó conmigo frente a la escalera de la escuela, y por

poco me tumba, del golpetazo que me dio. ¡Pum! ¿Y qué hizo? Pues echarse a reír.

¿Se puede saber dónde está la gracia? Poco faltó para que alli mismo le entrara a

carpetazos. El golpe me dolió, y cada vez que lo miraba el muy cabrón se echaba

a reír. Perdóneme, compañera, no me estoy riendo de usted, es que ha puesto una

cara como si yo le hubiera partido la columna vertebral. Y se echaba a reír. Cabrón.

Puñetero. Bandido. Así fue como lo conocí. El tropezón fue porque Plácido venía

caminando con la cabeza virada hacia atrás, mirándole el culo a una pelandruja

que doblaba por Carnicería frente al museo Bacardí. El mismo me lo confesó a los

pocos días. Hubiera tropezado con un poste de la luz y yo no estaría acordándome

de él ahora. Tremendo sato. Cuando nos hicimos amigos me dijo que una mujer es

un culo y lo demás. Qué clase de punto. Pues sí. En los días siguientes, cada vez que

se encontraba conmigo se empezaba a reír como un guanajo. Una noche se lo dije,

ven acá, chico, ¿tú eras bobo cuando chiquito?, y se desgañitó de la risa. Algunas

noches, cuando coincidíamos, me invitaba a tomar café en La Isabelica, me hacía

un montón de cuentos, y nos pasábamos toda la noche verborreando, fumando, y

contándonos mentiras, y sobre todo, ah, riéndonos como dos mongólicos, porque

Plácido es un artista en eso de llenarle a una el moropo de mentiras, mira, Tania, a

las mujeres les encanta que uno las engañe, claro que siempre que el engaño las

halague. Pero desde la primera vez que yo lo vi me di cuenta de que yo y Plácido

seríamos amigos, buenos amigos y nada más, porque una mujer, cuando conoce a

un hombre, enseguida se da cuenta de si ese hombre puede o no puede tener algo

con ella, y yo siempre estuve convencida de que Plácido sería sólo un buen amigo.

Y así ha sido hasta ahora. Una noche lluviosa Plácido me acompañó a la casa y me

hizo la historia completa de todas las novias que había tenido, y me dijo que todas

lo habían botado, por informal y por regado. ¿Sabes lo que pasa? Que yo no sirvo

para estar pendiente de ningún compromiso, me dijo, riéndose. Qué perla. Y se lo

decía: Plácido, tú eres la pata derecha del Diablo, y él se reía y me hacía otro de

sus cuentos mujeriles. Otra noche tuvo que cargar conmigo para el hospital, desde

la misma Isabelica, porque allí mismo me dio un ataque de asma muy fuerte y el

pobre Plácido apenas sabía qué hacer conmigo. Un amigo suyo y él me llevaron al

maldito cuerpo de guardia donde tantos momentos terribles había pasado y me

quedaban por pasar y allí me aplicaron, como ya iba siendo costumbre en mi caso,

aminofilina y aerosol, hasta que me calmé. Plácido como el papel, el pobre, qué

susto pasó. Los ataques de asma me acechaban con frecuencia, eran una pesadilla

que no quisiera recordar. En esa época tuve algunos problemitas en la escuela, por

mi vestimenta, que llamaba la atención. Una noche fue a buscarme Plácido

y le preguntó a una muchacha en los bajos y ella le dijo sí, la exótica, no, creo que

no ha bajado todavía. El me lo contó después. Algunas me decían así mismo, la

exótica, qué vainas. Los varones me miraban con curiosidad, con interés, algunos

con deseos, que se los veía en los ojos, pero las hembras, algunas hembras, sí me

miraban con envidia, no podían disimularlo aparentando que era rabia, porque de

la rabia a la envidia, o viceversa, no hay ni medio paso. Y tuve varias discusiones

con un par de tipas frescas que me dijeron que yo desentonaba allí. Ah, pero les dije

hasta alma mía. Gallarusas las muy pendejas. Si no es por un bedel que había en los

bajos y que enseguida subió al oír la discusión, hubiéramos rodado por la escalera

enredadas a galletazos. Pero eso sí, yo no hice nada que pudiera perjudicarme, ni

siquiera miraba mucho rato a ningún profesor. Claro, también tuve compañeras que

me defendían, amigas que hice allí, muy pocas, pero gente muy correcta. Sí. Casi

todas trabajaban por el día igual que yo. Eso quizás nos unía, porque apenas nos

alcanzaba el tiempo para ir a tomarnos un café a La Isabelica cuando salíamos a

las once de la noche. Me sentía bien en la escuela, a pesar de los roces que tuve

con esas zarapastrosas que se cuelan en todas partes. La morralla, como decía mi

mamá, que una tiene que codearse con esa gentuza en todas partes. Todos juntos

y revueltos. La igualdad, ya lo creo que sí. Hay que ser igual que todo el mundo,

hablar igual, pensar igual, vestir igual, comportarse de la misma manera, ja ja ja,

comparsa de los bienaventurados que disfrutaremos el futuro luminoso. Pues por los

roces con ese elemento me dio por ponerme encima todo lo que se me antojaba,

hasta cosas que me había mandado mi mamá del Norte que no era fácil de

aguantar el calor que me daban, pero para joderlas lo aguantaba y me reía de las

cosas que me decían. En la oficina no, allí llevaba ropas normales, porque la gente

allí no se metía conmigo para nada. La inmadurez es del carajo, pero cuando uno

se da cuenta ya no tiene remedio. Los comentarios sólo lograron que aumentaran

mis deseos de quedarme en la escuela, de quedarme y de graduarme. Y me quedé

y me voy a graduar, no digo yo si me voy a graduar, para que se metan la lengua

en el culo esas pendejas de mierda. Plácido me lo decía, no les hagas caso, ponte

lo que tú quieras, que a ti todo te queda bien, olvídate de ellas, ignorándolas las

vences, pero estudia y saca buenas notas, que así las humillas. Y eso fue lo que hice.

Porque ignorando a la gente que habla mal de una, una gana la batalla, porque

no le da importancia, mientras que esa gente sí le da importancia a una. Y eso a

cualquiera lo revienta, que lo ignoren, que no lo tomen en consideración, como si

no existiera. Y yo me dije: me gradúo de lo que no hay remedio, sí señor. Y no digo

yo si me gradúo. O me reviento, como una tubería vieja...

(continuará)

Augusto Lázaro


www.facebook.com/augusto.delatorrecasas

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