domingo, 6 de diciembre de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 45

¿Que por qué me tuve que ir de la Vocacional? Ah. Es una historia triste. Como casi

todas mis historias. Pues verás: resulta que aquel profesor que me llevaba flores y me

decía cosas bonitas se enamoró de mí. No faltaba más. Y yo me embarqué con ese

enamoramiento, como era de esperar. Imagínate. Por ahí empezó la cosa, por las

florecitas, por los papelitos que me ponía en el buró, por las frasecitas que siempre

me estaba soltando. Pero no te vayas a creer que eso fue lo único. Ay. Si cada vez

que me acuerdo. Pues déjame contarte. A mi no me acababa de convencer del

todo el hombre, porque nunca me ha gustado eso de ligarme con gente de la

familia ni de la cuadra ni de la escuela ni ahora del trabajo. A mí el ligue me gusta

bien lejos y desconocido, para no buscarme problemas. Pero como te decía, no me

acababa de convencer el hombre, pero me sentía atraída por él. Cada vez que

me pasaba por el lado me decía algo bonito y yo como si nada, no lo aceptaba ni

lo rechazaba, y eso fue lo peor que hice, porque con esa actitud el hombre lo que

hizo fue empecinarse. Sí, muchacho, le di esperanzas, vaya. Figúrate. Me tenía ya

bajeada con tanta insistencia. Ay, sí. Ya lo creo. Pues un día me sorprendieron con él

en un privado. Nada menos que en un privado. No estábamos haciendo nada que

no pudiera hacerse en un pivado, pero tú sabes cómo son estas cosas. Sí, de anjá.

Las profesoras que nos sorprendieron se pusieron a darle a la lengua, como ya era

un poco tarde y no había nadie en los alrededores, pues ya sabes. Y quién te dice

a ti que a los dos días me llama la directora del plantel y cuando voy y entro en su

oficina me encuentro allí a las dos profesoras que me habían visto con el profesor en

el privado. La directora me llamó la atención, ya tú sabes. Yo ni sé lo que me dijo,

aparte de que no entendía por qué se me estaba llamando la atención, como si

fuera un delito estar conversando con un profesor en un privado. Yo, como siempre,

detrás del palo. Ah, pero no dije ni esta boca es mía. Como nada más que fue una

especie de llamado de alerta, como dicen ellos, que se hacen por cualquier cosita,

ahí terminó el asunto. Eso creía yo. Tú verás, tú verás. Es que, ¿sabes lo que pasa?

Pues lo que pasa es que cuando a alguien le prohíben algo, ese alguien se interesa

más por ese algo, y cuando prohíben tantas cosas, imagínate la atracción que

se siente por todas esas cosas que teóricamente están prohibidas. Teóricamente,

porque aquí siempre resulta que los que prohíben esas cosas son los primeros que

las hacen, tú entiendes. Pues sigo: sí, lo que hice enseguida fue ir a hablar con el

profesor y resulta que a él también lo habían llamado. Bueno, pensé que eso era

todo. Primera vez que me llamaban la atención, y ya tú sabes que aquí a cualquiera

le llaman la atención, con tanta desconfianza que hay con la gente, imagínate. Yo

tranquila en mi buró, con mi teléfono y mi agenda y a viaje. Pero la cosa no quedó

ahí. Ah, no. Qué se va a quedar ahí. El profesor siguió insistiendo, ahora diciéndome

que quería encontrarse conmigo por la noche, fuera de la escuela. Para mí que ese

hombre se enamoró de mí de verdad, porque óyeme, qué pejiguera. El caso es que

no podía quitármelo de encima, y si te voy a ser franca, no quería quitármelo de

encima, para qué voy a negarlo. El hombre me gustaba y punto. Pues sí. Pues el

hombre siguió enamorándome, con mucha discreción, sí, pero firme como un raíl,

hora tras hora y día tras dia. Yo de ingenua, saca tú que me volví a meter con él en

el privado, una tarde, ya bastante tarde, casi al anochecer. Sí, no te asombres, me

metí con él allí, y ahí sí que la cagué. Primero porque cerramos la puerta y segundo

porque el hombre me empezó a pasar las manos por el pelo y a jugar con una flor

que yo tenía en el pelo mientras me susurraba palabritas dulces y bueno, esa caricia

yo no la puedo resistir, no sé cómo rayos él sabía eso. Yo no atinaba a decir ni hacer

nada, sólo recibía, entonces el hombre me agarró por los hombros, me apretó, me

aplastó contra la pared y me besó, y yo en el otro mundo, enternecida con aquel

bandido que me apretaba con una desesperación que logró que yo me excitara al

máximo nivel. Mira, me erizo. Me olvidé de que estaba en un privado, en la escuela

donde trabajaba y donde ya me habían llamado la atención, en ese momento me

olvidé de todo y lo que quería era que el hombre siguiera acariciándome con esa

pasión y comencé a corresponder, fuera de mí, con un deseo terrible, y caí. Como

te lo estoy contando. Me sentí en el aire, transportada, me sentí volar, caminar por

las nubes, no sé cuántas sensaciones agradables experimenté en aquel momento.

Bueno, tienes que comprender que yo hacía mucho tiempo que de aquello nada,

y necesitaba algo así que me calmara la ruinera dormida. Pues empezamos los dos

a acariciarnos como bestias, porque mira tú, a una mujer, cuando comienzan a

tocarla de ese modo, si ella no lo rechaza desde el principio y corta rápido, ya no

hay nada que hacer, la tumban, te lo digo yo, la tumban del caballo. Y a mí me

tumbó ese bandido, como ya me habían tumbado antes Tony, Rudy y René,

aunque con el profesor me sentía mucho mejor que con los anteriores, pues

el profesor era todo un hombre que sabía cómo manejar la situación. Pues sigo:

yo estaba mojadita toda, imagínate, como una guanaja, y él ya tú sabes, haciendo

conmigo lo que le salía de los huevos, sí, si por poco me parte los huesitos el muy

bruto, porque el hombrín no era ningún santo, me pasaba las manos por el cuello,

por los hombros, me deslizaba los dedos por la punta de los pezones, después me

iba pellizcando los pezones con los dedos índice y pulgar, cosquilleándome toda y

yo que ya me vine la primera vez sólo con eso. La primera, porque si no pasa lo que

pasó me vengo diez veces. Siguió con sus caricias, yo correspondía mucho menos

porque él no me daba chance, insistía en los pezones y demás y me acercaba la

boca y me hacía cosquillas en los mismos pezones con la punta de la lengua y,

oye, oye, no te vayas a excitar conmigo ahora, que no estoy para eso. Pues sí, no

puedo continuar, contigo no me voy a excitar y tú lo sabes, así que... Pero en fin,

que el hombre me tiró en un butacón que había en el privado y allí mismo comenzó

a quitarme lo que me quedaba encima, porque yo misma me había quitado la

blusa y me había desabrochado el pantalón, estaba a millón y aquello me gustaba,

y me gustaba que estuviera ocurriendo en el privado, en esas condiciones, con ese

riesgo que estábamos corriendo, mira qué cosa, es que a mí siempre me ha subido

la líbido hacer esas cosas donde puedan sorprendernos, gozo mucho más, ¿te das

cuenta? Bueno, pues para no cansarte, no sé hasta dónde hubiéramos llegado yo y

el profesor si no tocan a la puerta del privado, un toque fuerte y rápido, como de

aviso, como si fuera alguien que quisiera avisarnos del peligro, sí, alguien que nos

hubiera visto entrar y quisiera hacernos el favor. Después supimos que ese alguien

era un bedel que nos estaba espiando por una persiana rota, haciéndose una paja

el muy sucio desde que comenzamos. Asqueroso. Pero en efecto, sentimos una voz

de hombre que llamaba al profesor, figúrate qué cuadro, y ya no podíamos hacer

nada, parece que al mirón lo sorprendieron y nosotros no tuvimos tiempo de evitar

el escándalo, pues nos encontraron medio encueros, y yo pasando de la excitación

al terror. Casi no pudimos ni echarnos encima la ropa. Entraron, porque ni siquiera

la puerta tenía pasado el pestillo. Ah. Estaban buscando al profesor para un asunto

urgente y alguien que lo había visto dirigirse al privado les dio el chivatazo. Fatal.

Ya tú sabes, ya te puedes imaginar lo demás. Nos llamaron a los dos a la dirección

y esta vez nos pusieron en el justo sitio. Yo, muy nerviosa, no atinaba ni a mover las

manos y cambiaba de color con una enorme pena, sin levantar la cabeza. El daño

ya estaba hecho, sin remedio. Ay, ay. La vaina que nos echaron en esa reunión

con todos los profesores de la cátedra no se me va a olvidar jamás. Que parecía

mentira, que la confianza depositada en nosotros, que en una escuela de ese nivel,

que allí nunca había sucedido nada semejante, que bonito ejemplo les dábamos a

los educandos, que la moral del plantel en entredicho, el diablo colorado. Cuando

salí de aquella reunión fue que pude darme cuenta de lo estúpida que había sido.

Estúpida, ingenua, reincidente, como dijo una de las profesoras que nos habían visto

la primera vez en el privado. La mundial. Al día siguiente, el profesor me llamó y se

despidió de mí, me dijo que lo perdonara y que me olvidara de él. Y desapareció.

Mira tú cómo estaba ese hombre. No volví a verlo ni a saber nada de él, después

me enteré que se había ido para Camagüey, donde vivía antes, por la pena y por

el escándalo. Yo, por supuesto, no volví a la escuela, piensa cómo me sentía. A Juan

y a Aleida no quería mirarlos, me escondía de ellos. No quería ver a nadie. ¡A nadie!

Pero Aleida, como siempre, se portó muy bien conmigo, me dio ánimos, me dijo

que no me atormentara por algo que ya no podía remediarse, bueno, niña, ya

metiste la pata, pero no hay que suicidarse por eso, que eso pasa en las mejores

familias. Pero yo le dije que estaba muy conciente de lo que había hecho, que no

creyera ella que yo vivía engañada, y le juré que no me iba a quedar otra vez de

vaga metida en mi casa, y desde el día siguiente salí a buscar otro trabajo. No sé

por qué te cuento estas cosas ahora. Total. Ahora me acuerdo de aquello y no

acabo de explicarme cómo fue posible que cayera una vez más, estúpidamente,

porque coño, a pesar de que me gustara el riesgo tenía que estar muy clara de que

podía perder aquel trabajo que tanto me gustaba, y por otra parte, podía haberle

dicho al hombre que nos viéramos en otro lugar, fuera de la escuela. Pero ay, Tania,

no escarmientas, genio y figura, coño. Ah. El pasado no se puede borrar y todos los

errores que yo he cometido, cometidos quedan, y qué más quisiera yo que poder

revivir el pasado para rectificarlos todos. Pero. Esa experiencia transformó mi vida,

aunque tú no lo creas. Y lo peor, volver a meterme entre las cuatro paredes de mi

casa, extrañando a los muchachos de la Vocacional, porque ese tiempo que pasé

entre ellos, entre tantos jóvenes y tantas risas, fue el tiempo más bonito que he vivido

de adulta. Allí se me olvidaban mis problemas, me reía, me sentía divinamente y en

mi casa no podía concentrarme en nada, no podía dormir, pensando en la escuela,

en los alumnos, acordándome de sus cosas, de sus chistes, de sus cariñitos conmigo,

de cómo se reían y cantaban y hacían cuentos y maldades, de las veces que me

llevaban cremitas y me decían cosas lindas. ¿Tú ves? Yo lo sabía. Perdóname. Yo lo

sabía. Si cada vez que me acuerdo me dan ganas de llorar...

(continuará)

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


www.facebook.com/augusto.delatorrecasas

No hay comentarios:

Publicar un comentario