sábado, 31 de octubre de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 39

Aleida me llamó y me dijo que Juan me había hecho la gestión para el trabajo en

la Vocacional, pero perdóname, Aleida, dile a Juan que se lo agradezco muchísimo

pero que eso tengo que pensarlo, en estos días estoy muy aturdida y no me siento

con ánimos para tomar una decisión tan importante, y menos así, de zopetón, no

vaya a ser cosa que después me arrepienta y no puedo seguir metiendo la pata

toda mi vida, ¿me comprendes?, pero dale las gracias a Juan y gracias también a ti,

Aleida, eres una buena amiga de verdad. Y revisé la lista de las cosas que había

vendido y las que me quedaban, porque dejaría sólo lo imprescindible, que si por fin

salía del país otros listones se quedarían con todo lo que había en la casa y no. A

Aurelia y a Aleida no les hace falta nada de lo que yo tengo, y a otra gente ñiringa.

A ver si así puedo tirar un par de meses más y se resuelve mi problema, porque ya no

me falta ni un poquito para quedarme con la libreta de la comida y las llaves de la

casa y nada más. No puedo pasarme la vida en esta incertidumbre, que si me voy,

que si me quedo, que si Tony, que si la niña, que si los papeles, que si la autorización,

y cualquier día Tony sale de la cárcel y usted verá que va a volver a empezar con su

jodienda y no se sabe en qué va a parar esto. Tendré que decidirme. Aleida con su

pituita, muchacha, vete con Juan para la Vocacional, y si te llega la salida te vas y

se acabó, pero mientras estás entretenida y ganando tu dinerito, no seas boba. Pero

el tiempo pasa y todo sigue igual: me despierto por las mañanas sin saber para qué

voy a levantarme y me quedo en la cama un largo rato, mirando al techo y oyendo

las mismas noticias y las mismas canciones en el radio. Voy a llamar a Miguelito para

que me conecte con sus contactos y vender lo que me queda, después lo tocaré

con algo. Pobre Miguelito, siempre responde cuando le paso un SOS, y ni siquiera

puedo darle ánimos, que él también está a la espera, a ver si le llega el telegrama

de una puñetera vez y vuela. Todo el mundo quiere volar de aquí, yo creo que si

dieran puerta libre se quedaba Cubita la bella sin gente, qué barbaridad. Miguelito

es un alma de Dios y miren cómo está, y lo que la gente dice de él. Bueno, de mí

dicen también cosas tremendas y yo no soy ningún alma de Dios, mi época de

buena ya pasó a la historia, con la bondad sólo he podido consegur llanto y dolor,

engaño y sufrimiento, mentiras y estafas, bofetones y olvido. Ser bueno y ser bobo es

la misma cosa, por algo los que progresan y suben son los malos, porque no hay

ningún peje gordo tan guanajo como lo he sido yo, que me he quitado las cosas

para dárselas a otros. Mierda. ¿Qué conseguí con eso? Que los amigos se olviden de

mí y las vecinas rajen de mí hasta por los codos. Las cosas que me dicen: orgullosa,

excéntrica, engreída, apática, qué se cree la blanquita esa, que es mejor que nadie

y que yo no trabajo ni estudio ni coopero con ninguna tarea revolucionaria, la muy

puta, dicen, porque hasta eso, como si mi casa fuera un bayú y me hubieran visto

hacer aquí orgías o bailes de perchero y cosas de esas. Ah, pero a mí que me lo

toquen y al carajo. ¿Por qué coges tanta lucha con la gente si dices que la gente

no te importa?, me dice Aleida. Y tiene razón. Pero siempre digo que hasta aquí,

que hasta hoy, que a la mierda el qué dirán, y siempre vuelvo a caer en lo mismo.

Aleida, creo que yo no tengo remedio, le digo, y ella hace una mueca y me suelta

que yo lo que estoy es falta de marido. Qué manera de revolverme el meollo. Las

apariencias, la envidia, la maledicencia. Yo que nunca me entrometo en nada que

no tenga que ver conmigo y tengo la cabrona suerte de que la gente se entromete

en mi vida. Una vez hicieron una fiesta de quince y no me invitaron, Aleida me dijo

que quedó muy bonita, y esa fiesta me hizo acordarme de mis quince, que a mí no

me los celebraron y me pasé el día llorando en mi cuarto. No pude celebrar mis

quince años, no pude irme con mis padres para el Norte, no puedo acariciar a mi

hija como yo quisiera, no me ha sucedido nada que valga la pena recordar, y a

veces me entra un pánico terrible que me sobrecoge, cuando pienso que mi vida

nunca va a cambiar y que siempre voy a ser esa muchacha triste que sueña con la

nieve, como dice Aleida. Ah. Estoy nerviosa, no hago más que tomar café y café y

café, que la cuota no me alcanza y tengo que pedirle a Aurelia todas las semanas,

que ella no toma tanto y el marido le trae del monte. me he vuelto una condenada

viciosa, café, cigarros, y darle taller al meollo que no descansa ni durmiendo. Esa

pensadera me cae encima como un aguacero sin previo aviso de Meteorología y

cuando me pongo pintiparada me digo se acabó, sonrisas, paseos, cantos, pero a

los tres días reincido en la misma candanga. Y de tanto café, tanto cigarro y tanta

pensadera, me dan unos dolores de cabeza que me parten y tengo que tomarme

dos aspirinas con un vaso de leche aguada y sin azúcar, pero las aspirinas me

revuelven el estómago y me quitan el apetito, me dan deseos de vomitar, nada, de

madre el caso. Por qué no podré ser como cualquier muchacha de esas que se ven

por ahí, que aunque no tengan ni dónde caerse se ríen y se sienten en la gloria con

amigos y novios y bailes y fiestas. O será que yo las imagino así y aparentan vivir en

el mejor de los mundos posibles. Pero no, no, esas caras no pueden ser máscaras,

aunque aquí no se sabe si es que es de noche o dejó de ser día, que para el caso es

lo mismo, aunque no se escriba igual. Bueno, ¿y a mí qué coño me importan las

muchachas ni los jóvenes ni la humanidad? Algunas muchachas del Pre, cuando me

las encuentro por ahí, me dicen que van a venir a sacarme de aquí, vamos, Tania,

que ya dentro de poco te vas a parecer a Drácula, vamos, a coger aire y sol, que te

hace falta tostarte un poquito. Ah, están igualitas que Aleida. Yo les sigo la corriente,

y lo que me da es por acostarme a oír música o a leer alguna novelita que me trae

Aurelia, hasta que por fin me duermo, y cuando me duermo sueño, y mis sueños,

cuando no son con la nieve son con la debacle, y el radio encendido toda la

madrugada amenizando el sueño de los vecinos, que suerte que parece que lo

tienen pesado, porque ninguno protesta. Quizás podría vender esta casa. Sí, y

comprarme otra más chiquita, en otra ciudad donde nadie me conozca, si esto se

puede hacer, que no lo sé. Pero cada nuevo paso que dé tengo que pensarlo muy

detenidamente. No es mala idea, no. Irme de esta casa que tanto me atormenta.

Y que se enteren cuando ya esté instalada en la otra casa. En definitivas, no puedo

empantanarme esperando la salida que no acaba de llegar, porque va y Tony no le

da el permiso a Bertica y entonces hasta que cumpla diez y ocho años que pueda

decidir por ella sola, y  cuidado, que hasta se vuelve comunista y no quiere irse de

aquí y Tania se jodió. No no no. Una casita como la de Aurelia, eso. Limpia, fresca,

ordenadita toda, con muchas cortinas y muchos adornos. Y flores, muchas flores. Y

afiches en las paredes y bombillos en colores. Un palomar. Siempre con música, y

siempre llena de jóvenes, de risas, de alegría, en un lugar donde nadie me haya

visto jamás, donde yo pueda rehacer mi vida alejada de la envidia y del odio, de la

maledicencia. Y después pensar en el trabajo, en el estudio, en cualquier cosa que

pueda ocupar todo mi tiempo para ni siquiera poder pensar en nada. Sí, ya sé que

son sueños, ilusiones, pero de eso tengo que vivir mientras mi futuro penda del pico

del aura, porque otros lo decidirán y no yo misma. Demasiado joven parí, maldita

sea la hora en que quedé embarazada. Con una vida por delante y a criar una hija.

Porque la pobre Bertica no tiene la culpa, mi amor, pero lo único que ha hecho es

complicarme la vida. Pero fue culpa mía y ahora tengo que aguantar como una

mula y afrontar la situación, y gracias a Aurelia, que si no yo no sé qué hubiera sido

de mí. Tony no me puso una navaja en el pescuezo para que le abriera las piernas,

eso tengo que aceptarlo. Fui yo quien quiso abrírselas, porque tenía deseos de que

me la metiera, sí, como me dijo la tía Emilia. Lo confieso, coño, me picaba la tota,

me picaba, por eso se la di al cabrón de Tony, y ahora miren lo enrollada que está

mi existencia por esa estupidez, que no puedo coger un respiro porque cuando no

es Bertica es la casa o es el asma o el dinero o el insomnio, pero siempre es algo que

no me deja descansar en paz ni un par de horas seguidas. Mira, muchacha, con lo

que  te den por esta casa te compras un buen bulto de tela y entre los dos nos

ponemos a hacer artículos de vestir pequeños, trapitos de esos que la gente

compra, porque en las tiendas no hay ni polvo, me dijo Miguelito, y nos buscamos la

plata sin movernos de la casa, porque si no te vas de aquí tienes que buscarte la

vida como sea, como se la busca todo el mundo. Ay, se me parte esta maldita

cabeza de tanto darle cuerda al tema. Pero quizás esa sea la solución. Vender la

casa, dice Miguelito que eso se hace clandestinamente, de espaldas al gobierno,

alquilar una pequeña, nada de comprar, por si acaso vuelo, y las telas y a viaje.

Cualquier cosa que vendas va a encontrar compradores, porque aquí no hay nada

más que anuncios y propaganda política en las tiendas, así que no lo pienses más y

arriba... Pero no sé. Ya ni siquiera sé si quiero irme de Cuba o si quiero quedarme, o 

irme de esta casa, de este barrio, de esta ciudad. Mi mamá ya casi no me escribe.

Mi padre ni hablar. Y así se me va el tiempo... Bertica creciendo y pidiendo más

cosas, yo cumpliendo años, pensando y pensando, y de aquello nada. Yo creo que

esa es la mecánica de mi vida: pensar y esperar, esperar y recordar, recordar y

pensar, y otra vez esperar. Y quién sabe si esperar toda la vida, sin llegar a saber

nunca qué es lo que estoy esperando...

(continuará)

Augusto Lázaro

@augustodelatorr



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