domingo, 6 de septiembre de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 32

Cuando llegó el paquete se alborotó la cuadra. Yo ni me acordaba ya del dichoso

paquete hasta que tocaron a la puerta y un hombrón de más de seis pies me

preguntó si yo era yo, entró en la sala, colocó el paquete, que era bastante grande,

firmé, y se largó después de quedarse unos segundos mirándome como un idiota,

parece que pensó el muy vaina que yo le iba a dar una propina. Infeliz. Eso fue la

mundial. Mi mamá me mandó una cantidad enorme de ropa, casi toda del tipo de

ropa que se usa en países fríos, hasta un par de botines blancos con zípper que me

ponían los pies como una hornilla encendida. Tocada del queso estaba mi mamá.

A Bertica también, cosas como para el polo. Allá nieve y aquí un sol que raja las

piedras todo el año. Aquello fue demasiado. No se acordó de Aurelia ni de Aleida ni

de nadie más. ¡Ay, mami! Al principio yo me lo ponía todo, por eso se alborotó la

cuadra, porque aquí la gente no había visto nada parecido. La gente pensaría que

yo me había vuelto loca, con el calor que se dispara y yo con una faldita de cuero

como esas que usan las indias en las películas del oeste americanas. Al poco tiempo

dejé de ponerme casi todas esas prendas, algo vendí y algo regalé, pero un día se

apareció el presidente del comité para interesarse por mí y por la niña. El solito, muy

decentemente, la verdad. Enseguida se fue, pero a mí no me gustó ni un poquito

tenerlo dentro de mi casa. Aleida se reía por el muro, lo que pasa, Aleida, es que

aquí estamos viviendo en el tiempo de las trompetas, por eso esta ropa levanta

tanto comentario. Pero Aleida seguía riéndose como pensando que yo estaba ya

del otro lado. Algo saqué positivo del paquete. A partir de entonces me dio lo mismo

que la gente del barrio hablara, comentara, se desgañitara rajando de mí. Total, yo

seguiría haciendo lo que me saliera sin preocuparme de nada. Del qué dirán. Ahora

voy a la playa todas las semanas y los domingos me llevo a Bertica conmigo y las

dos nos pasamos un día sin acordarnos de que tenemos que regresar cuando se

ponga el sol. Sol, arena, aire puro que a Bertica le viene de perillas. Y las vecinas que

se jodan, que si ellas se ponen ajustadores es porque si no las tetas les llegarían al

ombligo y ni con una grúa como el cuento de Pepito. Si se ocuparan más de sus

asuntos no tendrían los ojos pegados en la puerta de mi casa. Bueno, la cosa es que

ya no sé si quedarme en esta casa ni si mis padres me sacarán por fin de este país.

Mayra me dice lo mismo que Aleida, ¿le vas a dar el gusto a esas chismosas? Si eso

es lo que quieren, so guanaja, que te largues de esta cuadra para anotarse un

triunfo en su carrera de joderle la vida a los demás. Pues nada, tendré que hacer

cambios y arreglar la casa. Sí, es una buena idea. Mi vida será eso: la playa y el

arreglo de la casa, y si me voy la vendo y al carajo. Y a la playa sola, con Mayra no

puedo contar, complejo de anguila, que a no ser que conquiste a Charito a ver si se

embulla, que esa sí se manda un cuerpo que le ronca. ¡Charito! Miguelito le tiene

terror, cuando esa abre la boca hay que salir huyendo y meterse en un refugio,

dice Miguelito, miedoso como yo porque es cáncer como yo, y los cánceres somos

miedosos y nos asustamos de cualquier bobería según las revistas de astrología de

mi mamá. Pero tendré que llamarlo para que me ayude con la casa y ver a algunos

jóvenes de los que van a casa de Marina que saben de eso, así no tendré que

pagarle a ningíun bandolero que me hará mierditas que me duren tres meses y

nada. Y si me emperro, cuando termine con la casa me busco un trabajo y a viaje,

que por esperar la salida me voy a poner vieja y pelleja y sin dinero, la muerte

encuera en bicicleta. Cuestión, que a conseguir afiches para las paredes y a

quemar todas las fotos en el patio para que se levante la humacera y Aleida se

asome dando gritos, ja, y eso será un show. Mi mamá se ponía tristona mirando las

fotos y a mí me da miedo mirarme cómo yo era hace sólo cinco años, qué diré

cuando pasen veinte o treinta. Ni espejos pienso poner donde vaya a vivir. No me

entusiasma ni un poquito verme vieja como la tía Emilia o como la misma Aurelia,

que la vida le ha puesto más años encima de los que realmente tiene, la pobre. No.

Al final a pintar toda la casa y a colocar bocinas en las habitaciones para que la

música siempre me acompañe y así espante la soledad, como me dice Miguelito.

Azul claro y rosado. Y cortinitas baratas de colores claros, ya Aleida me dijo que ella

misma me las puede preparar. Y flores, muchas flores por toda la casa, a pesar de lo

que me dijo el médico, que ni flores ni cortinas ni polvo, por el asma, pero qué

carajo, de algo hay que morirse, y lo malo no es morirse sino estar enferma siempre,

amargándote la vida. Los médicos siempre están tratando de que uno renuncie a

los pocos placeres que puede disfrutar, te dicen que no fumes y ellos fuman, que no

bebas y ellos tienen una botella en la gaveta del buró, que no fiestees, que no

trasnoches, que no comas demasiado y eso todo el mundo lo sigue, porque aquí en

este país nadie puede comer demasiado, ja ja ja. No esto, no aquello, no lo otro, y

entonces ¿para qué carajo va a vivir uno? No me jodan. En lo adelante me voy a

poner una flor en la cabeza como siempre hacía y a la mierda con todo. Me las voy

a robar de donde las vea, que las flores aquí no están muy abundantes. Aquí lo que

hace falta es resolver lo de hoy, el pasado pasó y te jodiste con él, y el futuro no

existe. Hoy estás aquí y mañana no se sabe dónde vas a estar. Va y te pasa un

camión por encima y largas las tripas en medio de la calle y adiós Tania la boba, la

monga, la solitaria, la reprimida, la abandonada, la olvidada, la que no supo vivir su

vida a tiempo. Dios mío. San Alejo que te aleje. Pues sí señor, haré todo lo que me

gusta, aunque largue un pulmón en el intento. Y una mañana se aparecerán Mayra

y Miguelito y entre los tres sacaremos todos los tarecos, la porquería, no dejaremos

ni dónde amarrar la chiva, y aquí no quedará ni un solo grano que huela a viejo, a

feo, a húmedo, a nostalgia, a recuerdos. Nada inútil. La casa pelada. Sólo algunas

cosas imprescindibles. A menos bulto más claridad. Más limpia, más cómoda, más

acogedora. Y si me da por permutarla o venderla le sacaré mucho más. Para qué

tantas cosas, tantos cachivaches. Ah. Rinconeras que traen cucarachas y ratones.

Cosas inútiles que uno guarda y nunca usa. El ser humano es demasiado ambicioso y

amontonador de mierdas. Le gusta rodearse de cosas materiales que lo que hacen

es complicarle la vida, porque con cada nuevo artículo o equipo que compre tiene

que dedicarse un tiempo más a usarlo y a mantenerlo, y en eso se le va la vida,

porque si me compro una radiocasetera y no la oigo nunca para qué coño me la

compré. Y si la oigo, una parte de mi tiempo libre de vivir se me va en eso y dejo de

hacer otras cosas más importantes y necesarias que nunca voy a hacer. Y sí, parte

de la vida es oír música, pero la vida no es sólo música, después viene el televisor, y

la lavadora, y el ventilador, y la batidora, los juegos de mesa, los aparaticos de fotos

y los proyectores, todos esos inventos de la vida moderna que llenan una casa y

después de los primeros días del embullo por la escobita nueva van a parar al rincón

del olvido. ¡Ah! El desbarajuste. Y pensar que se puede ser feliz con tan poco. Pues

eso, terminaré los arreglos con la ayuda de Mayra, Miguelito y algún que otro joven

de la casa de Marina. Miguelito tiene gusto para esas cosas. Dice Charito que los

homosexuales tienen buen gusto porque piensan como las mujeres pero son más

inteligentes. Quién sabe. Pero a mí no me importa lo que sea Miguelito, conmigo es

muy bueno, que haga con su vida y con su cuerpo lo que le dé la gana, yo no lo

veo cuando hace esas cosas que hace, así que no me ofende. Prejuicios y más

prejuicios. Pero cuando termine de arreglar la casa me sentaré en una butaca a

contemplar mi obra y entonces, oh niña inocente, me daré cuenta de que yo habré

hecho todos esos arreglos para que las vecinas de la cuadra se jodieran, se murieran

de rabia, se dieran cuenta de que yo no les hacía caso, cuando en realidad estaba

haciéndoles caso, y mucho, y que todo habrá sido inútil, porque en definitivas

ninguna de ellas vendrá a ver mi casa ni se dará cuenta de los cambios que habré

realizado y a mí no me bastará con disfrutarla yo y que ellas no se enteren de nada.

Chismosas, cabronas, pendejas. Ninguna verá mi casa nueva, ninguna se joderá con

eso, ni se morirá de rabia, ni se dará cuenta de que yo le hago el menor caso. Tania

tonta, niña ingenua, oyendo los cuentos de tu mamá y soñando con la nieve sin

haberla visto nunca, so guanaja, te pasas la vida diciéndote que no te importa el

qué dirán, pero te importa tanto que vas a gastar todo lo que te queda para

transformar tu casa y que nadie más que tú y los cuatro gatos que suelen venir

puedan verla. Y por cuánto tiempo. ¿Y si te vas del país? ¿No has pensado en eso?

¿No has pensado que quizás mañana mismo ya no estés viviendo aquí, en esta

casa?

(continuará)

Augusto Lázaro

@augustodelatorr

www,facebook.com/augusto.delatorrecasas


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