sábado, 1 de agosto de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 27

Se me ha hecho tarde aquí y Marina no quiere que me vaya, ¿cómo te vas a ir a

esta hora, muchacha?, a ver si te dan un revolcón por ahí y te desgracian, que la

calle está de huye que te cogen. Aquí cuando se acuestan apagan todas las luces,

¿para qué vamos a dejar algo encendido si cuando uno está durmiendo no ve

nada? Y no se oye ni una sola voz, porque nos dormimos de cañón y no nos

despierta ni una bomba. Esta casa no es como mi casa. Mi casa se comunica con

las dos casas que tiene  a los lados, las paredes son comunes y todo se oye, pero

ésta está separada de todas las demás y sus paredes no tienen nada que ver con

las paredes de las otras casas que le quedan pegadas, por eso no oímos ningún

ruido que hagan los vecinos, y así es mejor, porque así es como si no hubieran

vecinos alrededor. En mi casa, además de que se oye todo, por el muro de la casa

de Aleida se oye hasta cuando alguien se tira un viento, tú no tienes una gota de

intimidad, yo no sé cómo hicieron esas viviendas de esa forma, sin ninguna

independencia. Tal vez por eso mismo me cuesta tanto conciliar el sueño aquí,

porque aquí no se oye nada, y la calle tiene muy poco tránsito, no es como la calle

donde yo vivo, que por allí pasa lo mismo una bicicleta que una rastra de diez y seis

ruedas... Y ahora aquí todos están durmiendo, menos yo. ¡Ah! Faltaba más. La

insomne. Sí, y la comemierda. No sé cuándo se me va a quitar tanta bobería. Pensar

y pensar y pensar, en eso se me van las horas, por eso me desvelo. Para qué me

habré quedado. Total, nadie me iba a comer en la calle. Dice Charito que cuando

a su madre le da por coger calle, trasnocha más que una lechuza y se olvida de la

casa. Voy a quedarme tranquila, sin moverme, voy a relajarme, a cerrar los ojos, a

no pensar en nada, voy a descansar, a descansar, a descansar... pero siento algo, sí,

algo así como un tintineo en el techo de zinc de la terraza, como una cajita de

música... voy a levantarme a ver qué es lo que suena así, voy a mirar en el patio

a ver, es como si estuviera lloviendo, pero no, no está lloviendo, no es agua lo que

siento, ahora apenas lo noto, pero sí, ahora puedo verlo, es... es nieve, es nieve,

sí, no me engañan mis ojos, es nieve lo que cae, está nevando, por eso siento tanto

frío, ¡ay, que me tullo!... menos mal que por ahí viene mi mamá con un abrigo, sí,

seguro que mi mamá me sintió levantarme, corre, mami, para que veas qué bonita

cae la nieve, ven, vamos a abrir las persianas, vamos a acercarnos, ven, es como

tú me decías, dame acá el abrigo, que me congelo, mi mamá se ríe, se le pone la

cara como antes, hace mucho tiempo que yo no la veía tan contenta, debe ser por

la nieve, porque al fin yo puedo conocerla, qué linda y qué blanca, la nieve, ¡ay!,

voy a tocarla a ver si está tan fría y tan suave, mami, ven, vamos a tocar la nieve,

vamos, ¡huuuyyyyy!, sí, qué fría está, por fin, gracias a Dios que puedo ver la nieve, es

maravillosa, voy a salir al patiecito de cemento, ¿no vienes conmigo, mami?, anda,

vamos a jugar con la nieve, a amontonarla como tú me decías, para hacer bolitas,

y un muñeco, pero ¿dónde está mi mamá?, no la veo, ay, este abrigo me queda

muy grande, y pesa mucho, y no veo a mi mamá por ningún lado, sólo veo la nieve,

hay nieve por todas partes, la nieve lo está tapando todo, cómo crece, Dios mío, la

nieve entra en la cocina, está llenando la cocina, se me aproxima, me va a cubrir a

mí también, me va a ahogar, ¿dónde está mi mamá?, me está envolviendo toda,

me hielo, corre, mami, que la nieve me ahoga, ven a sacarme de aquí, la nieve, la

nieve, la... ¿Durmió bien la jovencita? Me despertó Marina y me senté en la cama

de un tirón, sudando en frío. ¿Qué te pasa? Ni que hubieras visto un muerto.

Me alcanzó una taza humeante de café. Eran más de las ocho en el reloj encima

de la mesa de noche. El caserón se transformó y volvió a tomar su aspecto diurno

con ventanas y puertas cerradas y dentro como si no hubiera nadie. Marina me

señaló la taza como diciéndome que se me iba a enfriar. Pero la taza echaba humo

y comencé a soplarla para poder tomarme el café. Fuerte y amargo, como le

gustaba a tu padre. Sus ojos le brillaron cuando dijo eso, y de pronto me acordé de

las mañanas en que mi padre me traía a esta casa y me dejaba en el jardín, pero mi

mente estaba muy confundida y no quería confundirla más. Le conté mi sueño.

Marina se sentó en el borde de la cama y comenzó a hablarme mientras se fumaba

un cigarro y se tocaba el pelo, alborotándoselo más de lo que ya lo tenía. Esta casa

siempre está vacía. Siempre. A pesar de esos jóvenes que vienen por la noche,

siempre está vacía. Anita sólo viene los fines de semana, desde el accidente vive

con sus otros abuelos que la miman tanto que la van a convertir en un buñuelo

con almíbar. Cuando Anita viene la casa se alborota, pero yo me la llevo para

el zoológico o a hacer alguna visita o a tomar helados por ahí, porque si nos

quedamos aquí enseguida empieza a preguntar por su abuelita y eso yo no lo

resisto, no sé qué decirle y me pongo a llorar y eso es peor, porque ella entonces

también se pone a llorar. Anita es mi niña, mi tesoro. Yo quería que fuera bailarina

pero a ella parece que el baile no le gusta. Es extraño que a una niña no le guste el

baile, ¿no te parece? En cambio, a Chari siempre le gustó bailar, pero nunca me

decidí a matricularla en una escuela de ballet como ella quería, quizás porque

pensábamos irnos y todo era un papeleo y el caso es que no hice ningún esfuerzo

por complacerla, no hice ninguna gestión para que ella estudiara ballet, y creo

que eso nunca me lo ha perdonado. Aunque en esas escuelas, como en todas, le

lavan el cerebro a los alumnos, porque de eso no se escapa aquí ni el chino viejo de

la tintorería que no puede ni con su sombra. Y ahora figúrate, ya Charito no quiere ni

oír hablar de bailes ni de nada, me dice que yo nunca la quise y que sólo quiero a

Anita... Me tomé el café ya medio frío y me quedé en la cama, oyendo a Marina,

que no se cansaba de hablar de su familia y de sus problemas. A esta casa le hace

falta un hombre. Oh, sí, un hombre. Mi marido preso, mis hijos que no paran aquí,

Anita con sus abuelos, como ya te dije, y yo aquí sola todo el tiempo. Parece que los

muchachos no se dan cuenta de nada, pero el caso es que se van y me dejan

siempre sola. No les importo nada. Sola, siempre sola... A partir de ese momento yo y

Marina nos compenetramos tanto que cuando una de las dos tenía algo atorado

dentro iba en busca de la otra para desahogarse, a pesar de la diferencia de edad.

Me dio mucha pena verla así aquella mañana y le conté mis cosas, con la

esperanza de que se diera cuenta de que todos teníamos problemas. Le hablé de

Bertica, de mi situación, de la salida frustrada, y cuando terminé de desahogarme

Marina sonrió, me pasó una mano por la cabeza y me dijo tienes razón, Tania, tienes

mucha razón, todos tenemos problemas, sólo que hay problemas que son mayores

que otros, y poniéndose de pie, encendió otro cigarro y terminó: y hay personas más

débiles que otras para soportarlos...

(continuará)

Augusto Lázaro

@augustodelatorr

www.facebook.com/augusto.delatorrecasas



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