domingo, 17 de mayo de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 18

Me siento bien aquí, mirando la gente, los músicos de la banda que están poniendo

sus instrumentos para dar una retreta, los viejos que conversan en los bancos, pobres

viejos, que eso es lo único que pueden hacer ya. Quisiera saber qué esperan de la

vida esos viejos, pero no quiero ni pensar en cuando yo sea vieja, si es que llego a

esa edad. No. Sería mejor no llegar. Aquella parejita tan acaramelada en la esquina

de Heredia es todo lo contrario, esos no tienen tiempo para conversar, toqueteos,

apretadera, besuqueo, mírenlos, si parece que ellos creen que nunca serán viejos. Y

yo, ¿cómo seré yo si llego a vieja? Me horroriza pensarlo. Porque los viejos siempre

estorban, como dice Aurelia, nadie los quiere, nadie se ocupa de ellos. Aunque yo

quiero a Aurelia, porque Aurelia se porta muy bien conmigo, pero siempre me está

diciendo eso, que los viejos sólo sirven para cuidar nietos y para hacer mandados.

Qué cosa. Mejor ni pensar en eso. Ojalá muriera joven, no resistiría ser un estorbo

para nadie. En fin, que estoy bien en el parque. Los músicos, los niños, la gente, sí,

entretenerme y olvidarme de todo lo demás. Sábado por la tarde. Las luces se

están encendiendo. Hay muchas muchachas en el parque regando su perfume

como si tuvieran atomizadores, creo que se dice así. El diccionario, casi no lo uso

ya. Mi mamá me ponía perfume en el pelo, en las orejas, y en el cuello, cuando

terminaba de bañarme, cuando yo era una niña. Mi mamá me decía que las niñas

siempre deben oler bien y estar muy limpias, por eso me quedó esa quisquilla por la

limpieza, porque yo seré regada, seré desordenada, lo reconozco, pero eso sí, no

soporto que algo esté sucio. ¿Cómo tú te llamas? Me saca de mi ensimismamiento

la voz del niño, que ya se me había olvidado que lo tengo sentado aquí conmigo.

Me llamo Tania, ¿y tú? ¿Yo? Manolito. ¿Tú vienes mucho al parque, Manolito?

Mi tía me trae algunas veces, pero siempre se va con uno de ésos y me deja solo.

¿Siempre se va con quién? Con uno de ésos. Manolito me señala los marineros que

están conversando con Mayra y me doy cuenta de que también me había

olvidado de ella, a la que el niño llama su tía. Por fin habló algo, porque desde que

lo conocí ha estado más callado que una  babosa. Oye, Manolito, ¿y siempre hay

tantos marineros de ésos por aquí? No, siempre no, cuando llega algún barco es

que ellos vienen. Los estudiantes de  la Secundaria que está en Heredia dicen que

esos marineros son de un barco que llegó ayer a Santiago, pero todos no son

amigos de mi tía. ¡Ah! ¡Así que son de un barco!... Me quedo callada unos minutos y

pienso cuántas cosas verán esos marineros que viajan en los barcos, que seguro que

han visto cantidad de ciudades distintas, de países distintos, de lugares que yo

nunca podré ver, y seguro que también han visto la nieve... y cierro los ojos y me

pongo a pensar en todas esas maravillas de los viajes y me veo caminando por las

calles de una ciudad que no conozco, una ciudad muy extraña, estoy perdida, le

pregunto a los que pasan por mi lado, pero ellos me miran y me hablan en un

lenguaje que yo no comprendo, entonces llego a un recodo solitario donde no veo

una sola persona, un parquecito con varios bancos de madera rodeados de nieve,

con árboles cubiertos de nieve, todo está cubierto de nieve, todo es blanco y sólo

puedo ver los banquitos de madera, tiemblo de frío, me siento en un banco, no oigo

nada ni veo a nadie, hasta los edificios que rodean el parque están cubiertos por la

nieve, ¡ah!, qué paz, qué silencio, qué tranquilidad, me pregunto dónde está la

gente y siento que me halan por el brazo y la voz de Manolito me llega suavemente

a los oídos hasta que se hace clara... y eso que tienen puesto se llama poliestre, me

lo dijo mi tía, que a ella le dieron un pedazo de poliestre. Ah, ¿sí? Sí. Dicen los

estudiantes de la Secundaria que esos marineros nada más que son pelo, sudor y

poliestre. ¿Los estudiantes dicen eso? Sí. Y dicen que mastican chicles y tienen

cadenas colgadas del pescuezo y marcas en los brazos y mil cosas. Tienen de todo,

pero dice mi tía que esos estudiantes lo que son es unos envidiosos. ¿Tú no masticas

chicles? Mayra me está haciendo señas de que se va con uno de los marineros por

Santo Tomás y de que me quede aquí cuidando a Manolito. Se va mi tía, mira, se va

mi tía... Manolito se levanta y corre en dirección a Mayra, pero yo lo alcanzo y lo

detengo. Manolito, ven, vamos a esperar aquí a tu tía, que ella viene enseguida.

El niño se me queda mirando como si presintiera que lo estoy engañando y esa

mirada suya me sacude el estómago. Mayra desaparece de mi vista mientras yo

me siento con Manolito, hasta que él se va tranquilizando, muy pegadito a mí,

acurrucándose, y me vuelve a preguntar si yo no mastico chicles. Le acaricio la

cabeza y le digo que no, que yo no tengo chicles. Nos quedamos así unos minutos

mirando la gente, sin decirnos nada, sentados en el banco, quietos, mirando y

oyendo, pues ya los músicos de la banda comienzan a tocar y la gente se va

arremolinando alrededor...


(continuará)

Augusto Lázaro

@augustodelatorr



http://laenvolvencia.blogspot.com

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