domingo, 22 de marzo de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 11

Todas las noches me desvelo, pensando en mi mamá. Por mucho esfuerzo que

haga por pensar en otra cosa, siempre termino pensando en mi mamá. Y me duele

la cabeza, a pesar de que me tomo una o dos aspirinas antes de acostarme. Me

duele la cabeza y pienso en mi mamá. Bertica ni se mueve, duerme como un

angelito, si al menos se despertara me entretendría un poco. Cuando pasan las

horas y no puedo conciliar el sueño me dan deseos de despertarla, pero miro su

carita inocente, tan feliz en su sueño, que no tengo valor para cortárselo. Entonces

me pongo a dar vueltas por toda la casa, enciendo las luces de los cuartos, del

pasillo, de la sala, del baño, de la cocina, y me da por tomarme muchas tazas de

café, una tras otra, a ver si me intoxico y se me quita esta angustia, o a ver si me

reviento de una vez y no pienso más en mi mamá ni en otra cosa y me duermo para

siempre. No debería pensar tanto en mi mamá, al fin que ella se fue con mi padre y

mis hermanos y me dejó aquí sola, con la niña, y arréglatelas como puedas. Claro,

tenía que irse, cómo no, tenía que irse con el toro furioso, ya lo creo, pero yo tuve

que quedarme y tengo que joderme aquí sola, porque a nadie le importa una

mierda que yo esté aquí sola con la niña, pasando las noches en vela, pensando, sí,

pensando, como si eso fuera lo único que puedo y debo hacer: pensar. Y pensar en

cosas malas, porque en mi cabeza no hay ni un solo pensamiento bueno. Ni uno

solo. Desde que se fue mi mamá ya no sé si en el mundo existen cosas buenas,

bonitas y agradables. No. Lo único que sé es que mi mamá se largó para el Norte y

yo estoy sola aquí con mi hija casi recién nacida, con el asma que me atenaza casi

constantemente, y sin esperanzas de reunirme allá con mi mamá, porque el muy

desgraciado de Tony no entra por el aro, ¿qué tú dices?, estás loca, mocosa, si

crees que voy a dejar que te lleves a mi hija, olvida el tango, nené. Eso fue lo que

me dijo cuando fui a verlo a la cárcel. El hijo de puta. Ah, sí, pero si él quiere joder, yo

también voy a joder, no le voy a llevar a Bertica para que la vea y se acabó. Pero el

caso es que me tengo que quedar aquí encerrada, en esta casa que poco a poco

se me irá cayendo encima, y todas las noches el mismo cuento: desvelo, dolor de

cabeza, café, aspirinas, pañales, biberones, frota que frota, dobla que dobla,

tiende que tiende, y yo cada vez más flacundenga, más ojerosa, más desencajada.

Y cuando llega la noche esta casa se convierte en una pesadilla, entonces las

paredes de mi cuarto se mueven, se acercan a mi cama, me van a apachurrar, y

todo se me viene encima, me aplasta, me tritura, me asfixia, abro la boca totalmente

y se me salen los ojos, doy un salto y grito, grito, grito, y me dejo caer otra vez sobre

el colchón que cruje y hace un ruido del demonio por los muelles desvencijados...

Me quedo quieta, rendida ante la realidad sin salida posible, hasta que ya de

madrugada, cuando comienzan a cantar los gorriones en las matas del patio de

Aleida, se me van cerrando los ojos por el agotamiento, la luz se va apagando, y

ya no siento nada más. Entonces sueño con la nieve: veo la nieve que cae

suavemente contra la ventana y sobre el muro del patio, se desparrama por las

paredes, cubre todos los muebles, se derrite en el piso, y todo se llena de agua,

y yo floto en ese mar que llena todas las habitaciones, yo soy aquella niña que

navega en un inmenso mar buscando al caballero de los cuentos que me hacía

mi mamá, que ahora sería un capitán famoso y llegaría en una barca adornada

con miles de caracoles y de algas, con muchos marineros halando las sogas para

que la barca se acercara al lugar donde yo estoy, y ese capitán me rescatara de

las aguas donde me estoy ahogando, pero de pronto me despierto, siento algo

parecido a un eco que repite ooo, ooo, ooo, el eco de un grito que yo misma he

dado, que vibra en mis oídos otra vez, ¡nooooooooooooooo! Después el silencio.

Todo sigue en calma. Siento un miedo que mantiene mi cuerpo pegado a la cama

hasta el amanecer, tapada de pies a cabeza, inmóvil, rodeada de silencio, sólo de

silencio, hasta que el llanto de Bertica sacude mis músculos, entonces me destapo,

la miro, me levanto, me acerco a su cuna, la cargo, vuelvo a colocarla, corro a la

cocina a prepararle la toma, y mientras preparo el biberón siento sus gritos, sus

chillidos, por el hambre que tiene, porque soy muy torpe y me demoro demasiado...

Y eso es todos los días. Y todos los días se repite mecánicamente la misma jornada

de los días anteriores. Y es como si yo estuviera viviendo otra vez uno de esos días

que he vivido ya. Y solamente me vuelve el alma al cuerpo cuando siento la voz de

Aurelia que me llama, Tania, Tania, porque Aurelia viene todas las mañanas antes de

las ocho y nunca toca, ¡Tania!... ¡Tania!... Y cuando Aurelia entra carga a Bertica,

limpia la cocina, friega la losa que quedó de la noche anterior, recoge las cosas

que dejo regadas por todos los cuartos, se pone a conversar conmigo un rato, se ríe,

abre las ventanas, y entonces la luz llega a todos los rincones de la casa...

(continuará)

Augusto Lázaro

@augustodelatorr



http://laenvolvencia.blogspot.com

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