domingo, 15 de marzo de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 10


¡Cómo no me voy a acordar de aquella tarde! Aquella tarde rompió las últimas

fibras inocentes de mi adolescencia. El tiro de gracia lo dio el telegrama. Ese día mi

padre me dio muchos besos, me dio más besos que todos los que me había dado

desde que nací. Se puso a caminar por la sala y a mirar todas las cosas como si

fuera alguien que nunca hubiera estado allí: caminaba, se paraba, encendía un

pitillo, seguía caminando, se volvía a parar, botaba el pitillo que acababa de

encender, y se quedaba largo rato mirando una foto, un adorno colocado en las

repisas, un punto en el espacio que yo no podía descubrir. Pero lo más bonito, cada

vez que me pasaba por el lado me abrazaba muy fuerte, me apretaba con toda su

fuerza, me besaba con pasión. Yo nunca lo había visto así. Ahora es que me doy

cuenta de que tiene que haber pasado un momento terrible, después de todo yo

era su hija. Mi mamá lo único que hacía era mirarme y llorar. Se me quedaba

mirando, movía la cabeza como diciendo no, se tapaba la cara con las manos, y

a llorar. A mí no me decían nada. Los dos parecían haber enmudecido de repente.

Eso fue en los primeros momentos. Yo no sabía qué hacer, no me atrevía a abrir la

boca para preguntarles. Besa que te besa y llora que te llora y yo en el aire. Bertica

en su cuna, inocente de todo. Después me acuerdo de que llegaron unas vecinas y

más tarde dos o tres familiares que yo apenas conocía, y las tías repintadas y

antipáticas, y al oscurecer se aparecieron los amigos de mis padres que vivían en

Vista Alegre, Marina y Esteban.  Yo no sabía nada de ellos como no sabía nada de

las mujeres que visitaban a mi mamá y se metían con ella en su cuarto a rezar y a

cuchichear sobre la astrología y esas cosas. Pero yo sabía que mis padres iban a la

casa de Marina algunas veces, sobre todo mi padre, que iba con los varones.

Aquel día mi mamá me habló mucho de Marina cuando se calmó un poquito,

Marina es mi amiga del alma, es como mi hermana, la mujer más noble que he

conocido, y entonces me acordé que varias veces me había llevado a su casa en

Vista Alegre, una casa rodeada de jardines donde por todas partes se abrían las

flores y donde yo me extasiaba contemplando tantas flores de tantos colores y las

cosas bonitas que tenía Marina. Eso fue hace mucho tiempo, cuando yo era una

niña que le preguntaba a mi mamá los nombres de las flores, por eso me acordé de

pronto de Marina, porque después que comencé la escuela ya Marina no volvió a

mi casa ni mi mamá volvió a llevarme a su casa. Ni a ningún otro lugar, a no ser a

la primaria. El caso es que todos se pusieron a hablar al mismo tiempo y mi mamá y

Marina se pusieron a llorar. La cabeza se me quería reventar. Pero por la noche fue

lo peor. Por la noche me fui para el fondo de la casa, nadie se dio cuenta por el

revolisco que había, mis hermanos registrando sus cosas, aquello parecía un zoco

marroquí. Nadie se ocupaba de mí. Y yo quería estar sola, que no me viera nadie,

meterme en un rincón donde pudiera concentrarme y pensar en todo aquello,

porque yo presentía que todo aquello que estaba pasando era algo malo que

me iba a fastidiar. Y en el fondo, en un cuarto de desahogo sin luz que está al lado

del patio, me puse a pensar. Entonces me vi caminando por aquella casa enorme,

con las paredes pintadas de blanco ya descascaradas, llenas de fotos viejas y de

cuadros antiguos, y yo era una niña que caminaba de una habitación a otra

llamando a mi mamá, mami, mami, dónde estás, mami, ven, que tengo miedo, y

de pronto me echaba a correr sin saber hacia dónde, pero la casa crecía, se

inflaba, parecía un globo gigantesco que se fuera a reventar en un momento, yo

aterrorizada, corría por el pasillo de cemento, junto al muro de la casa de Aleida, y

la llamaba, Aleida, Aleida, corre, que la casa se va a reventar, y yo no podía tocar

las paredes ni las puertas que siempre se alejaban, yo corría y gritaba, pero ni mi

mamá ni Aleida respondían a mis gritos, y comencé a llorar... Así estuve largo rato,

no sé si dormida o soñando, o quizás viviendo por adelantado un horror que

suponía que se me venía encima. Me quedé allí sola sin que nadie se ocupara de

mí. Bulla, gritos, llanto, todos hablando al mismo tiempo, corriendo de un lugar a

otro, sacando cajas y cosas de los armarios, y el dolor de cabeza que no se me

quitaba. Cuando me calmé un poquito me acordé de Bertica y corrí hasta su cuna.

Me quedé un rato mirándola: estaba rendida, bocabajo, con su boquita abierta.

Qué bonita es la inocencia. Me dio envidia su suerte, ella estaba ajena a todo lo

que estaba sucediendo o que sucedería, y estaría ajena muchos años todavía,

quizás toda su vida. Mi hija. La miraba y la miraba y me abstraía del desorden que

se había posesionado de mi casa. Yo sólo sabía que algo malo iba a ocurrir, sobre

todo a mí y a Bertica. Hasta que por fin me enteré de la verdad, ya muy tarde, al

borde de la medianoche, cuando se habían ido los extraños. Mucho trabajo le

costó a mi padre ponerme al corriente, ¿y por qué yo y la niña tenemos que

quedarnos si ustedes se van, si mis hermanos se van con ustedes?, les pregunté tras

conocer la terrible verdad. El padre de la niña se negó a dar su consentimiento

cuando le llevamos los papeles a la cárcel, y después de soltarme esa respuesta mi

padre desapareció de mi vista. Entonces me enteré por mi mamá que Tony estaba

preso, que había robado en los ferrocarriles donde él trabajaba, y que de ninguna

manera accedió a autorizar la salida del país de la niña, y sin esa autorización las

autoridades no la dejaban salir, y claro, ni pensar que yo me iría del país sin mi hija.

No quería entender, pero iba entendiendo poco a poco. No quería imaginarme lo

que nos esperaba a mí y a Bertica, solas en la casa mientras que mis padres y mis

hermanos se iban para los Estados Unidos. El terror fue tan intenso que ni siquiera me

dio por llorar, me desmayé y mi mamá tuvo que pegarme algo en la nariz según me

dijo cuando me recobré. Entonces volvió mi padre y entre los dos me marearon con

sus lequeleques: te dejaremos bastante dinero, mi amorcito, tú verás que no te va a

faltar nada... y Aurelia va a venir todos los días a ayudarte, ya hablamos con ella...

y no vas a tener ningún problema... Aleida se va a encargar de darte vueltas y de

atenderte diariamente... y Marina, y las tías, y tus primas también te ayudarán... tú

verás que no vas a tener ningún problema... después ya veremos cómo resolvermos

el asunto de la niña para que tú y ella puedan reunirse con nosotros... no te

preocupes, eso será cuestión de meses, tal vez de semanas... pero ahora nosotros

tenemos que irnos, tenemos que aprovechar la salida, no vaya a ser cosa que esta

gente no nos dé otra oportunidad... pórtate bien, mi vidita, pórtate muy bien, y

cuídate, y cuida mucho a Bertica, nosotros tenemos que irnos ahora, compréndelo,

hija, tenemos que irnos, no podemos dejar la salida para más adelante, ya lo

tenemos todo preparado, y todas las gestiones terminadas, hasta tenemos los

pasajes, pero no te preocupes, no te va a faltar nada y todo se va a resolver muy

pronto, ya verás... Mis padres habla que te habla y yo aturdida, sin oír apenas las

recomendaciones que me hacían. Bertica era un bebito todavía, un bebito que

dependía de mí para todo, y yo, ¿de quién dependería a partir de ese momento?

Pensar que mis padres nunca se enteraron de que toda esa gente que tanto me

recomendaron no puso un pie en mi casa, a no ser las odiadas tías y las primas que

vinieron un día a registrarlo todo y a llevarse todo lo que quisieron llevarse, las muy

desgraciadas. ¡Ah! De eso hace ya cinco años y me acuerdo de todos los detalles,

como si todo aquello estuviera ocurriendo ahora mismo. La tarde del dichoso

telegrama, lo que sucedió en los días anteriores que yo no había captado, el entra y

sale de la gente en la casa, los papeles, las maletas, los baúles, el teléfono, la lucha

que me daba Bertica, la pobre Aurelia, que no tenía descanso con las cosas de la

niña, mis ataques de asma, el corre corre, las visitas a desconocidos, Marina y

Esteban, las tías repintadas, la cuadra alborotada, mi mamá quejándose de sus

achaques, mi padre llenando los rincones de la casa de colillas, mis hermanos

callados y serios como si estuvieran castigados, y yo que no sabía nada, que no

supe nada hasta última hora, hasta el mismo momento en que llegó el maldito

telegrama, porque a partir de ese momento ya todo fue distinto...

(continuará)

Augusto Lázaro

@augustodelatorr



http://laenvolvencia.blogspot.com

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