domingo, 22 de febrero de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 7

Esta noche voy a vivir una pesadilla. Lo presiento. Lo sé. Me lo dice el corazón y el

corazón nunca me engaña. Sé todo lo que va a sucederme y sé que no voy a

poder evitarlo. Mi mamá ingresada y mi padre con los cabroncitos esos por ahí. Y

yo aquí sola. Mi padre nunca sale conmigo, ni siquiera me lleva al hospital a ver a

mi mamá, y yo tengo que ir a verla con Aleida cuando Aleida tiene un chance y me

hace el favor de acompañarme. Mi padre no me quiere, lo suyo son los varones, y

cada vez que va a salir con ellos y yo le digo que me lleve me repite el mismo

sonsonete: ¿con esa barriga?, ni lo sueñes, no pensaste en esto cuando dejaste que

te la hiciera el muerto de hambre ese, y mis hermanos se ríen a carcajadas. Monos.

Idiotas. Desgraciados. Por eso, después que ingresaron a mi mamá, lo normal para

mí es pasarme el día sola. Y a veces las noches, porque mi padre y mis hermanos no

calientan la casa. Sola, y a mí la soledad no me gusta ni un poquito así. A veces me

pongo a hablar conmigo misma, cuando me canso de oír los mismos discos que me

sé de memoria o cuando me aburro de lo que pasan por la tele, que siempre es lo

mismo también. Y entonces me pongo a hablar con los cuadros, con las fotos, con

los adornos, no me puedo quedar con las ganas de decir todo lo que siento y se lo

digo a las paredes, a los muebles, a los gatos que se tiran en el patio. Y esta noche

estoy sola, pero esta noche va a ser la noche de la pesadilla, de una pesadilla que

después yo trataré de borrar de mi memoria, pero que la llevaré clavada en el

recuerdo hasta que muera, como llevo clavadas tantas cosas que quisiera olvidar.

Ah, qué bueno sería olvidar, qué bueno sería que una pudiera olvidarse de todo lo

malo que le ha sucedido. Sí, qué bueno, qué fenomenal sería eso. Lo primero que yo

borraría de mi memoria serían las peleas de mis padres y las palizas que me daba mi

padre y los golpes que me daba Tony, y todo lo que me ha sucedido con Tony, que

maldita sea la hora en que lo conocí. Y por supuesto, borraría lo que me va a pasar

esta noche que estoy sola en el silencio sobrecogedor de esta maldita casa, sin

saber qué hacer, nerviosa, angustiada, esperando que toquen a la puerta... Y

tocan. Entonces me paralizo, mirando a la puerta. Son unos golpes desesperados

que me dejan en el medio de la sala sin poder moverme. ¿Quién es?, pregunto,

sabiendo bien quién es, pero lo digo tan bajito que yo misma casi no lo oigo. Me

lleno de valor y repito quién es en alta voz, y la respuesta no es otra que la voz de

Tony, aquella voz que yo escuché en el parque de Ferreiro la primera vez que fui a

encontrarme con él, y que oía después en cada nueva cita, cuando nos veíamos a

escondidas y a mí no me importaba otra cosa que no fuera oír aquella voz que me

llenaba los oídos de una música suave, y yo me olvidaba de la escuela, de mi casa,

de mi familia, de todo, remontada muy alto, como si yo estuviera en una nube azul

que regara las plantas y las flores del jardín más hermoso que yo hubiera conocido

en los cuentos que me hacía mi mamá... Entreabro la puerta y vuelvo a escuchar

aquella voz, déjame entrar, cosita, déjame, que quiero hablar contigo, anda, no

seas tan rencorosa, que el rencor es malo y amarga el corazón, y miro a Tony y me

parece que él no puede estar ahí parado a menos de un metro de mí, déjame

entrar, chica, que me he pasado todo este tiempo pensando en ti, en ti, vamos, en

nosotros, te lo juro, no te me quitas del cerebro ni un solo minuto, de verdad, oye,

mira, estoy arrepentido de haberte tratado tan mal, de verdad, Tony pidiéndome,

rogándome, suplicándome que lo deje pasar, mira, Tania, yo pienso que nosotros

podemos arreglarnos, volver a estar juntos, ¿por qué no?, olvidarnos de todo y

comenzar de nuevo, Tony frente a mí, cabizbajo, arrepentido, transformado, sí, y

mira, cosita, estoy haciendo una gestión ahí, en mi trabajo, para que me den una

casa para nosotros dos, un lugar donde podamos vivir tú y yo solos y ser felices, muy

felices, sin que nadie nos moleste, y así no vamos a tener ningún problema, tú y yo,

con el niño cuando nazca, anda, déjame entrar, cosita, te lo pido por lo que más

quieras, y esa seguidilla de la voz de Tony no la puedo resistir, quito el seguro de la

puerta, la abro de par en par, y Tony entra, y enseguida que entra trata de tocarme,

de besarme, de abrazarme, y yo no me dejo tocar ni besar ni abrazar, porque

reacciono y no lo creo, cómo voy a creerlo después de todo lo que me ha hecho...

Me separo, me siento en una butaca y él también se sienta. Parece que él sabía

que yo estaba sola, no se hubiera atrevido si no. Estoy nerviosa y excitada. Nos

quedamos frente a frente. Creo que él ha bebido, siento ese olorcillo a ron que

no se le quitaba últimamente. Y entonces nos decimos todo lo que tenemos que

decirnos, un montón de barbaridades, y yo le digo mucho más, porque el muy

canallita ha seguido molestándome después del divorcio, ah, sí, ha seguido

persiguiéndome, con la pituita de volver conmigo y todo eso, mira, Tony, yo no te

creo ni una pizca de lo que me estás diciendo, y él me dice cosita, y me dice

muchas cosas que yo apenas entiendo. Ah, pero cuando oí su voz al otro lado de la

puerta me estremecí y se me olvidó todo lo malo, sentí un airecito que me subía

desde la boca del estómago y por eso fue que lo dejé pasar, pero ahora en frío no

puedo creer nada y se lo digo, no me vas a convencer, Tony, de ninguna manera,

pero él se levanta, cierra la puerta de un tirón, se me acerca, y... ven, Tony, ven,

acércate, salvaje, cógeme por los hombros y sacúdeme, bien fuerte, grítame,

golpéame otra vez, como me golpeabas cuando yo te decía algo que no te

gustaba, vamos, no lo pienses más, porque eso es lo que quieres hacerme, bórrame

definitivamente esos pocos recuerdos agradables que todavía me quedan de

cuando te conocí, de los primeros días, de nuestros encuentros en el parque de

Ferreiro, vamos, dime todas las suciezas que vas a decirme, pégame duro, anda, no

te detengas, no, desgraciado... Tú verás lo que te voy a hacer, so mona. Intento

defenderme, pero en menos de un minuto ya me estás golpeando otra vez

como antes, con toda tu fuerza, so bruto, forcejeamos un poco, pero ya tú eres el

mismo de los últimos meses y me sacudes con violencia, me tiras en el suelo, te me

encaramas encima como un perro con rabia, me aprietas, me manoseas, y ¡ay!,

suéltame, Tony, suéltame te digo, animal, si no me sueltas me voy a poner a dar

gritos, suéltame, coño, y tú me zarandeas, si te pones a dar gritos te mato, so puta,

y me enseñas una navaja que sacas del bolsillo de atrás de la pitusa desteñida que

traes puesta, y me voy a estremecer de la rabia, pero tú te afincas sobre mí, encima

de mi barrigona, de tu hijo, so bestia, ¿no te das cuenta de que estás aplastando a

tu hijo?, y siento olor a ron y me dan ganas de vomitar, pero ¡ah!, entonces todo

sucede demasiado rápido: te desabrochas la portañuela y empiezas a tocarte ahí,

a manosearte, y empiezas a hacer cosas que yo nunca te había visto hacer, que ni

siquiera me había imaginado que pudieras hacer, me la restregas en los ojos, en la

boca, en toda la cara, so bruto, hasta que siento, repugnada, con los ojos cerrados

y temblando de miedo, que ese líquido tibio me rueda por los párpados, por las

mejillas, por la boca, por el cuello... Dios mío. Me quedo en el suelo, rígida, sin poder

comprender por qué me está sucedieno todo esto, aquí mismo, en la sala de mi

propia casa, en el estado en que me encuentro, sola, ¡ay!... No sé cuánto duró ese

momento de horror, no sé cuántas cosas me pasaron por la cabeza en un segundo,

hasta que por fin el asqueroso se levantó, se abrochó, me miró, largó un eructo y

comenzó a reírse a carcajadas, hasta que salió dando un portazo... Yo seguiré un

rato más en el suelo, tirada como una perra muerta, casi sin respirar, con mi bata de

casa hecha ripios, con los ojos cerrados porque no querré abrirlos, con deseos de

vomitar, sudada, aterrorizada, arrepentida de mi ingenuidad, y después que me

vaya calmando comenzaré a llorar desesperada, a llorar, a llorar, a llorar... A veces

me pregunto si todo esto no sería otra de mis pesadillas, porque no puedo entender

cómo es posible tanta humillación, tanto dolor, cómo es posible conocer el horror

en sólo unos pocos minutos... cómo, Señor, en una muchacha que todavía no ha

cumplido quince años...

(continuará)

Augusto Lázaro


@augustodelatorr



http://laenvolvencia.blogspot.com

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