sábado, 17 de enero de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 2


Siento golpes bruscos en la puerta de la calle. Llaman a mi mamá por su nombre y

su apellido. Qué extraño. Si fueran las doce de la noche se despertaba el barrio

entero. Mi mamá se asoma por las cortinas de su cuarto y me dice que eso debe ser

un telegrama anunciando algún muerto. Después sale. Las dos nos quedamos muy

juntas en el medio de la sala, como dos sanacas, hasta que vuelven a gritar su

nombre, ahora más alto, y vuelven a dar golpes en la puerta. Entonces las dos nos

abrazamos sin saber qué hacer. Pero reacciono, dejo a mi mamá temblando como

un pajarito empapado por la lluvia, voy hasta la puerta y la abro de un tirón. Buenos

días. Es un muchacho que tiene un paquete en las manos. Nos mira y se sonríe como

un bobo, y eso es lo que me llama la atención en él, esa sonrisa que deja ver unos

dientes algo amarillosos, pero perfectos, y se los veo casi todos porque el muchacho

se ríe con toda la boca, que la tiene bastante grande. Me río yo también, pasado el

susto, y me quedo parada en la puerta sin responderle los buenos días como mi

mamá me repite que se debe decir cuando alguien llama o entra, aunque ese

alguien sea un muchacho con cara de bobo y un paquete en las manos con el que

no sabe qué va a hacer, pues no hace más que mirarme y reírse. Seguimos así,

contemplándonos como dos guanajos, durante unos segundos. El no dice nada. Mi

mamá todavía cree en esas reglas de urbanidad, como les dice, la pobre, se ve que

ella no está en la calle. La gente anda a lo loco, tropiezan contigo, te empujan, te

dan un pisotón, te cepillan, te estrujan y ya, como si contigo no fuera. Pero dice mi

mamá que ella recibió una educación que hoy no se ve en ningún lugar, sí, hija, sí,

ahora en la calle no se ve más que salvajismo. Qué exagerada. Vuelvo a reaccionar

y lo único que se me ocurre es coger el dichoso paquete, colocarlo sobre la butaca,

y firmar el recibo con el lapicito mocho que me alcanza el muchacho, que sigue

riéndose como si yo y mi mamá fuéramos dos payasas de circo de barrio. Y yo debo

tener algo de tonta, ya que también me río con él y me quedo mirándolo, tiesa

como una estaca, casi pegada al guanajo. A lo mejor piensa de mí lo mismo que yo

pienso de él, que soy una guanaja, y por eso no deja de reírse el muy vaina. Al fin

coge su lapicito mocho y se va, sin despedirse, y yo me quedo en la puerta

mirándolo montarse en el camión de reparto, hasta que mi mamá reacciona,

vamos, hija, no te quedes ahí parada, entra y cierra. Por suerte mi padre está en la

calle, si no, nadie se salvaba de sus palabrotas y del consabido sermón. Por fin mi

mamá abre el paquete y se lleva las cosas para su cuarto, metiéndose por entre las

cortinas churrosas, murmurando, que ella se ha asustado por gusto, que estos

jóvenes de hoy no tienen la menor educación, y Dios nos ampare y esas cosas.

Pobre mami. Pero yo no la oigo. Yo sigo en la puerta, hasta que el camión dobla la

esquina varias cuadras abajo y se pierde de vista. Entonces cierro. Y entonces me

doy cuenta de que por primera vez en mi vida me he fijado en un muchacho como

se fijan las mujeres en los hombres. Y siento como un airecito que me sube por la

boca del estómago y me llega al pecho, algo así como un calorcito que después se

siente más abajo, en el vientre, y que eriza los pelos, esa punzadita que después

sentiriía tantas veces, cuando ya estuviera convencida de que eso no era otra cosa

que el deseo que te hace estremecer y que te hace palpitar el corazón como si se

te quisiera salir. Y entonces veo una escena de amor de esas películas que puedo

ver cuando mi mamá se queda dormida frente al televisor, y yo soy la mujer de esa

escena y el muchacho del paquete es el hombre que me atrae, me abraza, me

aprieta, me besa en la boca, me tira sobre una cama enorme, haciéndome jadear

de placer, y comienza a desnudarme sin dejar de darme besos y mordidas y

apretones, y todo se vuelve una penumbra donde no distingo nada, y música,

cortinas bonitas, jardines con flores, nubes de colores, pero mi mamá comienza a

quejarse y yo tengo que correr a su cuarto a ver qué le sucede ahora...

(continuará)

Augusto Lázaro

@augustodelatorr


http://laenvolvencia.blogspot.com

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