sábado, 30 de agosto de 2014

EL AULA SUCIA 38

La clase abierta era una prueba de fuego para cualquier porfesor en la Universidad:

a ella podían asistir alumnos, profesores, empleados, y cualquier persona ajena al

plantel que lo deseara. Siempre que a alguien le anunciaban que tenía que pasar

por esa prueba, las pastillas para los nervios aparecían en su portafolios. Era algo

que sólo le ocurría a un profesor una vez cada cuatro años, quizás cada más tiempo,

y ahora esa clase le tocaba a Marnia. Ella estaba nerviosa: se le caían los utensilios

de cocina de las manos, se mordía las uñas, regañaba demasiado a Aimée, discutía

con Mario por cualquier tontería.

--¿Y sobre qué vas a dar esa clase?

--Sobre La divina comedia.

Marnia se preparó muy bien, pero no obstante la seguridad que había adquirido, las

dos o tres semanas anteriores a dicha clase fueron una tortura. Deseaba que llegara

ese día, salir de eso cuanto antes y volver a su vida normal, y en su casa el tema de

conversación casi obligado era ese.

--Bueno, esta vez te prometo que voy a asistir y que después del mal rato te señalaré

uno por uno los fallos cometidos, aunque creo que voy a tener pocos que señalarte.

Muy pocos. Puedes creerme.

No sólo Mario le daba ánimos: Ernesto le insistía constantemente en que él estaba

seguro de que ella saldría airosa, Liliana aparentaba no darle importancia, con el fin

de quitarle la preocupación, y algunos de sus compañeros del Departamento le

ponían las manos en los hombros y le decían algo así como no te preocupes, que

eso no es nada del otro mundo, ya todos hemos pasado por eso, etc. Y aunque esas

expresiones de confianza y solidaridad le agradaban, no podía del todo sustraerse a

lo que esa experiencia significaría para su futuro en la Universidad.

--Me acuerdo de cuando yo tuve que dar mi última clase abierta -le dijo el doctor

Oropesa en un aparte junto al estanquillo de periódicos-, figúrate, que fue sobre el

desarrollo de la ensayística cubana en las cinco primeras décadas de este siglo...

Marnia caminó junto a Oropesa hasta llegar al local de Literatura, ampliado y

compartido desde la nueva estructura de la Facultad. Se detuvieron junto a la

escalera.

--Cuénteme algo, doctor, que todo el mundo me da ánimos, pero en realidad nadie

me habla del desarrollo de esa dichosa clase.

--¡Ah! -Oropesa hizo un gesto con los brazos y los hombros-. Pues nada, llegas allí y te

imaginas que estás dando una clase normal, miras el aula y sólo ves a tus alumnos

de costumbre, y te olvidas del resto de las caras que van a estar allí mirándote, y al

final, casi sin darte cuenta, se te acaba el tiempo y ya. Y nada más.

Oropesa sonrió, movió la cabeza, y también le puso una mano en el hombro,

aunque la dejó descansar unos segundos más que otros profesores junto al cuello de

Marnia.

--De todos modos -agregó, sin dejar de sonreír-, eso para ti, yo estoy seguro, no será

nada difícil. Créeme... Aquí hay algunos que han pasado un buen sofocón con esa

clase abierta, pero tú no eres de ésos. Tú... -y la miró con cierta admiración- tú darás

una clase abierta que se va a estar comentando mucho tiempo... y comentando

con elogios. Apúntalo, que te lo dije hoy, ahora, aquí, para que te acuerdes que yo

te lo vaticiné...

Cuando Marnia consideró que había terminado los apuntes para su clase abierta, le

sugirió a Mario que el fin de semana anterior se fueran a algún centro turístico, lejos

de Santiago, dejando a Aimée con los abuelos. Los centros turísticos a los que tenían

acceso los cubanos no eran muchos ni muy fáciles de alcanzar, pero Mario se las

ingenió para resolver una cabaña por una sola noche en el motel Los Mamoncillos,

dentro de la playa de Verracos, en el complejo turístico de Baconao. El sábado,

después del almuerzo, ambos emprendieron el camino tortuoso de quienes no

disponían de transporte propio, o sea, la inmensa mayoría de la población,

dedicándose al auto-stop, hacia lo que los dos pensaban que sería un bálsamo

contra la tensión preparatoria de la clase abierta, que estaba señalada para el

miércoles de la semana entrante.

--Quiero despejarme bien, no pensar en nada, en absolutamente nada que se

parezca a la Universidad ni a las cosas de la Universidad.

--Pues allí no vas a tener tiempo de pensar en nada de eso, porque nos vamos a

pasar todo el día en la playa, o metidos en el agua, o... mirando -Mario le hizo un

guiño-... sí, mirando todo lo que pueda mirarse.

--Yo también voy a mirar, cariño, así que no te entusiasmes demasiado ni te creas que tú

tienes el monopolio del disfrute visual.

--Tú siempre has mirado, sólo que yo te llevo una ventaja: una mujer tiene muchos

puntos donde clavar la vista. Muchos puntos. Pero un hombre, si le tapas la cara y la

cabeza, ya nada más te queda una camisa y unos pantalones, o si acaso un short -y

lanzó una carcajada haciéndole muecas a su mujer.

Cuando llegaron a Los Mamoncillos tuvieron que esperar un buen rato, pues a pesar de

que en la propia carpeta del motel había un letrero informando que la hora de entrada

era a las cuatro, les entregaron la cabaña cerca de las cinco. La salida, les dijeron,

aunque también estaba escrita en el mural, sería al día siguiente a las dos de la tarde.

Mario compró una revista vieja y Marnia se asomó a contemplar el paisaje que podía

verse desde una ventana de la cabañita: muchos árboles, poca gente, cielo nublado,

y oyó una música que llegaba no sabía de dónde, pero sobre todo arena, arena,

arena. Y más allá de la arena pudo ver el mar que se extendía hasta los límites de su

mirada. Poca gente, lo había notado desde que llegaron. Y muy pocos vehículos, entre

ellos un ómnibus de turismo nacional y alguna excursión de centros de trabajo. La

cabaña estaba en buenas condiciones: una instalación de tercera categoría, en un

plan creado hacía sólo tres o cuatro años, pero se mantenía limpia, ordenada, y estaba

pintada de colores claros. Además, ya los cubanos no eran tan exigentes para sus

comodidades: les bastaba con poco. Todo el mundo se había acostumbrado a que lo

mejor del país sería disfrutado por los extranjeros que traían dólares, y ya casi nadie se

sentía molesto. En eso pensaba Marnia asomada a la ventana, aunque se sentía bien y

le gustaba aquel lugar encantado, aquella cabañita acogedora e íntima, y le gustaba

estar allí con Mario, lejos de la rutina diaria abolidora de cualquier temperamento

creador, en la ciudad. Había un ventilador de techo giratorio, otro sobre la cómoda,

más pequeño, un radio VEF 206 sobre una mesita de noche, una cama amplia con

colchón de muelles, un cuarto de baño con ducha y lavabo, en fin, un lugar donde

podría pasarse muy bien un pedazo de tiempo acompañada de alguien agradable.

Marnia meditó sobre su situación, obsevando lo cerca que estaba de la playa. Se

volvió, y enseguida comenzó a probarlo todo: abrió las llaves del agua y se asombró de

que brotara a chorros.

--Querido, por lo menos tenemos agua en abundancia. Conecta los equipos a ver si

todos funcionan.

Mario enchufó el radio y los ventiladores y encendió las luces: oh, maravilla, todo

estaba ok. La miró como diciéndole hoy es nuestro día de suerte, y se recostó en la

cama para probarla. Ella se le acercó y se le echó encima, regándole el pelo, pero él

le señaló la puerta y le dijo anda, ciérrala, cosa que ella se apresuró en hacer, pero

cuando estaba a punto de cerrarla se encontró con una cara de mujer joven

uniformada que le sonreía y le decía con amabilidad:

--Compañera, si desean algo, o si hay algo que no marche bien, deben decírmelo para

ver cómo lo resolvemos enseguida.

Después, la muchacha miró a Mario a discreción y agregó: "veo que ya se han

instalado, mire, aquí tiene las toallas y el jabón, la comida empieza a las seis, hasta las

diez de la noche, después sigue abierto el bar hasta las dos, si desean algo más...", pero

Marnia cogió las toallas y el jabón y despidió a la joven en la puerta, asegurándole que

todo estaba bien, que no se preocupara, y muchas gracias, y al llegar junto a Mario

éste le preguntó si le había dado propina.

--¿Propina? Ay, Mario, eso es cosa del hombre, luego tú se la das.

--¿Luego? ¿Y ahora? -la tomó por un brazo y la atrajo hacia sí.

--¿Ahora? -Marnia miró a todas partes, como si se hallara en un lugar al aire libre-.

Oyeme, todavía no hemos llegado y ya tú estás pensando en eso.

--¿Y tú no?

Ella no respondió y se limitó a pegar su cara a la de su marido, y a quedarse un

momento pensando, abstrayéndose, hasta que sintió debajo de su blusa la mano de

Mario que seguía en dirección a uno de sus pezones y comenzaba a juguetear con él...

(continuará)



Augusto Lázaro


@augustodelatorr

http://laenvolvencia.blogspot.com


sábado, 23 de agosto de 2014

EL AULA SUCIA 37

La doctora Morell sonrió, después de escuchar el informe final sobre el trabajo

realizado por Marnia durante el curso en que prestó servicios en Tele-Turquino. El

informe elogiaba el trabajo y la actitud de Marnia y agradecía a la Universidad el

haber asignado a una compañera que "no sólo se adaptó enseguida a este medio

tan complejo y difícil, sino que por su iniciativa, su esfuerzo y su capacidad, logró

mejorar la programación que se ofrecía a los televidentes, así como plantear

sugerencias que sin dudas aportaron soluciones a problemas candentes que se

confrontaban en este canal", señalándole solamente que a veces sus salidas que se

calificaban de tempestuosas, "originaban discusiones que no ayudaban a la

disposición de aceptación a las orientaciones que llegaban del Instituto Cubano de

Raido y Televisión, lo que la compañera Brauet seguramente sabría superar"...

--Bien -la doctora Morell recogió los papeles que tenía en la mesita que habían

designado para que presidiera la reunión junto al director del canal, y suspiró- yo

creo que podemos decir que este tiempo que pasó entre ustedes le servirá

de mucho a Marnia para sus futuros trabajos en la Universidad -y sonrió, mirando a la

aludida, que también sonreía desde la primera fila de sillas en una sala al parecer

destinada a otro tipo de actos.

Al final, Marnia agradeció la comprensión y la ayuda recibida y dijo que se había

sentido muy bien entre los que calificó como nuevos y ya permanentes amigos y

compañeros que había encontrado allí. Recibió un diploma acreditativo de su

trabajo y una talla en madera preciosa como regalo del colectivo de trabajadores,

varios de los cuales la despidieron con besos y abrazos, deseándole éxitos y

diciéndole que la extrañarían, y que no se perdiera de allí, ya que en Tele-Turquino

ella sabía que tenía para siempre su segundo centro de trabajo.

--Más bien su segunda casa -señaló Antonio, mirándola muy fijamente.

El motivito posterior terminó con un brindis y casi al anochecer Marnia abandonó el

local con la doctora Morell, y se dirigió a su casa, a sólo varias cuadras de allí.

Cuando se separó de su jefa, caminó lentamente, pensando que en verdad su

corta estancia en aquel medio había sido agradable y provechosa. Recordó uno

por uno los programas donde había trabajado, las gestiones hechas en la calle, los

asesoramientos, las discusiones, en fin, todo lo que había vivido y experimentado en

Tele-Turquino. Y casi frente a los ascensores del edificio donde vivía se acordó de

Antonio y del riesgo corrido con él, todavía latente, y del peligro que ello

conllevaba: era la segunda vez que le ocurría y ella era de esas mujeres que a

veces desconocen los riesgos de jugar con el peligro, por excitante que pudiera

resultar. Reconoció entonces, muy a su pesar, que no podía desprenderse del todo

de ese dulce olor que tenía el misterio de las cosas prohibidas. Ahora volvería a la

Universidad, recomenzaría una vida también muy activa, a la que dedicaría, como

antes había hecho, todo su esfuerzo, lo mejor de su capacidad, con el mismo amor

que siempre había sentido por el magisterio... Cuando salió del ascensor y se

encaminó hacia su apartamento y se encontró frente a la puerta, pensó en Mario y

en Aimée, y se dijo que a pesar de haberlos olvidado durante el acto de su

despedida en el canal, le hubiera gustado muchísimo que ambos (sobre todo él)

hubieran estado allí compartiendo con ella ese momento único de alegría y

nostalgia, de una nostalgia que a partir de ahora le llegaría a retazos, y pensó cuán

compleja puede ser la vida, o cuán simple, y qué capaces son los seres humanos de

complicarla o de simplificarla, de acuerdo con sus actitudes y su comportamiento, y

a veces, cómo se convierte un granito de arena en una tempestad en el desierto, o

viceversa, y concluyó en que en eso descansaba la clave de la felicidad del ser

humano, de esa felicidad que todos, sin excepción, podían alcanzar luchando,

realizándose en lo mejor de sus valores y apartando las muchas miserias que existían

sobre la superficie de este bello planeta... La sacó de su sueño irrealizable, pero

hermoso, el ruido de la puerta que se abrió de pronto...

(continuará)

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

http://laenvolvencia.blogspot.com


sábado, 16 de agosto de 2014

EL AULA SUCIA 36


El trabajo en el canal Tele-Turquino fue absorbiendo a Marnia a tal punto que

apenas tenía tiempo para ocuparse de las cosas de Aimée, y a pesar de la

condescendencia de Mario, no faltaban discusiones por lo que ella llamaba

"incomprensiones masculinas del trabajo de la mujer en nuestra sociedad", palabras

que él denominaba "retórica de cafetería". Marnia se ausentaba de su casa

bastantes horas diariamente, a pesar de no tener que invertir una buena parte de su

tiempo en el transporte. Mario no podía comprenderlo, analizando que ese micro-

canal trasmitía sólamente una hora al día.

--¿Y para garantizar esa horita de mierda tienen una nómina de cien empleados?

Estos eran locutores, artistas, técnicos, guionistas, asesores, directrores, personal de

servicio, choferes, etc. Una nómina inflada, según Mario, que entregaba a la

población un producto por debajo de la calidad requerida en una programación

que se suponía que debía contribuir al esparcimiento, a la educación, a elevar el

nivel cultural de los televidentes, y a otras cosas más ambiciosas que para qué

mencionarlas.

--La programación es pésima, lo que pasa es que ahora tú estás allí y eso te gusta y

claro, no puedes decir que la programación es pésima.

Pero Marnia derivaba la conversación hacia otros temas. En el canal ella se reunía

con los asesores para discutir algún guion dramático, asistía a los seminarios que se

impartían sobre la técnica televisiva moderna, caminaba por toda la ciudad con

grupos del personal calificado para hacer entrevistas, recoger información, grabar

lugares de interés histórico o cultural, en fin, y su vida, aunque muy agitada, tenía

siempre ese incentivo de la variedad y no estaba sujeta al rigor de un horario

definido. Los primeros meses los pasó Marnia dedicada a los trabajos de la televisión.

No veía claramente su vinculación con la Universidad. La doctora Morell le insistía en

que era uno de los muchos convenios que firmaba la Universidad con organismos

afines, y que después de ese curso allí Marnia podría incorporar a sus clases

elementos de ese importantísimo medio de difusión masiva, para que sus alumnos

tuvieran conocimientos, aunque mínimos, ya que algunos de ellos al graduarse

serían ubicados en la televisión. Casi todas las mañanas Marnia salía con Georgina y

algún equipo de la TV para filmar. Así fue conociendo los secretos de ese mundo y

además fue ejercitándose en el manejo de la confección de programas: escribió

guiones para Libros y letras, hizo algunos programas especiales con figuras del arte y

la literatura que visitaban la ciudad, asesoró proyectos de programas didácticos,

educativos y dramáticos, compartió con sus nuevos compañeros los momentos de

tensión cuando se presentaba algún inconveniente técnico u organizativo, o

cuando se esperaba a un invitado para algún programa en vivo y faltando pocos

minutos el invitado no acababa de llegar. Pero también compartió muchos

momentos agradables: a veces se iban al Motel Versalles o a algún lugar turístico a

celebrar cualquier cosa, o por el simple gusto de darse unos tragos y hablar sobre

asuntos que nada tuvieran que ver con el trabajo, cosa casi imposible, porque éste

afloraba inevitablemente. En esas correrías Marnia se dio cuenta de que Antonio

estaba interesado en ella. Se sintió deseada por él. Antonio era director de

programas al igual que Georgina, un hombre de unos treinta y pico, alto, casado y

con dos hijos, y con un amplio bigote negro al parecer teñido. Una especie de

figurín que llamaba la atención de las mujeres por su buen porte y porque su tipo

generalmente atraía, además de que siempre estaba bien vestido, limpio y con olor

a colonia. Marnia no quiso demostrar que lo sabía en los primeros requerimientos

que le hacía el hombre y continuó con él sus normales relaciones laborales, pero a

veces tenía que estar con él a solas en alguna gestión fuera del edificio central del

canal, y Antonio siempre aprovechaba esos encuentros para insinuarse. En Tele-

Turquino los comentarios se hicieron inevitables, aunque siempre había comentarios

y no sólo sobre Marnia, por eso ella no les hizo mucho caso, hasta que un día, en

una oficina de control que tenían los asesores, pasadas las cinco de la tarde, Marnia

se encontró con Antonio al regresar de una grabación que se había realizado en el

Museo Bacardí. A esa hora no había un alma: ya los asesores se habían ido y el

personal técnico-operativo se encontraba en el estudio, en espera del comienzo de

las trasmisiones. Marnia se sorprendió al abrir la puerta y no supo qué hacer, pero

entró, y con un movimiento instintivo cerró la puerta detrás de sí. Después de todo, ¿

qué tenía aquello de particular? Entonces él le dijo que la estaba esperando (ella

debía acudir a esa oficina a guardar sus papeles antes de regresar a su casa), y que

ya lo había hecho esperar demasiado, que no podía más, y que ella tenía que

saber que él estaba desatinado por su culpa. Todo eso se lo soltó de zopetón, casi

sin respirar, mientras Marnia apenas podía abrir y cerrar ojos y boca. Permanecía de

pie, junto a la puerta, con todos sus músculos en tensión, frente al buró donde él se

encontraba sentado, y no atinaba a decir ni hacer nada. Antonio se puso de pie y

antes de que ella pudiera reaccionar, la tomó por los hombros y trató de besarla. En

ese momento Marnia sintió el agradable olor del agua de colonia que él usaba

siempre, intentó dar pasos hacia atrás, pero chocó contra la puerta y se quedó

paralizada, temblando, no sabía si de miedo o de emoción, mientras él se apretaba

contra ella y la atraía, más y más, hasta que Marnia sintió, sin comprender del todo

lo que estaba sucediendo, los labios de Antonio pegados a los suyos, y un

estremecimiento que no determinó en ese momento si era de rechazo o de agrado.

Mantuvo su cuerpo en tensión, pegado a la puerta, sus brazos a los lados, inmóviles,

y sus ojos cerrados, como si toda ella se hubiera elevado por unos segundos a miles

de millas sobre la tierra, y viera desde allá arriba la ciudad pequeñita, alejándose de

sus ojos que ahora comenzaban a abrirse y a mirar ese rostro que tenía pegado a su

rostro, que le repetía palabras y frases sin sentido, que le susurraba, que... pero

Marnia reaccionó de pronto, le dio un empujón con ambas manos, volvió la cara,

abrió la puerta y salió de la oficina apresuradamente...

(continuará)

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


http://laenvolvencia.blogspot.com

sábado, 9 de agosto de 2014

EL AULA SUCIA 35


Cuando Marnia tenía varios años de experiencia en la Universidad fue seleccionada

para trabajar durante un curso en el canal Tele-Turquino, que sólo trasmitía

programas para la provincia de Santiago de Cuba durante una hora al día. Mario,

que ya estaba "curado de espanto" con las cosas de la Universidad, no se asombró

mucho cuando ella se lo dijo.

--¿Así que para Tele-Turquino? -lanzó una carcajada que puso de mal humor a su

mujer-. No me extraña...quizás el próximo curso te manden para la Empresa de

Acopio.

Marnia no estaba muy convencida de la posible utilidad de esa estancia suya en un

lugar que nada tenía que ver con el magisterio universitario, sobre todo de la posible

utilidad que eso tendría para la propia Universidad.

--La doctora Morell me explicó que...

--Sí, ya sé: el cartelito de la integración laboral, de la diversidad de funciones, o de

cualquier otra memez que se les ocurra.

Al final del análisis conjunto que hicieron de la nueva, Mario se dijo que al menos ella

estaría ahora más cerca de la casa y se quitaría de encima el problema del

transporte, y a lo mejor ganaba nuevas experiencias de las que quizás podría sacar

algún provecho en el futuro. La doctora Morell llevó a Marnia al canal y la presentó

con su buena dosis de solemnidad, explicando en qué consistiría su trabajo.

--Esto es una proyección universitaria -dijo a los presentes-, que cumple con un

convenio que ya habíamos firmado desde hace algún tiempo, y yo estoy segura de

que el trabajo de la compañera Brauet va a ser muy útil y muy provechoso para

ambas partes -hizo una pausa y tomó un sorbo de agua-. Sólo les pido, compañeros,

que ayuden a la profesora Brauet, que aunque reúne todos los requisitos para

desempeñar un buen papel en este medio, es muy joven y además es todavía

relativamente nueva en la Universidad...

En sus primeros días en Tele-Turquino Marnia comprobó que el trabajo le gustaba:

era un mundo nuevo para ella, distinto por completo al de la Universidad. Aquí

debía asesorar programas, confeccionar guiones, elaborar con la dirección de

cada espacio todo lo que pudiera relacionarse, aunque de lejos, con la enseñanza

de la literatura. Había un programa semanal titulado Libros y letras, que ahora ella

asesoraría directamente, y que dirigía un amigo de Mario que enseguida se hizo

amigo suyo. Poco a poco, pero con pasos firmes, Marnia fue ganándose un lugar

destacado en el micro-canal. Caía bien, era predispuesta, no tenía reparos de

tiempo ni de espacio para hacer trabajos, y se llevaba bien con sus nuevos

compañeros en un ambiente más abierto sin tantos controles rígidos como en su

centro. En Tele-Turquino conoció una infinidad de actores, actrices, músicos,

guionistas, cantantes, bailarines, etc., que merodeaban por los estudios a cualquier

hora del día para grabar los programas o ensayar algún guion. Y así fue

compenetrándose con ese fascinante mundo de la televisión, sus problemas, sus

técnicas, sus engranajes y su mecanismo. Allí comprendió por qué la gente se

quejaba tanto de la programación: la televisión se había convertido para unos en

un medio de ganar dinero fácil, para otros en un trabajo como otro cualquiera, y

para la mayoría, en una rutina acostumbrada a repetir uno por uno todos sus

eslabones y todos sus clisés, las tomas, las secuencias, los chistes manoseados hasta

lo inverosímil, aburridos y con muy poca gracia. "Pujos", le decía a un compañero

suyo de la programación sabatina. Eso sin contar el poco tiempo disponible para

emitir programas y la reducida área de captación que tenía el canal.

--Por eso la gente se va para La Habana. Un mediocre en la capital se vuelve

famoso, sale en la tele y lo conoce todo el mundo. Un talento de aquí sólo es

conocido por los cuatro gatos de esta provincia, y nunca será nadie si se mantiene

aquí encerrado, por mucho valor que tenga.

--Yo he discutido eso un montón de veces, pero nadie me hace caso. Todo el

mundo me repite lo mismo: nosotros aquí no podemos...

--Lo que pasa es que aquí no tenemos recursos ni facilidades -en eso entró en el

local un asesor de programas históricos con varios vídeos.

--¿Lo ven? Esto me lo acabo de robar del ICAP. No querían prestármelos de ninguna

manera y ellos los tienen allí llenándose de polvo y humedad.

Marnia, su compañero y el asesor sonrieron con tristeza. Trabajar en un micro-canal

era eso: sufrir humillaciones y menosprecios por parte de la capital, y contentarse

con hacer mediocridades o con irse de allí cabizbajo y frustrado.

--Por eso nos acostumbramos a hacer mierdas, a hacer las cosas mecánicamente,

siempre de carreritas, y las cosas que se hacen así tienen que salir mal de todas

formas. ¿Qué tú opinas, compañera universitaria?

--¿Yo? -Marnia comprendió que lo de "universitaria" no era irónico, pero se puso seria

y los miró con decisión-: yo no creo que eso que tú has dicho justifique el mal trabajo

en su totalidad. Aquí, con todas las dificultades, se podría hacer algo mucho mejor

de lo que se hace.

--Ya tú verás cuando lleves tres meses en este vendaval.

--Bueno, ya veré cómo adaptarme a ciertas cosas -y se puso de pie con idea de

retirarse al local donde trabajaba-. Yo quiero adaptarme a este mundo, tan

distinto al mío, y sobre todo, no quiero ocasionar ningún conflicto aquí ni mucho

menos, pero eso sí: en mi trabajo no pienso hacer concesiones al facilismo ni al mal

gusto ni a nada de eso. Sí, no me miren así. ¿Concesiones? ¡Ni una sola pienso

hacer! -y se despidió de sus nuevos compañeros, que se miraron entre sí como

diciendo "dura la muchachita nueva, ¿eh?".

(continuará)

Augusto Lázaro

@augustodelatorr

http://laenvolvencia.blogspot.com

sábado, 2 de agosto de 2014

EL AULA SUCIA 34

Marnia amaneció nerviosa. La Administración había quedado en recoger los grupos

que irían a Guantánamo en el patio central del Rectorado, en un ómnibus de flete,

a las siete. A las seis ya Marnia disfrutaba de su pan con mayonesa casera y un café

fuertecito con algo de leche en polvo. Se despidió de Mario y de Aimée, orientando

una vez más a aquél cómo debía hacerse cargo de ésta. Marnia se situó en la Plaza

de Marte para pedir botella. Llegó sudada a la Universidad a las 6.50 según su reloj y

se encontró con la ausencia de la mayoría de los profesores que debían estar ya

allí, y con lo más curioso: el ómnibus no se veía ni en el pensamiento. Oscar estaba

conversando con Neysa. No habían llegado Liliana ni María. Marnia se incorporó al

dúo y se entretuvo, hasta que miró su reloj y comprobó que eran las 7.40 y ni

ómnibus ni Liliana ni María ni mucha más gente de la que estaba cuando llegó.

--Vamos, no protestes, que ya tú no eres primeriza -le dijo Oscar.

--No, no lo soy, pero recuerdo que el viaje que hicimos tú y yo a Sancti Spíritus fue

harina de otro talego.

--Claro, monona, tú y yo solos y con reservación en un ómnibus especial.

--Ahí viene María -dijo Neysa.

--Sólo falta la muñeca, al menos de nuestro Departamento -exclamó Oscar,

encendiendo un cigarro-, eso sin menospreciar a las presentes.

Pasadas las ocho se apareció Liliana con el pelo alborotado, sudorosa y agitada, y

con un bolso que parecía abastecido para una larga tournée.

--No me miren -dijo al incorporarse-, gracias que llegué. Les voy a...

Pero en ese momento llegó el ómnibus y el grupo se libró del cuento que pensaba

soltarles Liliana.

--Verdad que esta gente los tiene bien grandes -dijo Neysa.

A las nueve de la mañana salió el ómnibus rumbo a Guantánamo. El recorrido podía

hacerse en menos de dos horas, y así estarían en esa ciudad con tiempo suficiente

para alojarse, acomodarse, almorzar, descansar, y prepararse para comenzar el

trabajo en horas de la tarde. “Después de todo”, pensó Marnia, “Oscar tiene razón, ya

estoy cujeada en estas lides, que citan a una hora y comienzan una hora después,

en todas las actividades, y esto no hay Dios que lo arregle. Ya va siendo hora de que

me olvide de la puntualidad y siga el juego de la mayoría”. Lliliana se sentó junto a

ella. Marnia sacó una agenda nueva. Pensaba anotar todas las incidencias a

manera de diario. Se imaginaba que Guantánamo sería la otra cara de la moneda

(siempre recordaba a Sancti Spíritus), pues Violeta le había advertido que fuera

preparada, "hasta con hilo de coser, por si acaso, porque allí no vas a encontrar más

que polvo y cucarachas". Marnia pensó que Violeta exageraba, "coño, ni que eso

fuera la Sierra", pero de todos modos acudió con lo necesario para cualquier

eventualidad, aunque no como Liliana que llevaba un arsenal donde no faltaba ni

una aspirina.

--No, querida, a mí no me cogen desprevenida estos mamertos.

Marnia se recostó. Ya el lunes estaría de regreso, a primera hora, y tendría muchas

cosas que contarle a Mario... Pero el lunes, no a primera hora, sino a las cuatro de la

tarde, Marnia entró en su apartamento, donde no encontró a Mario ni a Aimée, y

tuvo que esperarlos largo rato. Cuando llegó Mario, pasadas las seis, en lugar de

contarle, como había pensado, después del saludo, decidió mostrarle lo que había

escrito en su agenda, y así Mario conocería mucho mejor todo lo que le había

sucedido en esos dos días inciertos de su viaje a Guantánamo. Y Mario leyó:

     Salimos después de la nueve. Dentro del ómnibus el calor es salvaje. Hay gente

     de pie. Dice Liliana que son socios de los choferes ajenos a la Universidad. El

     ómnibus hace un ruido de los mil demonios. Casi no oigo lo que me dice Liliana

     que va junto a mí. Bulla y calor. Y humo de cigarros. El aire irrespirable. Estoy

     empapada. Voy a hacer acopio de fuerza de voluntad para no volverme loca. A

     los tres kilómetros se poncha una goma trasera de la guagua. En medio de la

     carretera y al sol. A la media hora partimos de nuevo. Los choferes llenos de

     grasa y maldiciendo a todo el mundo. Pasado el entronque de El Cristo comienza  

     a llover. Hay que cerrar las ventanillas y el calor aumenta. Me ahogo. Empiezan a

     caer gotas dentro del ómnibus. ¿Qué es esto? Un charco de fango y de sudor y

     de humo y de bulla. Esto es una sauna. Cuando regrese pesaré diez libras menos.

     A las 12.30 llegamos a Guantánamo. Nos paramos frente a lo que según dice el

     jefe del destacamento será nuestro alojamiento. Parece una casa grande y vieja

     de familia acomodada, pero es un albergue del MINED. En otro país estuviera

     clausurado por carecer de condiciones mínimas para ser habitado siquiera un par

     de días. Esto lo descubro al entrar. El saludo es una rata enorme corriendo hacia

     el fondo y varias cucarachas en las paredes de la sala. No hay agua. No hay

     ventiladores. No hay bombillos en todos los cuartos. Falta ropa de cama. En el

     baño no hay toallas ni jabones. Hay otro baño al fondo en similares condiciones.

     Llegan dos muchachas del MINED con ropa de cama y algunas toallas. Nos

     dicen que tratarán de conseguirnos jabones y cubos para que podamos  

     bañarnos, pues en el patio hay una llave con un chorrito de agua permanente.

     Nos acomodamos como podemos. Los de Literatura caemos con los de Historia

     en un cuarto donde sólo caben ocho y somos nueve. Hay cuatro literas dobles

     peladas. Sobra uno de nosotros. Oscar, que es el varón, o quien sobre, tendrá que

     dormir encima de alguna, ya que al lado sería imposible. El cuarto está lleno de

     polvo y telarañas. El piso está limpio. Por fin salimos. Vamos al comedor que está a

     diez cuadras de distancia. El calor aumenta y nadie se ha podido lavar nada.

     Llegamos al comedor. Está casi vacío. Nos sentamos. Asombro: arroz blanco con

     carne de cerdo, yuca hervida y mermelada de postre. Y el agua está fría. ¡Madre

     del verbo! Regresamos al albergue. Una de las muchachas nos explica que esa

     casa apenas se utiliza y que como éramos muchos el MINED no pudo resolvernos

     un hotel. Nos bañamos en turno diferido y en cámara lenta. Trajeron seis cubos y

     algunas toallas más, aunque casi todos trajimos las nuestras, y Liliana ni se diga.

     Creo que también trajeron jabones y pasta y todo eso. Las muchachas son muy

     amables y cariñosas, se nota que quieren complacernos, son muy atentas y eso

     alivia. Casi todo el personal lo es (contando la gente del comedor). Claro, ellos

     no tienen la culpa de este desbarajuste. Descansamos sudando. Algunos héroes y

     heroínas se tiran a dormir la siesta a pesar del calor y los mosquitos. De Literatura

     nadie puede dormir, salvo, como era de esperar, el feliciano de Oscar. Entrada la

     tarde algunos decidimos dar una vuelta por la ciudad. El trabajo comenzará por

     la noche. La electricidad también es un problema, no pudieron conseguir más

     bombillos y hay cuartos sin luz. Después de la comida comienzan las sorpresas en

     el trabajo, la primera es...

--¡Ya! -Mario tiró el diario sobre la mesita de la sala y miró a su mujer seriamente-. No

sabía de tus cualidades como escritora de ficción, querida -y se sentó en la butaca,

ahora riéndose-. Porque no pretenderás hacerme creer que todas esas desgracias

ocurrieron juntas en ese viaje a Guantánamo... ¿verdad que no?

(continuará)



Augusto Lázaro

@augustodelatorr

http://laenvolvencia.blogspot.com