sábado, 22 de febrero de 2014

EL AULA SUCIA 11


Mario se encontraba descifrando el misterio de la última novela de John Saul

cuando Marnia abrió la puerta y entró, muy agitada.

--Cariño, adivina.

Mario soltó el libro, se levantó, y besó a su mujer.

--No me digas que te vas de viaje a Europa.

--No, pero es una buena noticia. Lo que tú me pronosticaste, mira.

Le extendió una copia de su nuevo contrato en el que se especificaba que ahora

ella cobraría $295.00 mensuales.

--Bueno, algo es más que nada -dijo Mario cuando leyó el documento.

--Y dale con el dinero. Como si lo único que te interesara fuera eso.

--Es la palanca que mueve al mundo. ¿O no?

Tomaron café del termo y Mario encendió su acostumbrado. En el nuevo contrato

había algunas variaciones sobre el contenido de trabajo:

         Desarrolla docencia en clases de: prácticas de laboratorio y clases prácticas,

         seminarios, imparte conferencias previa autorización del Decano, cumple las

         tareas docentes, metodológicas, de investigación, administrativo-docentes

         y de ayuda a la producción, que se establecen para esas categorías, y

         realiza otras tareas que se le asignan.

--¿Ves? Poco a poco me voy acomodando a la Universidad.

--Sí, ya veo... -Mario hizo una mueca- ¿y eso de Decano? ¿Tronaron a Milagros?

--No, ¿cómo van a tronarla? Eso es como todo: así está impreso en los documentos, y

así se pone, no se fijan en si es hombre o mujer.

--¿Así que te aumentaron quince pesitos? Y te aumentaron, pero mucho más, el

contenido del trabajo.

--Bueno, ya tú sabes... es que yo creo que me voy a quedar fija, y...

Mario la miró, moviendo la cabeza. Le gustaba que su mujer trabajara en la

Universidad, aunque no compartía lo que él llamaba excesos en la exigencia que el

plantel tenía con ella.

--Fíjate que aquí dice prácticas de laboratorio, tareas administrativo-docentes, y de

ayuda a la producción -Mario alzó la vista y se quedó mirándola un instante,

fijamente-. ¿Tienes idea de en qué consistirá esa llamada ayuda a la producción?

Porque ya ustedes hacen trabajo productivo algunas veces, y que yo sepa, la

Universidad no se va de cara al campo.

--No, no sé nada de eso. Pero no te preocupes, que si tengo que ir al huerto algunos

días te traeré un montón de tomates, para que te des gusto.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


(continuará) 

domingo, 16 de febrero de 2014

EL AULA SUCIA 10

--Toma, aquí tienes el modelo.

Ernesto le entregó un modelo de evaluación -el primero que veía- y le explicó cómo

debía llenarlo.

--¿Y tengo que evaluarme yo misma?

--No exactamente... tienes que hacerte una especie de autoevaluación y

entregármela, yo la reviso, la redacto definitivamente, y te llamo para analizarla

juntos.

Marnia se sentó en su puesto y leyó los parámetros en el modelo. "Así que tengo que

poner aquí lo que he hecho, cómo yo creo que lo he hecho, y por supuesto, las

cosas positivas y negativas. ¡Ah! Yo no sirvo para estarme elogiando yo misma,

tendré que poner sólo las cosas negativas". Le costaba trabajo escribir: recordaba

más o menos las cosas que durante ese tiempo ella había realizado, las visitas que

había recibido de Liliana y del propio Ernesto a sus clases, sus comentarios, las

puntuaciones que había obtenido (cinco o cuatro, nunca menos, y eso se lo habían

celebrado), etc. "Unas clases correctamente impartidas", decía Ernesto. "Yo diría que

algunas veces fueron clases excelentemente impartidas", decía Liliana. Y ahora

Marnia estaba escribiendo opiniones sobre sí misma, lo que nunca antes había

hecho en ningún centro de trabajo o estudios, exceptuando las autobiografías

que le pedían en el Pedagógico. ¡Autobiografía! Qué curiosa le resultaba esa

palabra. Pensaba que nadie podía ser objetivo consigo mismo, que cada ser

humano siempre tendía al autobombo, siempre justificaba sus errores y culpaba a

otros o a causas ajenas de sus fracasos y de sus meteduras de pata. "No, esto no es

serio. Mi evaluación deben hacerla otros, yo no debería poner ni una coma aquí en

este modelo", meditaba, aunque seguía escribiendo, porque así estaba establecido

y a estas alturas, aunque estaba lejos de cansarse de luchar, ya se había

convencido de que ella sola no podía cambiar esas reglas del juego. Cuando

terminó fue a buscar a Ernesto para entregarle el modelo. Ernesto le sonrió, "¿ya tú

ves que no fue tan difícil?", y guardó el modelo junto a otros similares que tenía en su

mesa.

--Después yo te llamo -le dijo.

A los pocos días Ernesto la citó para la reunión donde serían analizadas las

evaluaciones de todos los profesores de Literatura. Marnia se puso nerviosa. Era la

primera vez que se iba a discutir su trabajo por todos sus compañeros del

Departamento. Lo comentó con Mario.

--Figúrate, eso es con todos los profesores del Departamento, y me dijo Ernesto que

esa reunión es kilométrica.

--¿Otro maratón? No te preocupes, ya me estoy acostumbrando.

-¡Ay, Mario!

En su casa Marnia preparaba clases, leía libros y materiales sobre obras que

entraban en su especialidad, consultaba documentos y trabajos de otros profesores,

etc. A veces se llegaba hasta la biblioteca provincial, cuando no disponía de

ninguna referencia a alguna clase que debía impartir.

--Mañana es la reunión, mi querer. Tendrás que arreglártelas aquí con el almuerzo y

con la niña.

--No te preocupes. Y no te pongas nerviosa, cariño, que ni Aimée ni yo nos vamos a

quedar sin almorzar.

A pesar de las recomendaciones de Mario, al otro día llegó muy excitada a la

Universidad. A las nueve ya estaban casi todos los profesores de Literatura. Sólo

faltaba la doctora Morell, que estaba reunida con la Decana. Marnia se sentó al

final de la mesa de reuniones, junto a una joven profesora con la que había

congeniado bien y que la informaba de los pormenores de la evaluación.

--Nada del otro mundo, muchacha, ya verás qué simple es todo.

Marnia observó uno por uno a sus compañeros de trabajo. En un papel suelto había

anotado sus nombres y las materias que impartía cada uno, con algunas

observaciones elementales sobre sus características personales. Le faltaba

una profesora que estaba de viaje por algún país de Europa.

--Aquí se viaja cantidad, no te preocupes, ya nos tocará a nosotras -le dijo su ya casi

amiga, Violeta, con una sonrisa de esperanza.

Marnia comprobó que en total eran trece los profesores del Departamento,

contando a la Decana, que enseñaba lenguas clásicas y pertenecía al mismo

grupo. "Número fatal, según los supersticiosos", y dividió el total por sexos: 9 mujeres, 4

hombres, "somos mayoría", le sonrió a Violeta, alzando la vista en el momento en

que entraba la doctora Morell y saludaba, con su sonrisa discreta de siempre.

--La compañera Milagros les ruega la disculpen, pero está muy enredada con esos

informes para el Ministerio, figúrense.

La reunión se desarrolló más de prisa que lo que Marnia había calculado. Cada

evaluación era leída por el jefe del colectivo correspondiente,  que pedía después

que opinaran los demás. Casi todos decían más o menos lo mismo. Al final, la

doctora Morell leyó las evaluaciones de los jefes de colectivos y se hizo lo mismo.

Pocas discrepancias, algunas críticas muy suaves, y así hasta la hora del almuerzo.

Sólo quedaban tres trabajos que discutir y el doctor Oropesa sugirió continuar hasta

terminar, pero la mayoría sentía ya latidos en sus intestinos y Oropesa tuvo que

conformarse con la interrupción. En el comedor, Marnia se sentó junto a Violeta y

Ada. Cuando Liliana pasó junto a ellas, le dijo, haciéndole un guiño: "cuidado, estás

traicionando al colectivo" y se sentó en la mesa donde estaba el doctor Mata.

--Es verdad, no me había dado cuenta -dijo Marnia, sonriéndose, ya que Violeta y

Ada eran profesoras de otro colectivo y no de Literatura General como ella, Liliana y

el doctor Mata-. Me van a crucificar.

El menú que degustaron estaba compuesto de algo que parecía ser un arroz

amarillo con pedacitos de carne de lata y pedazos, éstos abundantes, de yuca

hervida sin mojo. Había refrescos instantáneos, bastante fríos por cierto, y pancitos

bon. A las dos de la tarde no había un solo profesor en el Departamento. La doctora

Morell entró con sus papeles, se sentó, miró a su alrededor, y comprendió una vez

más que su lucha por la puntualidad sería larga, dura, difícil, casi heroica, y además,

infructuosa.

--Yo creo que la compañera Brauet se ha desenvuelto bien, a pesar del poco

tiempo que lleva con nosotros -dijo Ernesto, al terminar la lectura de la evaluación

de Marnia.

--Y de su poca experiencia -agregó Liliana.

--Sí, a mí me parece que la evaluación es correcta -puntualizó el doctor Mata.

Y el doctor Oropesa, Oscar -que habló a nombre de la sección sindical-, y Violeta,

repitieron lo mismo con otras palabras. En resumen, Marnia salió bien parada de su

primera reunión de evaluación y al hablar sólo dijo que no creía correcto que el

mismo profesor escribiera en un modelo lo que había hecho, y sobre todo, cómo

consideraba que había trabajado, pues ese método restaba objetividad al análisis

evaluativo, lo que provocó algunas miradas entre la doctora Morell, Elvira y Ada,

aunque estas dos últimas no dijeron nada.

--Bueno, es lo que está establecido -la doctora Morell miró a sus compañeras de la

mesa-... quizás no sea lo más perfecto, pero el MES lo ha establecido así. Nosotros no

podemos... no podemos cambiar eso.

Poco a poco los profesores fueron saliendo del local. La doctora Morell permaneció varios

minutos más, organizando sus papeles. Frente a sus ojos descansaba la evaluación de la

profesora Marnia Brauet Infante. La releyó, y una sonrisa apenas perceptible acompañó

su gesto de satisfacción...

--¿Qué te parece? -le preguntó Marnia a su marido después de contarle los pormenores

de la reunión.

--No esperaba menos de ti.

Mario la haló por un brazo y la besó suavemente. En las recomendaciones finales

de su evaluación se calificaba el trabajo de Marnia con un BIEN y se solicitaba

proponer su pase al nivel inmediato superior. Marnia estaba contenta. Su primer

curso en la Universidad había transcurrido sin mayores dificultades y poco a poco la

armonía se iba restableciendo en su hogar. Aimée ya comenzaba la primaria y

ahora estaba entretenida todo el día en la escuela y Mario seguía con sus viajes y

sus actividades en la ciudad. Eso le daba a ella un margen para dedicarse a sus

asuntos en la casa. A veces Mario se ausentaba varios días, otras veces ella se iba a

la casa de sus padres y era él quien se quedaba solo. Con ese régimen los dos se

mantenían en constante espera de nuevos encuentros que hacían su vida de

casados algo siempre floreciente. Las descargas de Mario continuaron, pero muy

espaciadas.

--Ahora sólo te falta que te aumenten el sueldo.

--¡Ay, Mario!, quien te oye y no te conoce piensa que sólo te interesa el vil metal.

Se echaron a reír.

--Oye, una cosa: me llama la atención que aquí en tu evaluación no se hace

mención a los aspectos políticos. Digo, no me has dicho nada sobre el particular, y

eso en este país es punto menos que imposible de soslayar.

--A mí me extrañó -Marnia se encogió de hombros-, pero pensé que como soy la

más nueva del Departamento lo dejarían para más adelante.

Mario se quedó pensativo unos instantes.

--Vas a tener que activarte en ese aspecto -le dijo-. No te queda otro remedio, si

quieres progresar en la Universidad.

Augusto Lázaro



@augustodelatorr

sábado, 8 de febrero de 2014

EL AULA SUCIA 9

A ver qué tengo para hoy. Ni un solo espacio en blanco. Hasta los domingos me los

tuercen: el comité, la defensa, el trabajo voluntario, la guardia. Ni me acuerdo de

cuándo fue la última vez que llevé a Aimée al zoológico, menos mal que ahora con

la escuela se entretiene bastante. Y de contra Mario: te veo muy nerviosa, trabajas

demasiado, necesitas vacaciones. Como si yo pudiera cogerlas cuando las necesito,

como las coge él, que las coge cuando le convienen. Cuando me tocan a mí, a

meterme en la casa con el trajín de Aimée y la tele por las noches. ¡Qué bonito!

Claro, su trabajo es tan diferente: viajar, en encuentros, conferencias, seminarios,

hospedarse en los buenos hoteles, comer buena comida, y sin ninguna preocupación

familiar: nada de cocinar, fregar, limpiar, lavar, planchar, y todo lo demás. Y menos

mal que cuando está aquí se encarga de las compras, que si no. Pero qué le vamos

a hacer. ¡Ay! La monotonía me tiene al borde del ingreso. Déjame seguir con la

agenda. Miércoles, día atravesado. ¿O es el jueves? Yo creo que para mí todos los

días son atravesados. Bueno, ya. Miércoles 15: a las 8 reunión del colectivo. Cuando

termine, llevar los stencils al mimeógrafo. Después devolver el libro de Africa a la

circulante, a ver si ya está disponible el de las culturas africanas de la antigüedad,

ejemplar único y siempre circulando. A las 2 junta de año. A las 4 despacho con la

vice-decana. Y si salgo temprano, terminar de pasar el informe de evaluación que

me pidieron ayer por la mañana. Y no tengo tique para el almuerzo, así que a hacer

la cola después de la una a ver si alcanzo. Casi nada. ¿Cómo no me va a gustar

quedarme un rato arrebujada cuando suena este maldito despertador? A esta hora

que es cuando la cama está rica de verdad, con ese airecito que se filtra por la

madrugada. ¡Ay, carajo! La misma rutina de todos los días: tender la cama, asearme,

lavarme la cara, cepillarme los dientes, colar café, ir a buscar la leche de Aimée,

preparar el desayuno, y lo más complicado: despertar a la niña, esa sí es dura, con

lo remolona que es, que a veces tengo que zarandearla para que se mueva. Yo

creo que esta niña nació cansada. ¿Serán así todos los niños? Debería dejar el radio

conectado, despertarse con música es tan agradable. Como quedarse dormida

con esos instrumentales de Radio Siboney. No sé por qué me da por apagarlo

cuando me estoy rindiendo, como sólo tengo que estirar el brazo, yo creo que ni me

doy cuenta. Dice Mario que para qué regalarle la música al silencio.

Decididamente carece de imaginación. Total, si apenas gasta y él ni se entera.

Ahora que está de viaje me siento más relajada, pero así y todo siempre tengo que

correr. Cuando  termine con Aimée a enfrentarme con la incógnita de la parada:

que si viene la guagua, que si se demora, que si está que no cabe ni un gatico, que

si para cerca o lejos de la P, y los pocos taxis que van a la Universidad pasan cada

tres horas y coger una botella se está poniendo de anjá. Nada, un fenómeno. Me

arreglo bien, me arreglo muy bien, me emperifollo, y cuando me desmonto en el

crucero parece que acabo de salir de un cañaveral. ¡Ay! Deberíamos comprar un

aire acondicionado, pero Mario no quiere, dice que me voy a tullir, muchacha, con

lo friolera que eres y pensando en un aire, estás de ingreso. ¡Qué gracioso! Siempre

se hace lo que él dice. Y después soportar el teque de la igualdad. Igualdad

mierda. Yo que soy la mujer trabajo mucho más que él, la casa y Aimée corren por

mi cuenta, porque él lo único que hace es llevarla a Coppelia y a casa de su hijo de

visita, y si acaso echarme una manito aquí, y eso si se lo pido, porque siempre me

está diciendo que no tiene mucho tiempo para estos trajines domésticos, es que tú

pierdes mucho tiempo, nené, no me explico por qué tienes que estar tanto rato

preparando un arroz con picadillo de soya, esa es la que me suelta. Sí. ¡Quién lo

viera! Bueno, ¿para qué martirizarme, si todo eso ya está establecido? Levántate,

Marnia, arréglate, olvídate de los problemas, que esa es la fórmula ideal para

resolverlos. Ya lo creo que sí: lo que se olvida es como si no existiera, ¡ja! Pues manos

a la obra. A fin de cuentas yo no soy Enma Bovary. ¡La agenda! ¡El portafolios! El

fenómeno vigueta. Me estoy pareciendo a los esquimales: todo al alcance de la

mano. Dice Mario que eso es haraganería. Quién sabe. A este portafolios no le cabe

ni una citación de la FMC. Esa es otra. Bueno, a las 8 reunión del colectivo. Ja. Creo

que todavía no hace un mes desde la última reunión. ¿Qué tiñosa me lanzarán en

ésta? Son especialistas en inventar tareas y soltárselas a una de ahora para luego y

después quieren que una se apure, que lo deje todo para dedicarse a ellos. Y estas

reuniones son todas iguales: citan para las 8 y a las y media no ha llegado ni la mitad

de los profesores. Y siempre discutimos los mismos problemas. Y además la baraúnda

de informes, planes, análisis, evaluaciones,  mil directivas del Ministerio que

languidecen en las gavetas, chequeo del comportamiento de la metodología, qué

nombrecito ese, es como para intoxicarse. Y la fumadera, porque casi todos fuman y

tengo que dispararme el humo como si yo también tuviera el vicio, y eso que la vice-

decana planteó en la última reunión que sería mejor dar un receso cuando reparten

el café para que los fumadores se fueran con su humo a otra parte, pero qué va:

son mayoría los viciosos. El mejor día aquello va a coger candela. Odio las reuniones,

los cigarros, el humo. ¡Por Dios! Si yo fuera gobierno dedicaría toda esa tierra a la

siembra de viandas, que por cierto no están tan abundantes. ¡Ah!, qué tonta soy.

Estoy pensando como el que quiere arreglar el mundo. A ver qué más. Llevar los

stencils al mimeógrafo, estoy atrasada con eso, tengo que entregarlos el lunes. Estos

compañeritos del mimeógrafo siempre están sobrecargados de trabajo. Mire,

compañera, venga, compruébelo usted misma: ¿usted cree que podemos sacar

todo esto en un día? Y es verdad, no pueden. Una vez me dijo el jefe del taller que

iba a pedir una reunión con la Administración Central para plantear este problema,

porque al mimeógrafo llevan hasta citaciones de colectivos que sólo tienen cinco

profesores. Pues entonces, a buscar quien me tire estos stencils, y dónde, y cuándo,

que no es fácil, porque el que más y el que menos tiene papeles para un título

Huracán. No digo yo. Papeles para las cucarachas y los ratones en las rinconeras

donde van a parar todos. Y si se mojan, por favor. Si tengo tiempo antes del

almuerzo llegaré a la biblioteca a entregar este libro de Africa, a ver si devolvieron el

dichoso ejemplar ese. Hasta hace poco aquí nadie se acordaba de ella. Bueno. El

libro ese, siempre que voy a sacarlo alguien lo tiene, van a tener que repartir

pretiques. Allí hay más títulos que los taxis de socios. ¡Ay, esta agenda! ¿Quién habrá

inventado las agendas? Seguro que alguien que no tenía nada que hacer. Y total,

para llenarlas de reuniones y de tareas que lo único que hacen es lograr que una

pierda el poco tiempo que tiene para vivir, porque la vida se ha convertido en eso:

reuniones, tareas, corre corres, un fenómeno. ¿Y lo demás qué? A ver qué tiran hoy

en la tablilla del comedor. Nunca me acuerdo de sacar el tique, normal en mí, por

eso tengo que apuntarlo todo en esta agenda de mierda. Qué cosa. A comer

sorpresa, la cola de los sin tiques, y sin techo para cobijarse del sol del mediodía Por

favor. Luego Mario con sus sermones: si sigues así te veo en la sala T, porque a veces

tengo que volar el turno, qué remedio, y como él no pierde una comida ni por lo

que dijo el cura, no puede comprender que yo tenga que perder algunas por falta

de tiempo, y es cierto que he rebajado unas libritas, pero no es para tanto. Después

dicen que las mujeres somos exageradas. Ni siquiera podré pasar el informe para el

Decanato antes del almuerzo, a no ser que se lo dé a la Secretaria de la Facultad,

que siempre está detrás del palo, cuando una entra en su oficina casi no la ve por

los montones de papeles que tiene encima del buró. Un pollo picando maíz, dice

Oscar. Como que aquí cualquiera es secretaria, no digo yo. No sé en qué pedacito

del día podré sentarme a darle tecla a este informe. Vamos a ver. Bueno, el

almuerzo, si la suerte me acompaña, y la imprenta, y la biblioteca, y todo lo demás.

Tendré que salir con el último bocado, sin pasar por el baño para verme la cara, a

buscar un lugar y una máquina de escribir para sentarme tranquila y sin que nadie

me interrumpa, cosa muy difícil. Qué manera de joder con estos informes de

mierda, que todos dicen lo mismo, y casi todos los días piden alguno, y yo creo que

nadie los lee, siempre están en China con lo que se les comunica por escrito.

Cualquiera se obstina. Y antes de las 2, porque a las 2 es la Junta de Año, y esa

junta se las trae, hay una profesora que planteó que iba a discutir la indisciplina de

ese grupo de periodismo al que yo le doy clases. ¿Qué indisciplina? Será con ella,

porque conmigo nada de eso. Es que nos hemos vuelto quejosos e hipercríticos,

como dice la Secre del Partido del Departamento, la muy enérgica doña Elvira:

compañeros, no se puede tener una actitud hipercrítica ante los problemas, lo que

hay que hacer es resolverlos. Cómo no, resolverlos dando muela como ella. Así que

a las 2. A las 2 y media, si acaso. La última junta comenzó cuarenta minutos después

de la hora fijada. Qué poco se respeta el tiempo ajeno, como si una no tuviera mil

cosas que hacer. Se ha perdido el rigor. Como ya todo el mundo está

acostumbrado a que las reuniones comiencen media hora después, todo el mundo

llega una hora después y eso es un círculo vicioso. Pero no me voy a atormentar por

eso, no señor, si a las 2 y media no ha comenzado, adiós Lolita, que bastantes cosas

tengo que hacer para estar allí sentada esperando las conduermas de los citantes y

de los rezagados, que son la mayoría. Y que la jefa de ese grupo me llame a contar,

porque la voy a poner gira. ¡Ay, madre mía! Voy a aprovechar para llevarle a la vice

este resumen de las investigaciones del grupo de Historia del Arte. Dios me ampare.

Y que no sé ni dónde diablos lo he metido. Aquí en el portafolios no lo veo. Siempre

me pasa lo mismo, carga para aquí, carga para allá, ni un ómnibus de flete. De

tanto revisar la agenda le paso por encima a las anotaciones y ni me doy cuenta de

lo que dicen. ¡Qué barbaridad! ¿Y qué querrá la vice? No es muy amiga de estarla

citando a una por cualquier bobería. No tiene tiempo, siempre está atarugada. Pero

eso sí, para decirme que prepare las maletas,  que me voy la semana que viene

para Italia, seguro que no es. Esa suerte la tienen otros, que viajan al extranjero casi

todos los cursos. Así que la junta de año y el despacho con la vice. ¿A qué hora

saldré hoy de la Universidad? Ayer llegué aquí cuando se estaban terminando los

muñequitos, suerte que Aimée pudo verlos en casa de Mariela, que si no, ¿quién la

aguanta?¡Ay! ¿Cuándo voy a tener un día desahogado?... Bueno, creo que eso es

todo por hoy. Lástima fuera. A las 4, sí, y que esa sí es puntual, llegas cinco minutos

después y te echa una descarga, y yo no estoy para descargas de nadie, ya con las

que me echa Mario aquí tengo de sobra. Después de eso salir de allí como un

cohete, la parada se pone a esa hora que parece una cola de blumers. Yo no sé de

dónde sale tanta gente. Y mañana lo que tengo es mucho:  nada menos que el

claustro de carrera. ¡Dios me coja confesada!, como dice mami. Pero no, desde

ahora no voy a sufrir, no señor. Hoy es hoy, mañana será otro día. Va y se derrumba

el edificio y no hay claustro ni carrera ni nada, y Marnia entre escombros, ¡huy, qué

horror! Las cosas que se me ocurren. Dígame usted. Salir a las 5 de la tarde, y pararse

allí, a pleno sol, que con la hora de verano el sol de las 5 es el de las 4, cuando más

caliente está. Parada, cansada, al sol, después de diez horas metida en ese

laberinto, con ganas de llegar aquí y tirarme en una cama, y a esa hora Aimée, el

fogón, el fregadero, el copón bendito. Y esta noche quiero ver ese serial español

que está interesante, después de tanto bodrio de producción casera, y luego dicen

que somos extranjerizantes. ¡Ay! Diez libras de papeles en este portafolios, lo menos.

Papeles, mamotretos, folletos metodológicos, mierda. Déjame no encenderme la

sangre, yo sola no voy a componer ningún entuerto. Todavía no me he levantado y

ya estoy extenuada, se me cierran los ojos, lo que me pide el cuerpo es una horita

más aquí, con la musiquita suave, y esperar. Y pensar que todo va a salirme al quilo,

que llegando a la parada va a pasar una guagua vacía, que en el comedor van a

servirme rápido, caliente y bueno, que Aimée se va a portar divinamente... Estoy

soñando. A luchar con la burocracia. Yo creo que la burocracia es inmortal, como

las cucarachas, también resistiría una guerra nuclear. Treinta años apuntándole con

la mirilla telescópica y no acabamos de darle el tiro decisivo. Como dice esa

encuesta de ALMA MATER, que todos los días gastamos demasiado tiempo, esfuerzo

y humor improductivamente, que las reuniones, la mayoría innecesarias, que las

colas, que las esperas del transporte, que las citaciones para las más disímiles tareas,

sin mencionar la atención en los servicios y la carencia de ellos muchas veces... no

no no, una barbaridad... Ya casi no nos dejan tiempo para la familia, el hogar, y

todavía hablan del tiempo libre y hasta quieren planificarlo. Esto tengo que

contárselo a Mario, coño, ¿cómo no se me había ocurrido? El tampoco lee Alma

Máter. ¡Huy! Mira qué hora es ya. Este reloj se desboca a esta hora y yo aquí

elucubrando, devanándome los sesos, husmeando en el portafolios. Levántate,

Marnia, no bobees más. A ponerme los patines, que si sigo así voy a llegar tarde otra

vez. Menos mal que el viernes tengo clases con los alumnos de Periodismo. La única

tarea que me gusta de verdad: dar clases. Lástima que no sea eso lo que tenga que

hacer todo el tiempo...


Augusto Lázaro

@augustodelatorr


(continuará)

sábado, 1 de febrero de 2014

EL AULA SUCIA 8

Al día siguiente le entregaron una lista de las tareas que tendría que realizar, tras

recoger su contrato en la Administración y llenar una planilla con todos sus datos

completos y actualizados en Cuadros. Con su portafolios a cuestas, ya bastante

lleno con los materiales docentes y ahora con documentos y papeles sueltos, se

encaminó hacia el Departamento de Literaturas. Recordaba la expresión de la

muchacha que el día anterior le contara lo que ella no había pensado que pudiera

ocurrir en la Universidad. "Ahora me siento mejor", le había dicho Margarita al

terminar su historia, y ella le había anotado en un papel su dirección, "por si un día te

sientes como hoy y quieres desahogarte". Su primer día en la Universidad le había

mostrado dos cosas con las que no contaba: la destrucción de un matrimonio joven

por caprichos de la burocracia, y la larga espera que tendría que hacer en lo

adelante, en la siempre repleta parada del ómnibus.

--¡Felicidades, compañera!

La sonrisa del doctor Oropesa refrescó su semblante. Dejó el portafolios en su mesa y

le agradeció a su compañero de Departamento que acababa de entrar. Se sentó

en su silla con la copia del contrato delante. Este estipulaba que Marnia estaría

ubicada en la categoría de Instructora, que prestaría servicios como Profesora de

Literatura General en la Facultad de Artes y Letras, y que su contenido de trabajo sería

impartir conferencias, dar clases prácticas, organizar seminarios, y otras actividades

relacionadas con la docencia, siendo el tipo de contrato continuo, y por ocho horas

diarias (lo que la dejó con un palmo, ya que no concebía su trabajo encasillado en una

norma de tiempo tan exacta). El contrato apuntaba además que su puesto de trabajo

tenía las condiciones de seguridad e higiene requeridas -buena ventilación, iluminación

adecuada, y carné de salud-, "por Dios, no sabía que el carné de salud lo tendría mi

puesto y no yo misma", y miró al doctor Oropesa concentrado en sus papeles. Por último,

que ella recibiría un salario mensual de 280.00 pesos, añadiendo, "¡qué cosa!", que este

salario se le abonaría de acuerdo con la cantidad de exámenes, cuidados y

calificaciones sobre la base de las tasas siguientes -y aquí había un espacio en

blanco que no le interesó- y que el contrato sería por diez meses, prorrogables

hasta un máximo de tres años, haciendo referencia a las vacaciones pagadas, al

compromiso del trabajador, etc. Marnia levantó la vista al sentir que alguien entraba

y vio a dos profesoras que conocía de vista, que saludaron al doctor Oropesa y le

hicieron a ella un gesto, sentándose a conversar en la mesa colectiva. Marnia lo

observaba todo: le parecía un sueño estar allí, ser profesora de la Universidad, de

aquel centro cuya influencia se hacía sentir en la vida cultural, técnica y científica

de la provincia. Ella misma había asistido a numerosas actividades literarias donde

oía admirada las disertaciones de los eruditos invitados que la dejaban como en

éxtasis. Ahora ella formaba parte de aquel cuerpo. Ahora ella sería quien podría

impartir esas disertaciones a sus alumnos. Y pensó en ellos, en esos desconocidos:

¿cómo serían? ¿Les caería bien? ¿Estaría ella en condiciones de hacerlo, y de

hacerlo bien? El respeto que sentía por el magisterio la llevaba a cuestionarse.

Guardó su contrato, se levantó para salir, saludó a sus compañeros presentes, y se

encaminó hacia la parada. Sus primeras clases llamaron la atención de sus jefes:

a pesar de tener muy poca experiencia en ese tipo de trabajo, se desempeñaba

mejor de lo que ella misma había imaginado. Le gustaba pararse frente a los

alumnos y conversar con ellos, sin solemnidad ni protocolo, y a las pocas semanas

ya había establecido una correspondencia que la hacía sentirse mejor y con más

disposición para afrontar lo que pudiera presentársele. Algunos alumnos se le

acercaban para plantearle problemas personales o referidos a los estudios, los

mejores para quejarse de otros profesores, lo que siempre rechazaba Marnia por

considerarlo no ético, según les explicaba. Poco a poco fue compenetrándose

con el sistema de enseñanza en la Universidad, atiborrado de modelos, informes,

planes, y reuniones, en las que se consumía una porción importante del tiempo de

trabajo. "Y nada de esto lo dice mi contrato". Los papeles, los materiales y los

libros que tenía que consultar diariamente la obligaron a comprar un portafolios

de cuero, mucho más grande y resistente que el que conservaba desde sus estudios

superiores. Su nuevo compás de vida alteró sus relaciones con Mario y con Aimée:

ya no podía estar con ellos como antes, a veces salía de su casa muy temprano y

regresaba tarde, pasándose casi todo el día en la Universidad. Esta situación

provocaba discusiones domésticas menores.

--Desde que trabajas en la Universidad no calientas la casa.

--¡Ay, Mario! No seas exagerado, que no es para tanto.

--¿Que no es para tanto? Mira hoy mismo: ¿a qué hora saliste de aquí? ¿Eh? A las

seis de la mañana, todavía oscuro, y ¿a qué  hora regresas? ¿Se te rompió el reloj?

Automáticamente Marnia miró su nuevo reloj pulsera comprado con el primer salario

que marcaba las 6.36 p. m. Dejó el portafolios sobre la cama y comenzó a

desvestirse. Se puso una bata de casa y se dirigió a la cocina para preparar la

comida y el baño de Aimée, que jugaba en el pasillo con una amiguita.

--Tú sabías, porque yo te lo advertí antes de irme, que hoy iba a tener un día

molesto.

Marnia se justificó, aunque comprendía que Mario tenía parte de razón: ella se

había pasado todo el día en su trabajo y la casa quedó a cargo de quien ahora le

echaba una descarga, mientras la niña se quedaba a almorzar en la casa de una

señora que la cuidaba en el reparto Sueño.

--Sí, yo lo sabía. Menos mal que me lo advertiste. Otras veces ni eso.

--¡Ay, Mario!

Pero Mario ya se había calmado bastante y la miraba, tratando de asimilar el por

qué de su estancia tan larga en la Universidad. Mientras preparaba la comida, ella

le detalló el fantástico menú del comedor obrero: arroz sin manteca, chícharos

secos, jurel hervido y un pedacito de pan tan duro como un pole. Y agua, por

supuesto, al tiempo. Después café, en la cafetería. Estas discusiones no eran muy

frecuentes, pero ponían a Marnia en estado de tensión cada vez que tenía una

estancia maratónica con reuniones, claustros, chequeos de planes, colectivos de

disciplina, asambleas de brigadas o despachos personales con alguno de sus jefes (y

tenía varios), lo que sucedía casi diariamente. A veces podía cumplir todas sus

tareas en una sola sesión y estar a tiempo en casa a la hora del almuerzo, o de la

comida según fuera el caso, otras tenía que almorzar en la Universidad porque el

turno era corrido por el cúmulo de tareas que debía atender, además de impartir

clases. Pero los maratones...

--Los maratones me van a costar noventa pesos -le dijo una vez a Liliana en la

cafetería.

--¿Por qué noventa pesos?

--Eso es lo que cuesta el divorcio, ¿no?

Ambas se echaron a reír, pues en el fondo sabían que eso era mucho más difícil

de lo que pudieran imaginarse. Y así pasaba el tiempo alegre, a veces triste, pero

siempre activo, siempre intenso, en la vida de Marnia en la Universidad y en su casa

En esta última tanto su vida como la de Mario y Aimée se habían reducido, en los

últimos meses, aparte del trabajo de ambos, a una constante búsqueda de

alimentos, artículos, objetos necesarios para hacer más agradable la existencia de

cualquier ser humano. Y muy poco más.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)