sábado, 2 de agosto de 2014

EL AULA SUCIA 34

Marnia amaneció nerviosa. La Administración había quedado en recoger los grupos

que irían a Guantánamo en el patio central del Rectorado, en un ómnibus de flete,

a las siete. A las seis ya Marnia disfrutaba de su pan con mayonesa casera y un café

fuertecito con algo de leche en polvo. Se despidió de Mario y de Aimée, orientando

una vez más a aquél cómo debía hacerse cargo de ésta. Marnia se situó en la Plaza

de Marte para pedir botella. Llegó sudada a la Universidad a las 6.50 según su reloj y

se encontró con la ausencia de la mayoría de los profesores que debían estar ya

allí, y con lo más curioso: el ómnibus no se veía ni en el pensamiento. Oscar estaba

conversando con Neysa. No habían llegado Liliana ni María. Marnia se incorporó al

dúo y se entretuvo, hasta que miró su reloj y comprobó que eran las 7.40 y ni

ómnibus ni Liliana ni María ni mucha más gente de la que estaba cuando llegó.

--Vamos, no protestes, que ya tú no eres primeriza -le dijo Oscar.

--No, no lo soy, pero recuerdo que el viaje que hicimos tú y yo a Sancti Spíritus fue

harina de otro talego.

--Claro, monona, tú y yo solos y con reservación en un ómnibus especial.

--Ahí viene María -dijo Neysa.

--Sólo falta la muñeca, al menos de nuestro Departamento -exclamó Oscar,

encendiendo un cigarro-, eso sin menospreciar a las presentes.

Pasadas las ocho se apareció Liliana con el pelo alborotado, sudorosa y agitada, y

con un bolso que parecía abastecido para una larga tournée.

--No me miren -dijo al incorporarse-, gracias que llegué. Les voy a...

Pero en ese momento llegó el ómnibus y el grupo se libró del cuento que pensaba

soltarles Liliana.

--Verdad que esta gente los tiene bien grandes -dijo Neysa.

A las nueve de la mañana salió el ómnibus rumbo a Guantánamo. El recorrido podía

hacerse en menos de dos horas, y así estarían en esa ciudad con tiempo suficiente

para alojarse, acomodarse, almorzar, descansar, y prepararse para comenzar el

trabajo en horas de la tarde. “Después de todo”, pensó Marnia, “Oscar tiene razón, ya

estoy cujeada en estas lides, que citan a una hora y comienzan una hora después,

en todas las actividades, y esto no hay Dios que lo arregle. Ya va siendo hora de que

me olvide de la puntualidad y siga el juego de la mayoría”. Lliliana se sentó junto a

ella. Marnia sacó una agenda nueva. Pensaba anotar todas las incidencias a

manera de diario. Se imaginaba que Guantánamo sería la otra cara de la moneda

(siempre recordaba a Sancti Spíritus), pues Violeta le había advertido que fuera

preparada, "hasta con hilo de coser, por si acaso, porque allí no vas a encontrar más

que polvo y cucarachas". Marnia pensó que Violeta exageraba, "coño, ni que eso

fuera la Sierra", pero de todos modos acudió con lo necesario para cualquier

eventualidad, aunque no como Liliana que llevaba un arsenal donde no faltaba ni

una aspirina.

--No, querida, a mí no me cogen desprevenida estos mamertos.

Marnia se recostó. Ya el lunes estaría de regreso, a primera hora, y tendría muchas

cosas que contarle a Mario... Pero el lunes, no a primera hora, sino a las cuatro de la

tarde, Marnia entró en su apartamento, donde no encontró a Mario ni a Aimée, y

tuvo que esperarlos largo rato. Cuando llegó Mario, pasadas las seis, en lugar de

contarle, como había pensado, después del saludo, decidió mostrarle lo que había

escrito en su agenda, y así Mario conocería mucho mejor todo lo que le había

sucedido en esos dos días inciertos de su viaje a Guantánamo. Y Mario leyó:

     Salimos después de la nueve. Dentro del ómnibus el calor es salvaje. Hay gente

     de pie. Dice Liliana que son socios de los choferes ajenos a la Universidad. El

     ómnibus hace un ruido de los mil demonios. Casi no oigo lo que me dice Liliana

     que va junto a mí. Bulla y calor. Y humo de cigarros. El aire irrespirable. Estoy

     empapada. Voy a hacer acopio de fuerza de voluntad para no volverme loca. A

     los tres kilómetros se poncha una goma trasera de la guagua. En medio de la

     carretera y al sol. A la media hora partimos de nuevo. Los choferes llenos de

     grasa y maldiciendo a todo el mundo. Pasado el entronque de El Cristo comienza  

     a llover. Hay que cerrar las ventanillas y el calor aumenta. Me ahogo. Empiezan a

     caer gotas dentro del ómnibus. ¿Qué es esto? Un charco de fango y de sudor y

     de humo y de bulla. Esto es una sauna. Cuando regrese pesaré diez libras menos.

     A las 12.30 llegamos a Guantánamo. Nos paramos frente a lo que según dice el

     jefe del destacamento será nuestro alojamiento. Parece una casa grande y vieja

     de familia acomodada, pero es un albergue del MINED. En otro país estuviera

     clausurado por carecer de condiciones mínimas para ser habitado siquiera un par

     de días. Esto lo descubro al entrar. El saludo es una rata enorme corriendo hacia

     el fondo y varias cucarachas en las paredes de la sala. No hay agua. No hay

     ventiladores. No hay bombillos en todos los cuartos. Falta ropa de cama. En el

     baño no hay toallas ni jabones. Hay otro baño al fondo en similares condiciones.

     Llegan dos muchachas del MINED con ropa de cama y algunas toallas. Nos

     dicen que tratarán de conseguirnos jabones y cubos para que podamos  

     bañarnos, pues en el patio hay una llave con un chorrito de agua permanente.

     Nos acomodamos como podemos. Los de Literatura caemos con los de Historia

     en un cuarto donde sólo caben ocho y somos nueve. Hay cuatro literas dobles

     peladas. Sobra uno de nosotros. Oscar, que es el varón, o quien sobre, tendrá que

     dormir encima de alguna, ya que al lado sería imposible. El cuarto está lleno de

     polvo y telarañas. El piso está limpio. Por fin salimos. Vamos al comedor que está a

     diez cuadras de distancia. El calor aumenta y nadie se ha podido lavar nada.

     Llegamos al comedor. Está casi vacío. Nos sentamos. Asombro: arroz blanco con

     carne de cerdo, yuca hervida y mermelada de postre. Y el agua está fría. ¡Madre

     del verbo! Regresamos al albergue. Una de las muchachas nos explica que esa

     casa apenas se utiliza y que como éramos muchos el MINED no pudo resolvernos

     un hotel. Nos bañamos en turno diferido y en cámara lenta. Trajeron seis cubos y

     algunas toallas más, aunque casi todos trajimos las nuestras, y Liliana ni se diga.

     Creo que también trajeron jabones y pasta y todo eso. Las muchachas son muy

     amables y cariñosas, se nota que quieren complacernos, son muy atentas y eso

     alivia. Casi todo el personal lo es (contando la gente del comedor). Claro, ellos

     no tienen la culpa de este desbarajuste. Descansamos sudando. Algunos héroes y

     heroínas se tiran a dormir la siesta a pesar del calor y los mosquitos. De Literatura

     nadie puede dormir, salvo, como era de esperar, el feliciano de Oscar. Entrada la

     tarde algunos decidimos dar una vuelta por la ciudad. El trabajo comenzará por

     la noche. La electricidad también es un problema, no pudieron conseguir más

     bombillos y hay cuartos sin luz. Después de la comida comienzan las sorpresas en

     el trabajo, la primera es...

--¡Ya! -Mario tiró el diario sobre la mesita de la sala y miró a su mujer seriamente-. No

sabía de tus cualidades como escritora de ficción, querida -y se sentó en la butaca,

ahora riéndose-. Porque no pretenderás hacerme creer que todas esas desgracias

ocurrieron juntas en ese viaje a Guantánamo... ¿verdad que no?

(continuará)



Augusto Lázaro

@augustodelatorr

http://laenvolvencia.blogspot.com

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