sábado, 14 de junio de 2014

EL AULA SUCIA 27


--Siempre te toca los fines de semana.

--No exageres.

Era sábado. Marnia tenía guardia en la Universidad. Al terminar la comida -esa tarde

muy temprano por ese motivo-, Aimée se fue a los altos a jugar con su amiguita, y

Mario se quedó solo en la mesa, fumando, mientras ella se preparaba para salir.

Tenía que contar con el transporte, y debía estar en la Universidad a las ocho, hora

en que comenzaba la guardia.

--Cuando vengas ya se terminó la primera película y comenzó la segunda, o sea,

que no vas a ver ni la una ni la otra.

La guardia terminaba a las once y a esa hora Marnia debía regresar en un ómnibus

que recogía a los empleados de ese turno y los repartía por toda la ciudad.

--A lo mejor estoy aquí antes de que haya empezado la segunda, querido. No te

preocupes tanto y disfruta de tu soledad.

Marnia salió a las 7.05. En la parada, el gentío amontonado le hizo desechar el

transporte oficial. Se encaminó hacia la Plaza de Marte y se detuvo ante la

intersección de las calles Plácido y Escario. Por allí, a veces, pasaban taxis que

podían llevarla a su destino, y en último caso, apelaría a lo que ya se estaba

haciendo en ella un hábito: la botella. Claro que un sábado al anochecer sería más

difícil, pero se había preparado sicológicamente para cualquier eventualidad.

Cuando estaba a punto de perder su presencia de ánimo pasó una moto, le hizo

señas a quien la conducía, y éste frenó a tiempo y se detuvo junto a ella. Eran

las 7.44.

--¿Me puede dejar cerca de la Universidad, por favor?

--Se puso dichosa, voy cerca de allí. Suba.

--¡Cuánto se lo agradezco! Ya casi llego tarde.

Por suerte el hombre no se propasó. Intercambiaron algunas frases y en diez minutos

estaban a tres cuadras de la entrada principal del plantel. Ahora sólo tenía que

cruzar la avenida Patricio Lumumba y ya estaría allí. Ese tramo siempre estaba

solitario y ella se asustaba a veces, pensando que podrían asaltarla. Pero nunca la

habían asaltado. Mario le sugería que anduviera siempre en grupo, nunca sola, pero

esa noche no había ningún grupo y ella decidió arriesgarse. Cuando llegó al

Rectorado pasaban de las ocho. Allí se encontró a María.

--¿Y tú qué haces aquí? Mi guardia era con Elvira. Nada menos que con Elvira.

--Elvira me llamó para cambiarla, me dijo que no se siente bien.

--¡Qué casualidad! Pero me alegro, contigo la guardia será más llevadera. ¿Tú te

imaginas? Tres horas con doña Elvira.

--No me digas nada, que ya he pasado por eso, y no es fácil.

La guardia consistía en sentarse en un buró y atender las llamadas telefónicas o a

cualquier visitante que se apareciera preguntando por algo o por alguien, y resolver

algún problema que tuvieran los becados que no habían salido de pase, aunque

por ser sábado noche esas eventualidades casi nunca ocurrían. Había un vigilante

encargado de las rondas y de toda la zona, que debía darles una vuelta cada hora.

--Y lo buenas que deben estar las películas. Dos suspensos, imagínate.

--Oye, Marnia, nadie me entregó la guardia cuando yo llegué. El turno anterior falló.

--Déjame buscar el plan de guadias a ver quién fue la graciosa que se comió la

guásima.

--No, deja, ya lo busqué, es una profesora de Idiomas, y es extraño, porque en este

turno de fin de semana nadie falla.

--¿Y cómo entraste?

--Eso es otra cosa, la puerta no estaba cerrada en firme.

María sacó un termito con café y las dos tomaron. Marnia pensó en Mario, en su

casa, en lo bueno que hubiera sido quedarse esa noche y disfrutar de las películas, y

después acostarse los dos de madrugada y levantarse el domingo cuando les

viniera en ganas, pues era el único día de la semana en que el despertador se

mantenía en silencio. A Marnia no le gustaba faltar a las guardias. Era algo que se

vigilaba mucho y por lo que se exigían responsabilidades ante cualquier

incumplimiento.

--¿Y tu marido?

--Lo dejé enredado con una partitura que no acaba de cuadrar.

--Yo dejé a Mario allá solo, leyendo, como siempre, y con una cara... hasta que

empiecen las películas. Aunque a él de vez en cuando le gusta estar solo, pero

como siempre vemos esas películas juntos...

--Sí, ya me imagino.

--Oye,María, cuando tú llegaste viste al vigilante de guardia?

--No lo vi, pero me dijo el ujier que estaba dando vueltas por allá por Becas. Así que

vamos a confiar en que no estamos solas e indefensas.

Generalmente las guardias transcurrían sin complicaciones, pero cuando el vigilante

no se encontraba en el área, las mujeres se ponían nerviosas: estaban indefensas

ante cualquier delincuente que lograra colarse en el plantel. Una vez se había dado

un caso: una profesora de Filosofía que hacía la guardia fue atacada por un

maleante que se le acercó de pronto mientras ella hablaba por teléfono: no tuvo

tiempo de esconderse y el asaltante casi logró violarla, pero en ese momento

llegaron dos becados de la ciudad y lo hicieron huir, aunque sin lograr su detención.

Marnia no le contó nada a Mario, pues éste le pondría muchos reparos para

continuar con sus guardias nocturnas y eso a ella no le convenía. A las once

debía llegar el ómnibus a recoger a todos los que estaban de guardia. Ese ómnibus

nunca fallaba.

--Las diez y media ya. Y el dichoso vigilante no aparece.

--Debe estar entretenido con las becadas. Como los fines de semana se quedan dos

o tres nada más...

--De todos modos debería darnos una vuelta, ¿no?

--Claro. Pensar que estamos aquí solas a expensas de que nos ocurra cualquier cosa.

--No empieces a autosugestionarte, que no nos va a ocurrir nada.

A las once menos diez llegó Oscar, que debía relevarlas y quedarse hasta las ocho

del domningo.

--Qué bueno que llegaste, muchacho. Ya estábamos rajando de ti.

--¿Qué, cómo la han pasado?

--Bueno... -Marnia miró a María con una mueca áspera en los labios- aparte del

humo de acá lo demás muy tranquilo. Ah, no hemos visto al vigilante, aunque nos

dijeron que estaba por Becas. Y el radio no funciona.

--Muy bien... -Oscar sonrió, se tomó el último buchito que quedaba en el termo, "lo

guardé especialmente para ti", y encendió un cigarro con cara desacostumbrada-.

Pero tengo que darles una mala noticia.

Marnia y María se miraron en silencio. Oscar se sentó en el sofá de la sala de estar y

las miró con lástimna.

--Me llamaron por teléfono a la casa. La guagua se rompió en Cuabitas, así que esta

noche tendrán que irse las dos por su cuenta... por su cuenta y riesgo.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


http://laenvolvencia.blogspot.com

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