sábado, 31 de mayo de 2014

EL AULA SUCIA 25


--Señores, las nueve menos veinte. ¿A qué hora vamos a comenzar la reunión?

Cuando Marnia vio en la pizarra la citación para esta asamblea departamental, se

volvió al doctor Oropesa, que también miraba, y le dijo: "¡otra reunión!, ya para el

viernes tengo dos, y con ésta otras dos para el jueves. Pero ¿qué le pasa a esta

gente?" El doctor Oropesa, como era su característica, no dijo lo que estaba

pensando, y se limitó a exclamar en voz muy baja, casi junto al oído de Marnia:

"vamos a confiar en que sean productivas estas reuniones", y se retiró a su buró,

sonriéndose. La reunión estaba señalada para las 8.00 am. Y Marnia era puntual.

Todavía lo era.

--Las menos diez. Fíjate, Ernesto, si a las nueve esto no ha empezado yo me voy, que

tengo un montón de cosas por hacer.

--Yo también me voy, compañeros, esto es una falta de respeto.

Marnia comprobó que no era ella sola la que tenía deseos de largarse de allí. María

la secundó, a pesar de que nunca protestaba por nada. Pero el reloj era

implacable, y la cantidad de tareas que tenían ambas, y en general todos los

miembros del Departamento -y de toda la Universidad- ponía en tensión a cualquier

sistema nervioso. María miró a Marnia como dándole a entender que podía contar

con ella y que ella se levantaría tan pronto Marnia se pusiera de pie. Faltaban tres

de los diez profesores disponibles, ya que dos estaban fuera del país en viajes

oficiales y una estaba enferma. La doctora Morell miró su reloj y tocó a Ernesto.

--Oyeme, yo creo que debemos comenzar, esta reunión puede extenderse y la

verdad es que casi todos estamos cogidos.

Ernesto consultó su reloj y miró a su pequeño auditorio.

--Antes de comenzar, déjenme leerles una postal que recibimos de la compañera

Milagros. Dice que regresa dentro de una semana -y leyó los recuerdos, los deseos de

bienestar para todos, los saludos, en fin, de la Decana de la Facultad de Artes y

Letras, que se encontraba de viaje por Europa.

Después Ernesto se refirió a Oscar, que se encontraba en México desde hacía dos meses y

no había enviado nada, y se permitió, a riesgo de una reprimenda de la doctora Morell,

decir que a lo mejor las mexicanas tenían a Oscar tan ocupado que le habían impedido

enviar alguna nota. La doctora Morell esta vez se limitó a sonreír, abrir los ojos y mirar a

Ernesto fijamente.

--También tenemos que nombrar aquí una comisión para ir a visitar al compañero

Matta, que como todos sabemos está convalesciente en su casa -y puso cara de

niña llorona- y según me dijo por teléfono se siente muy solo y muy dolido porque

hace quince días que nadie va a verlo.

A las 9.12 comenzó la reunión oficialmente.

--A María, Neysa y Violeta, que no han entregado los P-1 ni los planes bibliográficos

para el próximo semestre y miren a cómo estamos ya. A ver si se toman una

pastilla de velocín después del almuerzo, compañeras.

En la reunión se encontraban, además de Marnia, la doctora Morell, Ernesto, María,

Neysa, Oropesa y Violeta. No habían llegado todavía Adita, Liliana y Elvira, y Marnia

no pudo resistir la tentación de soltar una de las suyas y tocó a María, murmurándole:

"¡qué casualidad que las tres que faltan son las militantes del Partido! Las pobres,

deben estar atiborradas de tareas, ¿no crees?", y María abrió los ojos y le dijo bajito:

"niña, qué lengua te gastas, te van a hacer un acto de repudio".

--El plan ABC de este año se las trae, Ernesto. ¿Tú te has fijado la cantidad de

contenidos que tiene? Ni que estuviéramos en Francia, o en España, que allí sí hay

todo eso que pide este plan.

--No hay problemas -Ernesto movió la cabeza, riéndose-, ahora mismo le vamos a

pasar un cable a Milagros para que traiga un contenedor de Burdeos con todo lo

que necesitamos para cumplir el plan.

Las risas fueron unánimes. El doctor Oropesa no quiso quedarse rezagado.

--Y a Oscar que nos traiga un baúl con todo lo que se ha editado en los últimos diez

años en México.

Esta vez las risas fueron más discretas. La doctora Morell señaló a Neysa.

--La compañera Neysa está haciendo un estudio sobre eso, y creo que ya lo tiene

bastante adelantado, ¿no, Neysa?

--Sí, esta misma semana puede que lo termine. Y a nuestros queridos benefactores

de La Habana les voy a enviar una copia, para que se deleiten cuando conozcan

las innumerables posibilidades que tenemos aquí de hacerles caso.

Nuevas y más estruendosas risas. En eso llegó Elvira, sudada, agitada y nerviosa. Eran

las 9.38.

--Les pido disculpas, compañeros, pero tengo el carro roto en el taller y figúrense,

ustedes  saben cómo está el transporte.

Nadie dijo nada. Elvira se sentó junto a Ernesto y por encima de su hombro leyó el

orden del día y algunas notas breves que él tenía en una hoja suelta. La reunión

continuó sin nada digno de destacarse. Se discutieron los planes para el curso

entrante, se revisaron algunos modelos P, el programa docente, y por último, en

asuntos generales, Ernesto planteó que había un cohetico por ahí, echando chispas.

--Fíjense que no es un cohete, es un cohetico -recalcó, como siempre, sonriéndose.

El intercambio de miradas fue súbito. "¿Qué se traerá éste?", le susurró Marnia a

María, bajando la cabeza y fijando sus ojos en la agenda y en las anotaciones que

había hecho. En un aparte había escrito: "Elvira tiene el carro roto. Se jodió. Ahora va

a tener que vivir como una simple ciudadana". Tachó lo que había escrito. Tenía la

vena de la jodedera muy subida y se lo dijo después a María. Se limitó a pensar que

lo que había escrito no era muy conveniente, "si por casualidad me lo descubren,

estoy frita", y además, pensó que si Elvira sufría el transporte como la mayoría, le

dolería mucho más que a los que ya estaban acostumbrados a sufrirlo.

--Pues esa es la cosa: hace falta un voluntario que vaya a Guantánamo este fin de

semana a atender unos exámenes de cursos por encuentros y dirigidos.

El cohetico estaba suelto. Ernesto miró una por una las caras que tenía delante. La

doctora Morell se puso a revisar su agenda, hasta que decidió la solución.

--Mira, Ernesto, revisando aquí la situación en el Departamento, los horarios y demás,

yo creo que solamente podrían ir Violeta y Marnia, que son las que menos cosas

tienen para este fin de semana.

Violerta y Marnia se quedaron boquiabiertas. A ninguna de las dos les gustó tamaña

solución: un viaje a Guantánamo, de zopetón, les rompía la planificación del fin de

semana y las ponía a correr abandonando todo lo que habían pensado hacer en

sus casas y en su tiempo libre. Tampoco se explicaban por qué tenían que ser ellas,

las últimas, ni por qué la Universidad hacía tantos compromisos enviando a su ya

escasa fuerza laboral a otras ciudades, a otras provincias, dejando al Departamento

y a otras facultades diezmados. Marnia levantó la mano.

--Ernesto, aunque ya he manifestado en otras reuniones mi opinión sobre el

desplazamiento de profesores del Departamento...

Y repitió que ella había cooperado -mencionó su viaje a Sancti Spíritus entre otras

tareas fuera de la Universidad-, pero consideraba que se debía analizar bien ese

asunto, pues "nuestra Universidad sale perdiendo, yo no veo que aquí venga nadie a

echarnos una mano". Neysa, María y Violeta casi aplaudieron sus palabras. Oropesa

sonrió en silencio. La doctora Morell frunció el ceño. Ernesto se encogió de hombros.

Elvira levantó la mano.

--Mira, Marnia, yo comprendo que eso es muy pesado, todo el mundo tiene sus

planes para el fin de semana, pero resulta que nuestra Universidad es tan solicitada

porque nosotros tenemos esa fuerza que no tienen otras, y creo que eso contribuye

a nuestro prestigio, y además, eso debe ser un orgullo para nosotros, poder servir a

otras facultades que no cuentan con personal tan calificado.

--De acuerdo, Elvira -se atrevió a decir Violeta-, pero si nos atenemos a eso que tú

dices, sería preferible ser mediocre o incapacitado o no sé, a ver si así nos dejaban

tranquilos, porque yo veo que mientras más se supera una, más la cogen para el

trajín.

Varias carcajadas sonaron en el salón. Elvira se limitó a mover la cabeza, pero

no aprobó las palabras de Violeta. Ernesto, que veía venir la polémica, habló pronto

sin dar margen al diálogo inútil.

--Bueno, pero en definitivas, ahora lo que hay que hacer es resolver. ¿Cuál de las

dos es la que va por fin?

Marnia y Violeta se miraron. Neysa, sin pedir la palabra, sonriéndose con picardía,

dijo: "ya lo tengo", y sacando una moneda de su bolso, la apretó en el dorso de su

mano y exclamó a toda voz: "la solución: estrella o escudo, que la suerte decida y

así nadie se pelea con nadie. A ver tú, Violeta, ¿estrella o escudo?"

Augusto Lázaro

@augustodelatorr

http://laenvolvencia.blogspot.com

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