sábado, 8 de marzo de 2014

EL AULA SUCIA 13

Ernesto se le quedó mirando y movió la cabeza afirmativamente.

--Te llamé para informarte que el Departamento tiene una misión para ti.

Marnia se puso nerviosa. Cuando le avisaron de que Ernesto quería verla ella salía

de una clase de Literatura francesa del siglo XIX en la que había logrado una buena

discusión de sus alumnos sobre El rojo y el negro. "¿Qué querrá ahora? Esta mañana

no me dijo nada". Adita tampoco le dio luz al entrar en la misma aula a dar su clase.

"Creo que te está esperando en el Departamento".

--¿Una misión? ¿Qué tipo de misión?

--No te asustes. No, se trata de un viajecito corto -Ernesto sonrió: siempre sonreía,

aunque tuviera que dar malas noticias-. Un viajecito a Sancti Spiritus.

--¿A Sancti Spiritus? -Marnia abrió los ojos y sonrió, pensando en una nueva broma de

su jefe, que tenía fama de enredar a la gente y a veces su interlocutor no sabía si

hablaba en serio.

--Sí. Es un servicio que le prestamos a esa provincia.

Marnia trató de entender. En su mente se reflejó un mapa de la isla, donde aparecía

Sancti Spiritus en el centro, a unos pasos de la ciudad de Santa Clara y más cerca de

la capital que de Santiago de Cuba. ¿Qué podía ella ir a hacer allá? "Déjame no

coger tren desde ahora", meditó, y esperó la explicación.

--Mira: nosotros hicimos un convenio con una Facultad que tiene Sancti Spiritus y

cada cierto tiempo le enviamos algunos profesores para que impartan clases. ¿

Comprendes?

--No -dijo Marnia, golpeando suavemente el buró con su bolígrafo.

--Bueno... mira: se trata de que nosotros enviamos profesores a esa Facultad, para

que les impartan clases a sus alumnos. Van allí, dan sus clases, y regresan al día

siguiente. Y ellos hacen lo mismo con nosotros.

--¿Y en Santa Clara no hay una Universidad que viene siendo la tercera del país?

--La hay -Ernesto se le quedó mirando, como si esperara que Marnia encontrara lo

que le proponía como lo más normal del mundo. Pero Marnia lo encontraba todo lo

contrario.

--Y esos compañeros de la Universidad Central ¿no pueden impartir esas clases?

Ernesto meditó. Pero tenía una respuesta que a él le habían orientado: "nosotros

hicimos un convenio... es una especie de intercambio cultural entre ambas

Facultades. ¿Comprendes ahora?", y Marnia se quedó callada, pensando que

después de todo le resultaría interesante dar un viaje a un lugar que no conocía, y

aunque no había visto a ningún profesor de Sancti Spiritus allí, desde que ella

trabajaba en la Universidad, decidió que eso no era asunto suyo y que sería inútil

seguir discutiendo.

--¿Qué pasa? ¿Tienes algún problema para ir?

--No, no, no tengo ningún problema.

--Entonces... -Ernesto no dejaba de sonreír y de mirarle a los ojos- ¿cuento contigo?

--Por supuesto. ¿Cuándo tengo que salir?

Ernesto abrió su agenda y le dio algunos detalles para coordinar el viaje: qué iba a

hacer, cómo lo iba a hacer, dónde se iba a alojar, a quién debía dirigirse allá, y

sobre todo, cuándo tenía que partir. Al final agregó un dato que hizo exclamar a

Marnia "¡Dios me salve, me voy a asfixiar!", pues le soltó que Oscar iría con ella.

--Hay un problemita... -Ernesto se puso serio por primera vez. aunque sólo un

instante-. La única salida para Sancti Spiritus es a las dos de la madrugada. Ese

ómnibus es directo, tiene aire acondicionado, sale siempre a su hora, y llega a

tiempo para impartir la primera clase, y así los que vayan sólo tienen que estar día y

medio.

Entonces ella pensó en Mario y su piel se erizó. ¿Cómo decirle que tendría que ir a

Sancti Spiritus, que tendría que salir a las dos de la mañana, y que iría con Oscar de

compañero? Comenzó a hacerse mil ideas de su viaje. "¿Y con quién dejo a Aimée?

Si Mario tiene que viajar en esos días eso será un problema, y en días de clases,

dígame usted". Al fin se resignó a plantearle el problema a su marido y esperar su

reacción en silencio. No obstante, le dijo a su jefe que contara con ella, y se

despidió, sonriéndose. Era un nuevo aspecto de su trabajo en la Universidad.

--¡No me digas! -Mario se tomó el café de un tirón y enseguida encendió su pitillo-. ¿

Y por qué te mandan a ti, habiendo otros profesores con más experiencia?

--Bueno... supongo que será porque ellos quieren entrenarme o someterme a

pruebas -lo pellizcó en una mejilla-, pero alégrate, yo creo que ese viaje va a ser

provechoso para mí.

--Ven acá, querubín, ¿y por qué la Universidad tiene que ir tan lejos y gastar dinero

en dietas, transporte y hospedaje, habiendo en Santa Clara una Universidad que

tiene fama a nivel nacional? ¿No te explicaron eso?

--Sí, mi amor, Ernesto me dijo que eso es un convenio entre ambas facultades, una

especie de intercambio, ya tú sabes.

Se dirigió a sus trajines domésticos mientras él se quedaba en la sala. Cerró el libro

que leía. "Otro bodrio de producción casera. Casi no se puede leer nada de lo que

se publica de estos autores nacionales: todo es teque y apología, todo es evasión

de nuestra realidad, tal parece que aquí no hay problemas, que todo marcha sobre

ruedas, que esto es, como dijera el profesor Parreño, un puñetero paraíso".

--¿Así que Sancti Spiritus? -Mario se le quedó mirando.

--Me faltaba decirte que...

Entonces ella le soltó de un tirón todo lo referente al viaje, dejando para el final el

asunto de la hora de salida. Pero Mario no dijo nada más. Se limitó a dar paseítos,

volvió a tomar café, y encendió otro pitillo. De pronto se echó a reír. Marnia se

asustó.

--¿Qué te pasa, amor? ¿Tú ves? Eso es la tomadera de café y la fumadera, estás

peor que Oscar...

Al momento se arrepintió de haber pronunciado ese nombre.

--¡Ja! Están locos. Sí, están locos todos, o comiendo mierda, que es peor. Mandar a

un par de profesores al centro de la isla a dar un par de clases, generando gastos,

alejándolos de sus funciones aquí, habiendo a una cuadra otra Universidad con

todas las de la ley, con decenas de profesores capacitados que pueden impartir

cualquier cosa... y además está La Habana, más cerca que ustedes... Pero ven acá,

¿quién fue el verraco que firmó ese trato? Seguro que no fue un profesor, ¿eh?

Marnia estaba asombrada de semejante verborrea soltada en seguidilla. Sin

embargo, Mario se veía calmado, más bien incrédulo ante una perspectiva que no

podía comprender. Decidieron no hablar más del asunto. Mario le prometió que la

acompañaría hasta la terminal cuando partiera, pues Oscar le había propuesto

recogerla en su casa, pero ella se negó, diciéndole que Mario la llevaría a la

estación.

--¿Qué día es el que tienes que partir? -preguntó Mario por último, antes de

recostarse en la baranda del balcón y lanzar al espacio el humo del cigarro.

Augusto Lázaro

@augustodelatorr
(continuará)

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