sábado, 1 de marzo de 2014

EL AULA SUCIA 12

--El lunes a las ocho.

El doctor Oropesa le regaló una de sus sonrisas largas, cerró su portafolios, le

estrechó la mano, dijo hasta la vista, y salió del Departamento. "Siempre está

apurado", pensó Marnia, mirándolo caminar con ese paso rápido y a la vez

elegante que llamaba la atención. "Más nadie que él". Marnia se sentó a su mesa

con el fail en las manos, el fail que Oropesa acababa de entregarle. Un trabajo de

curso de casi veinte páginas que ella debía leer, revisar, analizar, y prepararse para

discutirlo el lunes. Oropesa le había informado que ella formaba parte del tribunal

que calificaría ese trabajo. Era sábado: tenía menos de cuarenta y ocho horas para

dedicarse a esa tarea, descontando, por supuesto, todo lo demás que ella pensaba

hacer. "¡Cuarenta y ocho horas! Y ni siquiera conozco la obra que valoran los

alumnos". Se preguntó si eso sería una deficiencia suya, aunque no se trataba de

ninguna obra contemplada en el plan de estudios de su asignatura.

--Pero óigame, Oropesa -le había ripostado amablemente-... ¿usted cree que en un

par de días yo pueda analizar este trabajo y hacer un buen papel allí en el tribunal?

--Imagínate, eso a mí me lo soltaron ayer por la tarde. ¿Qué tú quieres que yo

haga?

--Pero... ¿y la metodología? ¿No está eso establecido por el MES?

Oropesa suspiró, resignado.

--¡Ah, sí! ¡La metodología! -y sonrió suavemente, le hizo un gesto comprensivo, le dio

una respetuosa palmadita en el hombro, y agregó-: Pero no te preocupes, esos

alumnos no son tan brillantes, cualquier cosa que les digas será una genialidad para

ellos -y se puso de pie-. El lunes a las ocho.

No era la primera vez que le encargaban una tarea con esas características. Desde

que trabajaba en la Universidad esas cosas le caían, como las reuniones no

planificadas o los mítines relámpagos donde se informaba lo que todo el mundo ya

sabía. "Y todo se celebra con trabajo voluntario", razonó, acordándose de que ese

mismo día ella estaba citada para uno de esos mítines. "Pero al carajo lo demás, si

quiero por lo menos leerme este trabajito". Se resignó una vez más a cargar con el

cohete. De sábado para domingo, porque el lunes a las ocho tendría que plantarse

allí, frente a esos estudiantes autores del trabajo, con su cara de profesora seria, a

inventarles teorías y a improvisar conclusiones que estaría muy lejos de sustentar y

asumir. Aunque algo se le revolvía por dentro, ya en otras ocasiones Liliana le había

recomendado que cuidara su corazón, "porque óyeme, a las mujeres también les da

el infarto".

--Y una sola golondrina no embellece el verano.

Marnia no podía explicarse por qué se le entregaba ese trabajo para que lo

estudiara día y medio antes del tribunal. Y sin haber leído el libro. Caminó hasta la

parada, dispuesta a darse una ducha que la calmara un poco. Llegó a su

apartamento al borde de la desesperación. Para colmo, también tenía que

enredarse ahora con el fogón, aunque Aimée se encontraba con su padre y Mario

ausente, en viaje de trabajo. Se sintió extraña. Casi nunca coincidían las ausencias

de Mario y Aimée. Pero si quería estar en buena forma para enfrentarse al trabajito,

debía alimentarse. "Mejor que ninguno de los dos esté aquí, así puedo dedicarme

por entero a esta tiñosa", meditó, mientras se cambiaba de ropa y registraba en la

cocina. No había nada hecho. Decididamente tenía que ponerse a cocinar. "¡Ah!

Vivir sola tendría sus ventajas, quitándole la cocinadera". La ducha la calmó. Pensó

en sus alumnos. La Universidad absorbía todos sus pensamientos. "Vivir sola, sí, sería

interesante, pero dice Liliana que ella desearía vivir acompañada. ¡Ja! El ser

humano, siempre deseando lo que no tiene y cuando lo consigue enseguida

comienza a desear otra cosa. Pero quizás sin ese deseo insatisfecho permanente

todavía estuviéramos metidos en las cuevas". Se preparó un arroz con carne de lata,

frió unas papas, hizo una limonada, y se sentó a almorzar en paz. Después se dirigió a

su mesa de trabajo casera, obviando la siesta sabatina, y abrió el dichoso fail. "Adiós

visita de fin de semana a mi mamá y adiós películas del sábado y adiós lecturas

atrasadas del domingo". Porque todo su tiempo estaba ya comprometido, y aun así,

de ninguna manera podría hacer un buen papel frente a los estudiantes ni mucho

menos ayudarlos en su empeño. ¿Qué decirles, si apenas podría manosear su

trabajo? ¿Y si se daban cuenta de que ella no sabía nada de la obra? Pero claro,

podía basar su intervención en los aspectos técnicos y formales, en la metodología

que aplicaron, y hablar poco, dejándole al doctor Oropesa lo demás, pues él

seguramente conocía la obra: treinta años de profesor en la Universidad era un

buen record para leer bastante, sobre todo él, que no tenía que prepararse sus

comidas ni hacer colas largas en los mercaditos. "Y nadie duda de que Oropesa es

el más capacitado de todos nosotros". Marnia pensó en Liliana, que según consenso

era el pollo de Artes y Letras, a pesar de aproximarse a los cuarenta. Era su

compañera preferida y su jefa inmediata, rara coincidencia que podría parecer

ante algunos como oportunismo e hipocresía, pero que en Marnia era sincera. ¿Qué

pensaría de esto? Los alumnos opinaban que era la mejor profesora que tenían, y

no se escondían para proclamarlo. "¿Por qué no la pondrían en el tribunal? Bueno,

como es militante del Partido, seguro que está cogida con sus reuniones y sus tareas.

Ella misma ha dicho que el Partido no hace más que reunirse, a pesar de que en

cada reunión se discute y se plantea que es innecesario reunirse tanto, que la vida

no es una reunión, y que hay mucho que hacer para pasarse el día con las nalgas

en el pullman". Pero Marnia no era militante y también se reunía demasiado. Era un

mal endémico: reuniones y cohetes a treinta años de Revolución. "Y nunca he

conocido de un cohete que haya resuelto algún problema". Sin embargo, los

cohetes persistían, y en su centro de trabajo eran constantes. "¿Será que no

podemos prescindir de ese atropello de tareas?". Volvió a pensar en los alumnos y se

dio cuenta de que casi nunca pensaba en ellos, que eran realmente su razón de ser

y de estar en la Universidad. Ellos, esos jóvenes que ella estaba educando,

formando, preparando para abrirse paso en el futuro, y no los papeles ni las

reuniones ni los informes ni los mítines. Se había descuidado en ese aspecto. ¿

Cuántas veces se acercaba a sus alumnos? ¿A cuántos había tratado de ayudar en

realidad? ¿Se quedaba un minuto después de sus clases para aclararles algo, para

compartir con ellos algunas de sus muchas inquietudes? Al principio sí, algunas

veces, cuando todo era un ensueño en ese nuevo centro, pero últimamente se

había alejado de ellos, quizás porque su tiempo se había ido convirtiendo en un

constante corre-corre, pero ella sabía que en el fondo eso era una justificación, una

justificación mezquina y nada más. Una más, en la larga cadena de justificaciones

que todo trabajador se había acostumbrado a arrastrar. "No... no soy una mala

profesora... he tratado de ayudarlos, lo que sucede es que los estudiantes son muy

malcriados, se creen que lo saben todo, y..." De pronto se dio cuenta de que estaba

perdiendo el tiempo y decidió leer, analizar, inventar, quemarse las pestañas, las

neuronas, buscar ese dichoso libro para verle por lo menos la portada y leer la

solapa y si acaso el prólogo, si es que lo tenía. De todos modos iba a quedar mal

hasta consigo misma, y se repetía la pregunta que quemaba su cerebro: "¿seré una

mala profesora?" Se cuestionó una vez más. Pero no, claro que no, ella no era una

mala profesora, ella no tenía la culpa de que le hubieran entregado ese trabajo

esta mañana, ella solamente aceptaba esa tarea, como todos, porque todos los

profesores aceptaban esas tiñosas, esos cohetes, esa improvisación, el maldito

finalismo que tanto daño hacía, y nadie se rebelaba... ¿Nadie se rebela?, se

preguntó. Pensó si ella también seguiría siendo una marioneta que se movía al

compás de las orientaciones de última hora, y concluyó en que había quienes se

enfrentaban y se buscaban problemas por hacerlo, por no aceptarlo todo así de flai

como cristianos medievales, no señor. Recordó las palabras de Liliana: "una sola

golondrina no embellece el verano". Pero el verano debía embellecerse a toda

costa, porque sin la belleza no se puede vivir y... Desechó las ideas que cruzaban por

su mente. "Soy disciplinada, trato de cumplir, mis clases no son nada infames como

tantas que señalan los alumnos". Repasó su curriculum tratando de ser objetiva:

cuando le controlaban una clase lo menos que alcanzaba era un 4. Pero la duda

persistía. Dudaba de su capacidad, de su poder de análisis, de sus lecturas, de su

formación. "¡Mi formación! Bonita frase. Me gradué con un 5, sí, pero... ¿lo merecía?

¿Era tan bueno mi trabajo? ¿Y lo que debo a mi tutor, a mis consultantes, a la

bibliografía, hasta a mi oponente?". Ahora que ella era la otra parte, podía

cuestionarse sin nubes en los ojos. Ahora que tenía ante sí ese trabajo que quizás

mereciera el máximo, o quién sabe si el mínimo, y ella iba a calificarlo sin haber leído

la obra enjuiciada. "¿Cómo ser justo entonces?". Y no atinaba a descubrir si el error

estaba en ellos, en los estudiantes, o en los profesores, o en la dirección, o en el

sistema nacional de la enseñanza que tanto podía -y debía- cuestionarse. O acaso

en la interpretación que hacían muchos del sistema, de sus metodologías, de sus

orientaciones, de su aplicación. ¿Dónde estaba el quid? Pensó lo difícil que era ser

justo. Raro don, don excelso es la justicia, decía Martí. Se acomodó en su silla sin

hacer mucho caso al trabajo. La mortificaba esa idea de ser o no ser justo. La vida

no tenía que ser un esquema de reiteraciones, de aceptaciones falsamente

unánimes, de errores repetidos una y otra vez, de lamentos, de autocríticas

aliviadoras. La vida se podía transformar. "Sí, pero sobre todo el cerebro de la gente.

De toda la gente. De mí misma. porque no todos tenemos que hacer lo que hacen

todos. La vida no es un coro monofónico. No tenemos que decir sí pensando no, no

tenemos que aceptar siempre, que alzar la mano aprobatoria para salir del paso. ¿A

qué tememos? La disciplina acaba donde comienza lo malhecho, lo injusto, lo

inmoral..." Recordó que Adita le confesó una vez que ella se había vuelto apática

porque muchas veces quiso arreglar el mundo y el mundo se volvió contra ella, y

quienes tenían la sartén por el mango hasta intentaron sacarla de la Universidad

cuando sólo le faltaba un semestre para terminar sus estudios de Filología. De eso

hacía ya mucho tiempo. Y ahora ella analizaba eso desde su punto de vista como

profesora, y le parecía algo absurdo, ridículo, increíble. Ah, pero entonces Adita no

estaba sola en la Universidad. Y ahora ella tampoco estaba sola. Se puso de pie, se

rascó la cabeza, caminó, se asomó por las persianas, volvió a su mesita, tomó el

trabajo de los estudiantes, lo hojeó, hizo una mueca. "¿Es justo que aceptemos

estas cosas sin hacer nada por cambiarlas? ¿Es moral?". Se dio cuenta de que

estaba oscureciendo, ya casi no podía distinguir las letras del trabajo de curso.

Encendió la luz. Se tomó otra taza de café y en ese momento lamentó no fumar. Se

sentó y se recostó en la silla. "¿Por qué prestarme a esto, si esto no es más que una

farsa?". Se levantó otra vez. Tenía las manos húmedas, aunque no hacía calor en el

apartamento. Cerró el fail. Se quedó un rato mirándolo. "¡No! ¡Basta ya de soportar

esta inmoralidad! Después de todo, a pesar de sus majaderías, a pesar de sus

indisciplinas y de sus locuras propias de la edad, los estudiantes se merecen más

respeto".

Augusto Lázaro

@augustodelatorr

(continuará)

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