domingo, 16 de febrero de 2014

EL AULA SUCIA 10

--Toma, aquí tienes el modelo.

Ernesto le entregó un modelo de evaluación -el primero que veía- y le explicó cómo

debía llenarlo.

--¿Y tengo que evaluarme yo misma?

--No exactamente... tienes que hacerte una especie de autoevaluación y

entregármela, yo la reviso, la redacto definitivamente, y te llamo para analizarla

juntos.

Marnia se sentó en su puesto y leyó los parámetros en el modelo. "Así que tengo que

poner aquí lo que he hecho, cómo yo creo que lo he hecho, y por supuesto, las

cosas positivas y negativas. ¡Ah! Yo no sirvo para estarme elogiando yo misma,

tendré que poner sólo las cosas negativas". Le costaba trabajo escribir: recordaba

más o menos las cosas que durante ese tiempo ella había realizado, las visitas que

había recibido de Liliana y del propio Ernesto a sus clases, sus comentarios, las

puntuaciones que había obtenido (cinco o cuatro, nunca menos, y eso se lo habían

celebrado), etc. "Unas clases correctamente impartidas", decía Ernesto. "Yo diría que

algunas veces fueron clases excelentemente impartidas", decía Liliana. Y ahora

Marnia estaba escribiendo opiniones sobre sí misma, lo que nunca antes había

hecho en ningún centro de trabajo o estudios, exceptuando las autobiografías

que le pedían en el Pedagógico. ¡Autobiografía! Qué curiosa le resultaba esa

palabra. Pensaba que nadie podía ser objetivo consigo mismo, que cada ser

humano siempre tendía al autobombo, siempre justificaba sus errores y culpaba a

otros o a causas ajenas de sus fracasos y de sus meteduras de pata. "No, esto no es

serio. Mi evaluación deben hacerla otros, yo no debería poner ni una coma aquí en

este modelo", meditaba, aunque seguía escribiendo, porque así estaba establecido

y a estas alturas, aunque estaba lejos de cansarse de luchar, ya se había

convencido de que ella sola no podía cambiar esas reglas del juego. Cuando

terminó fue a buscar a Ernesto para entregarle el modelo. Ernesto le sonrió, "¿ya tú

ves que no fue tan difícil?", y guardó el modelo junto a otros similares que tenía en su

mesa.

--Después yo te llamo -le dijo.

A los pocos días Ernesto la citó para la reunión donde serían analizadas las

evaluaciones de todos los profesores de Literatura. Marnia se puso nerviosa. Era la

primera vez que se iba a discutir su trabajo por todos sus compañeros del

Departamento. Lo comentó con Mario.

--Figúrate, eso es con todos los profesores del Departamento, y me dijo Ernesto que

esa reunión es kilométrica.

--¿Otro maratón? No te preocupes, ya me estoy acostumbrando.

-¡Ay, Mario!

En su casa Marnia preparaba clases, leía libros y materiales sobre obras que

entraban en su especialidad, consultaba documentos y trabajos de otros profesores,

etc. A veces se llegaba hasta la biblioteca provincial, cuando no disponía de

ninguna referencia a alguna clase que debía impartir.

--Mañana es la reunión, mi querer. Tendrás que arreglártelas aquí con el almuerzo y

con la niña.

--No te preocupes. Y no te pongas nerviosa, cariño, que ni Aimée ni yo nos vamos a

quedar sin almorzar.

A pesar de las recomendaciones de Mario, al otro día llegó muy excitada a la

Universidad. A las nueve ya estaban casi todos los profesores de Literatura. Sólo

faltaba la doctora Morell, que estaba reunida con la Decana. Marnia se sentó al

final de la mesa de reuniones, junto a una joven profesora con la que había

congeniado bien y que la informaba de los pormenores de la evaluación.

--Nada del otro mundo, muchacha, ya verás qué simple es todo.

Marnia observó uno por uno a sus compañeros de trabajo. En un papel suelto había

anotado sus nombres y las materias que impartía cada uno, con algunas

observaciones elementales sobre sus características personales. Le faltaba

una profesora que estaba de viaje por algún país de Europa.

--Aquí se viaja cantidad, no te preocupes, ya nos tocará a nosotras -le dijo su ya casi

amiga, Violeta, con una sonrisa de esperanza.

Marnia comprobó que en total eran trece los profesores del Departamento,

contando a la Decana, que enseñaba lenguas clásicas y pertenecía al mismo

grupo. "Número fatal, según los supersticiosos", y dividió el total por sexos: 9 mujeres, 4

hombres, "somos mayoría", le sonrió a Violeta, alzando la vista en el momento en

que entraba la doctora Morell y saludaba, con su sonrisa discreta de siempre.

--La compañera Milagros les ruega la disculpen, pero está muy enredada con esos

informes para el Ministerio, figúrense.

La reunión se desarrolló más de prisa que lo que Marnia había calculado. Cada

evaluación era leída por el jefe del colectivo correspondiente,  que pedía después

que opinaran los demás. Casi todos decían más o menos lo mismo. Al final, la

doctora Morell leyó las evaluaciones de los jefes de colectivos y se hizo lo mismo.

Pocas discrepancias, algunas críticas muy suaves, y así hasta la hora del almuerzo.

Sólo quedaban tres trabajos que discutir y el doctor Oropesa sugirió continuar hasta

terminar, pero la mayoría sentía ya latidos en sus intestinos y Oropesa tuvo que

conformarse con la interrupción. En el comedor, Marnia se sentó junto a Violeta y

Ada. Cuando Liliana pasó junto a ellas, le dijo, haciéndole un guiño: "cuidado, estás

traicionando al colectivo" y se sentó en la mesa donde estaba el doctor Mata.

--Es verdad, no me había dado cuenta -dijo Marnia, sonriéndose, ya que Violeta y

Ada eran profesoras de otro colectivo y no de Literatura General como ella, Liliana y

el doctor Mata-. Me van a crucificar.

El menú que degustaron estaba compuesto de algo que parecía ser un arroz

amarillo con pedacitos de carne de lata y pedazos, éstos abundantes, de yuca

hervida sin mojo. Había refrescos instantáneos, bastante fríos por cierto, y pancitos

bon. A las dos de la tarde no había un solo profesor en el Departamento. La doctora

Morell entró con sus papeles, se sentó, miró a su alrededor, y comprendió una vez

más que su lucha por la puntualidad sería larga, dura, difícil, casi heroica, y además,

infructuosa.

--Yo creo que la compañera Brauet se ha desenvuelto bien, a pesar del poco

tiempo que lleva con nosotros -dijo Ernesto, al terminar la lectura de la evaluación

de Marnia.

--Y de su poca experiencia -agregó Liliana.

--Sí, a mí me parece que la evaluación es correcta -puntualizó el doctor Mata.

Y el doctor Oropesa, Oscar -que habló a nombre de la sección sindical-, y Violeta,

repitieron lo mismo con otras palabras. En resumen, Marnia salió bien parada de su

primera reunión de evaluación y al hablar sólo dijo que no creía correcto que el

mismo profesor escribiera en un modelo lo que había hecho, y sobre todo, cómo

consideraba que había trabajado, pues ese método restaba objetividad al análisis

evaluativo, lo que provocó algunas miradas entre la doctora Morell, Elvira y Ada,

aunque estas dos últimas no dijeron nada.

--Bueno, es lo que está establecido -la doctora Morell miró a sus compañeras de la

mesa-... quizás no sea lo más perfecto, pero el MES lo ha establecido así. Nosotros no

podemos... no podemos cambiar eso.

Poco a poco los profesores fueron saliendo del local. La doctora Morell permaneció varios

minutos más, organizando sus papeles. Frente a sus ojos descansaba la evaluación de la

profesora Marnia Brauet Infante. La releyó, y una sonrisa apenas perceptible acompañó

su gesto de satisfacción...

--¿Qué te parece? -le preguntó Marnia a su marido después de contarle los pormenores

de la reunión.

--No esperaba menos de ti.

Mario la haló por un brazo y la besó suavemente. En las recomendaciones finales

de su evaluación se calificaba el trabajo de Marnia con un BIEN y se solicitaba

proponer su pase al nivel inmediato superior. Marnia estaba contenta. Su primer

curso en la Universidad había transcurrido sin mayores dificultades y poco a poco la

armonía se iba restableciendo en su hogar. Aimée ya comenzaba la primaria y

ahora estaba entretenida todo el día en la escuela y Mario seguía con sus viajes y

sus actividades en la ciudad. Eso le daba a ella un margen para dedicarse a sus

asuntos en la casa. A veces Mario se ausentaba varios días, otras veces ella se iba a

la casa de sus padres y era él quien se quedaba solo. Con ese régimen los dos se

mantenían en constante espera de nuevos encuentros que hacían su vida de

casados algo siempre floreciente. Las descargas de Mario continuaron, pero muy

espaciadas.

--Ahora sólo te falta que te aumenten el sueldo.

--¡Ay, Mario!, quien te oye y no te conoce piensa que sólo te interesa el vil metal.

Se echaron a reír.

--Oye, una cosa: me llama la atención que aquí en tu evaluación no se hace

mención a los aspectos políticos. Digo, no me has dicho nada sobre el particular, y

eso en este país es punto menos que imposible de soslayar.

--A mí me extrañó -Marnia se encogió de hombros-, pero pensé que como soy la

más nueva del Departamento lo dejarían para más adelante.

Mario se quedó pensativo unos instantes.

--Vas a tener que activarte en ese aspecto -le dijo-. No te queda otro remedio, si

quieres progresar en la Universidad.

Augusto Lázaro



@augustodelatorr

No hay comentarios:

Publicar un comentario