viernes, 17 de enero de 2014

EL AULA SUCIA 6

Marnia siguió los trámites establecidos para ingresar en la Universidad: se incorporó a

una brigada de producción y defensa (BPD), formada por grupos de vecinos que se

movilizaban para hacer prácticas militares elementales y otras menudencias que le

robaban tiempo a quienes se integraban en "la defensa de la patria", se presentó en

el área de atención de la zona con el carné de la brigada y allí la inscribieron y le

acuñaron el documento de la Universidad que le habían entregado para tal fin, y

llevó los papeles a la Secretaria del Partido de la Facultad de Artes y Letras. Sólo le

faltaba el aviso para que fuera a ocupar su plaza de Profesora de Literatura. Meses

más tarde le diría a Mario, al levantarse un domingo a las seis de la mañana, para

asistir a las prácticas de la BPD, molesta, amodorrada, ojerosa tras una apasionada

noche de amor: "total, pararse allí a esperar, porque dicen a las siete y son las ocho

y no ha llegado la instructora, y después oírla leyendo un mamotreto sobre la lucha

ideológica actual, y al final repetir malamente lo que leyó, que nadie oyó, y hacer

preguntas sobre lo que ella misma desconoce".

--En definitivas, joderle a una la mañana del domingo, después de las películas del

sábado.

--Y de lo otro -había apuntado Mario.

Pero había que hacerlo: si no se estaba inscrito en alguna unidad de la reserva, no

se tenía ninguna posibilidad de obtener (o retener) un buen empleo. Y dependía de

eso ahora su plaza en la Universidad... A los pocos días la llamaron, casi al

comenzar el curso: por fin Marnia era ya una trabajadora docente de ese centro tan

añorado por tantos que pretendían obtener allí una plaza: un sueño que le pareció

imposible la primera vez que se lo imaginó, y logrado sin mayores contratiempos. Ah,

era increíble... Su primer día en la Universidad fue un remolino: la Jefa del Colectivo

de Literatura General, que sería su especialidad, le presentó a Ernesto, el Jefe del

Departamento de Literaturas (ya ella conocía a algunos miembros de la clase

comprobatoria, pero sólo de verlos allí), a otros compañeros presentes, y después la

llevó al salón de su especialidad y le mostró lo que  sería su "puesto de trabajo", una

mesita  con varias gavetas y una silla de madera, por suerte junto a una ventana

por la que entraba mucha luz y mucho sol en las horas tempranas, que Marnia

notaría algo después. Liliana, su jefa, continuó con ella: ante sus ojos desfilaron, en

secuencia demasiado rápida para captar sus contenidos, aulas, edificios, salas,

bibliotecas, murales, despachos, carteles con consignas revolucionarias, cubículos

donde se reunían la UJC, la FEU, la CTC, el Partido, la Administración, hasta vio de

pasada la Rectoría, donde no entró, porque el Rector se encontraba reunido en ese

momento. Además, Liliana la llevó a las oficinas de computación, a los archivos, le

mostró grupos de alumnos, medios audiovisuales, vehículos, teléfonos, papeles,

libretas, atestados, el teatro, el mimeógrafo, la imprenta, la fotocopiadora, el

comedor, la sala de cine, y por último los edificios de becas, "ten cuidado", le dijo,

"estos muchachos no son fáciles, a veces arman su pelotera". Marnia asombrada: no

quedó un solo rincón que Liliana no le mostrara como estreno. Y al final la llevó a la

cafetería y allí tomaron café ligero mezclado y conversaron un rato. Todo era

movimiento, ajetreo, vitalidad. Parecía que allí no había descanso. Cuando salieron

de la cafetería Liliana la llevó al despacho de la Decana, donde tendría su primera

entrevista con ésta y con sus jefes inmediatos (Ernesto y la propia Liliana) y además

conocería a la doctora Morell, vice-decana de la Facultad, que en lo adelante la

tendría al trote. Marnia recordaba su clase comprobatoria en la que estaban estos

profesores que ahora empezaba a conocer personalmente, como el doctor

Oropesa, el más viejo del grupo -y el más capacitado según comprobaría después-

que en aquella ocasión le había dicho: "la verdad, la llevaron recio con la clase,

nada menos que sobre la Grecia antigua", y le había dado la mano, felicitándola

y marchándose rápidamente, pues siempre estaba ocupadísimo (eso se lo había

dicho Liliana en un aparte). Al salir del despacho de la Decana, Marnia le agradeció

a Liliana el tiempo que le había dedicado, se besaron, sonriendo como si ya fueran

amigas, y entonces Liliana le soltó la frase:

--¡Bienvenida al colectivo!

Cuando se disponía a salir de la Universidad en aquella mañana única, pensando lo

que le contaría a Mario, al pasar junto a un aula vacía, Marnia sintió unos sollozos.

Sin dudas había alguien dentro que al parecer no se sentía bien. Se asomó. Dentro

del aula había una muchacha sentada en una silla, recogiendo sus cosas, que

colocaba en un bolso lentamente, sin alzar la vista.

--Con permiso.

La muchacha se sobresaltó. Miró a la intrusa  y no supo qué hacer. Echó en el bolso

un peine largo y un espejito de mano, se colgó el bolso del hombro, se puso de pie,

y sin decir una palabra se encaminó hacia la puerta. Al pasar junto a Marnia la miró

de soslayo, pero ésta la detuvo con un gesto y le preguntó: "¿le pasa algo?, ¿puedo

ayudarla en algo?". Entonces la muchacha bajó la cabeza y comenzó a sollozar

otra vez. Marnia la condujo hasta una silla y se sentó junto a ella, tratando de

calmarla.

--Vamos, no se ponga así. Déjeme traerle un poco de agua.

La muchacha esperó, pero Marnia no pudo encontrar agua cerca y a los dos

minutos estaba de vuelta con las manos vacías. "Venga conmigo, vamos a la

cafetería, pero cálmese", y por el camino le preguntó si era alumna. La muchacha

contestó que no, que se había graduado hacía más de dos años y que había

acudido allí por problemas burocráticos que afectaban su expediente.

--Bueno, vamos, déjeme invitarla a un café por lo menos, eso le va a caer bien.

Cuando salieron de la cafetería la muchacha se sentía mejor y agradeció la

atención que le había brindado Marnia, con la que simpatizó enseguida. Se quejó

de que la mayoría de sus antiguos profesores apenas le hacían caso cada vez

que iba a la Universidad y eso la molestaba mucho.

--Sabiendo como saben todos lo que yo he pasado.

--Y... -Marnia iba a preguntarle, pero se arrepintió, temiendo pecar de indiscreta. La

joven se dio cuenta y le dijo que aunque acababa de conocerla, a ella podía

contarle lo que calificó como su tragedia, pues le parecía comprensiva.

--Hoy en día es muy difícil encontrar comprensión... -hizo una pausa y al momento

intentó no parecer una resentida-. Usted está en la Facultad de Artes y Letras, ¿no?

--¿Cómo lo adivinó?

--Es que la vi conversando con Ernesto y Liliana.

--¡Ah!

--Esos fueron mis mejores profesores aquí.

--¿Usted estudió Letras?

La muchacha asintió, sonriéndose. Caminaron por la Avenida de las Américas hacia

la parada del ómnibus. Antes de llegar, la muchacha le confesó que necesitaba

desahogarse con alguien, porque pasaba unos días críticos con mucho nerviosismo

y se sentía muy deprimida.

--Bueno, si prefieres -le dijo, tuteándola- podemos ir a mi casa -Marnia se dio cuenta

de que estaba invitando a su casa a una desconocida y vaciló un instante, pero

sentía curiosidad y esperó la respuesta de la muchacha. ¿Qué ocultaba su desde

ese día centro de trabajo? ¿Qué había detrás de todo aquello? Era una motivación

para ese primer día y eso la tenía intrigada. Pero la muchacha, que le dijo llamarse

Margarita, decidió que podían conversar allí en la plazoleta, y las dos se sentaron en

un banco de piedra, junto a la avenida. Unas palmitas que circundaban el banco

las guarecieron del sol de septiembre...

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


(continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario