domingo, 13 de octubre de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 39

El exiliado sabe que su vida fuera de su patria se reducirá durante un tiempo, quizás
durante todo el resto de su vida, a realizar gestiones que le permitan continuar
sobreviviendo. Y en la mayoría de los casos el exiliado pasará la cuarta parte de su
vida sobre ruedas ajenas o públicas, de un lugar a otro, buscando documentos
para presentarlos en diversas instituciones estatales que no pararán de solicitarle
estos y aquellos papeles sin los cuales no podrá continuar su sobrevivencia. Mi caso
es típico: desde que llegué al aeropuerto de Barajas comencé a manosear una
enorme cantidad de documentos, formularios, solicitudes, fotocopias, carnés,
recibos, vales, toda una colección interminable para los pasos que tenía que dar
ante cada nueva situación, para cada petición de ayuda, para cada prestación.
Ante mi vida se imponía, inobviable, el burocratismo, capaz de volver loco al más
pinto y del que no puede escaparse ni Juan Escurri Dizo: un mes en un hostal con
la ayuda de Manuel vía Leila mientras gestionaba mi solicitud de asilo, admisión a
trámite y tarjeta amarilla de solicitante con la que tuve acceso a un centro de
acogida temporal (CAT) y a un comedor de refugiados, inscripción en el INEM
(Instituto Nacional de Empleo), porsia, renovado con cada cambio de domicilio,
empadronamiento en cada barrio donde viviera, tarjetas renovadas para nuevos
comedores, el carné de asilado y su tramitación, registro, documentación y
archivo en el Ministerio del Interior (MININT, las mismas siglas de mi país natal), la
solicitud de la nacionalidad, la concesión de la misma, la inscripción de
nacimiento mediante una copia traída de mi país, registro e inscripción de la
situación del exiliado primero y el nacionalizado después, DNI (Documento
Nacional de Identidad), certificación de recursos económicos para diversas
gestiones, solicitud del IMI (Ingreso Madrileño de Inserción, una especie de
subsidio para mantenerme vivo sin pasar hambre ni residir en la puta calle), el
seguimiento del programa IMI, los contratos de las habitaciones en los pisos
compartidos donde tuve que vivir con otros inquilinos que nada tenían que ver
conmigo, un apartado de correos para no perder la correspondencia dejada en
anteriores viviendas, certificados médicos para acceder a convivencia y comedores,
miles de entrevistas, preguntas, cifras, datos, declaraciones juradas, etc., para
cualquiera de las infinitas gestiones de atención o concesión de prestaciones (en
mi caso sobre todo prestaciones económicas para sobrevivir), solicitud de la renta
mínima de inseción (RMI), sustituta del antiguo IMI con la misma cantidad, resumen
del instituto Nacional de Estadísticas sobre el aumento del IPC para que los caseros
no pudieran estafarme, acreditación de legalidad en cada domicilio, cambio de
ambulatorio con cada mudanza, roturas y pérdidas de pequeñas pertenencias con
cada nueva vivienda alquilada, y a todas éstas cientos de visitas a Hacienda para
hacer declaraciones negativas, Servicios Sociales, Banco para la declaración
negativa de inversiones y capitales, Catastro para ídem, Asesoría Jurídica para estar
informado y al día sobre trámites legales con el fin de defenderme de cualquier
injusticia posible de las tantas que existen, y por supuesto contactos permanentes
con asistencias sociales, instituciones que apoyaron mi solicitud de asilo como CEAR,
ACNUR, RESCATE, AMNISTIA, CRUZ ROJA, y en todas partes formularios, solicitudes,
planillas, hagoconstares, turnos, colas, esperas, entrevistas, entrevistas, entrevistas...
Y si a eso le añadimos las interminables gestiones para obtener empleo, todas
Infructuosas, así como para intentar publicar algunas obras, todas ídem... ¿qué me
queda? Pues eso, que la vida de un exiliado pobre y sin padrino es eso: esperar,
mientras gestionas, y esperar mientras sigues gestionando y esperar mientras la vida
pasa, el reloj camina, tú te pones más viejo y al final la pregunta terrible: ¿valía la
pena?
--¿Valía la pena?, me pregunto a estas alturas casi constantemente.
--Pues no sé, querido, ¿quién mejor que tú para saberlo?
--El problema es que estoy muy conciente de que no tenía opción pero tampoco
aquí la tengo: contra la pared o entre la espada y la pared, no valía la pena quedarme
en mi país pero creo que tampoco valía la pena venir a éste, porque aquí mi situación
será siempre precaria: no publicaré, no ganaré dinero suficiente para no sentirme como
un limosnero del Estado, y permaneceré en un piso compartido o en un piso tutelado,
metido todo el tiempo en una habitación, leyendo y escribiendo, hasta que doblen las
campanas.
--Pero no estarás solo, querido. Mientras yo esté viva nunca estarás solo.
--Es que no sé si nuestras soledades juntas logren que la sensación de soledad se divida
o se multiplique. ¿No recuerdas que me dijiste una vez que era insoportable la soledad
de dos en compañía?
--No tomes mis palabras al pie de la letra. Creo que nuestra situación, por separado, es
menos soportable que si la afrontamos juntos.
--Juntos, pero separados, cada uno en su sitio, ¿no?
--¿No crees que así sea mejor? Porque así, cuando nos necesitamos nos buscamos el
uno al otro, y cuando queremos estar solos, lo estamos.
--Ya no sé ni siquiera si eso será mejor o peor. Ya no sé nada. Por una parte pienso que
no es bueno vivir solo a mi edad y mucho menos seguir solo a medida que envejezco
más, pero por otra pienso que sí, que total, que yo no puedo ofrecer nada a cambio de
ninguna compañía y obviar eso sería cometer el pecado de la idealización, que tú misma
me has dicho que no es nada positivo ni favorable para nadie ni para nada.
--Vamos, deja ya el retoricismo agobiante, deja ya de lamentarte por lo que no puede
remediarse. No puede remediarse, pero al menos puede aliviarse, y bastante. Nos tocó
perder, querido, en esta vida nos tocó perder y si hay o no hay otra vida eso ni tú ni yo
lo sabemos.
--Es verdad: nos tocó perder, pero yo no creo que haya otra vida en la que podamos
ganar, así que estoy jodido, pero me alegro de que tú creas que hay otra vida, así
sufrirás menos.
--No he dicho que yo creo que hay otra vida, sino que no puedo saberlo a ciencia
cierta. Ni lo sabré nunca, creo. Ni tú tampoco. Pero en fin...
--Mira...acabo de terminar este poema. A ver qué te parece. El título me define.

FINAL DE PARTIDA
Yo moriré en Madrid de madrugada
(digamos a las cuatro)
cuando las nieves frígidas
se refocilen en mi achacada, envejecida y torpe
anatomía.
Yo moriré en Madrid sin más, sin previo aviso:
solo como el cadáver de Vallejo,
inédito como un camello,
compartido en un espacio en el que apenas hay lugar
para mi última esperanza.
Mis amigas (Ana quizás y Leila y Radhis)
derramaran algunas lágrimas
y es posible que Rhomy se decida a incinerar mis restos
si se acuerda de que me lo prometió
cuando nos conocimos en el VIP de Fuencarral
y allá en la isla perdida no faltará quien diga
(si se entera):
“¿Augusto muerto? ¡No lo creo!”
Pero estaré bien muerto para entonces...
Sin dudas, este siglo no me ha ido bien:
me cortaron las alas de las ilusiones
desde mi improbable adolescencia,
me dejaron como única opción unirme al carro
de Saturno,
ayudando al festín de los hambrientos de poder,
traicionando a los míos, envolviendo mis días y mis noches
en esfuerzos inútiles
de alabanza y aplauso, sin aspirar a nada más
que al privilegio de servir, servir, servir,
agradecido como un perro
por tantas y tales viandas que el poder concedía
-la gran dádiva generosísima-
a mi mesa (la mesa de los míos
cuando todavía las envidias y los odios no habían
reducido a mierda lo que fue mi hogar).
¡Ah!, si pudiera olvidarme de los latigazos
propinados a mi inteligencia,
de los consejos a mi desenfrenada lengua (siempre viperina),
de las advertencias a este cerebro mío tan indisciplinado
que se empeñaba en nadar contra la fuerza de las aguas
y no ayudaba con sus torpes efluvios de desorden
a que mis manos aplaudieran sin cansarse.
¡Qué fin de siglo este tan tremendo!...
Ahora sólo espero la primera nevada sobre mi cabeza
para ver amanecer un nuevo siglo
-sin regodearme pensando que se me fue la vida de una vez-
quizás con un nuevo Quijote que desfaga estos entuertos
y prometa ínsulas y libertades
cuando ya no me quede más que el tiempo exacto
para verlas pasar y decirles ¡buen viaje, hermanas mías!,
déjense ver en la otra vida
donde quién sabe si podré encontrar
esa oportunidad que aquí en la tierra prometida
no pude encontrar...

--Un poema triste, pesimista, desesperanzador...  Como tú. Pero me parece bueno.
--Definición certera, querida. Así pienso y siento porque así he vivido y vivo. Y ya no creo
en nada y mucho menos en los valores de esta sociedad. Ni de ésta ni de ninguna otra.
El mundo atraviesa un momento realmente desalentador: guerras, destrucción, muerte,
violencia, sangre, corrupción, miseria, delincuencia, atropellos, injusticias, pero sobre
todo, que es lo más terrible que yo veo en esta aglomeración calamitosa: el terrorismo,
es el mal del siglo XXI y me parece que contra ese mal las sociedades occidentales no
se han preparado.
--El que te oye podría exclamar que esto se está acabando, como tantas veces ha
pronosticado tu amiga Nereida. Pero no, querido, por muy jodido que esté este mundo
no se va a acabar, y por otra parte, no creo que esta época sea la peor que el mundo
ha atravesado. Hay que conocer la historia para horrorizarse.
--Tienes razón, pero da la casualidad que yo estoy viviendo en esta época, las épocas
anteriores no me interesan porque no me han tocado.
--Eres egoísta.
--Todos somos egoístas, curiosos, engreídos, etc. Unos lo reconocen, otros no. Pero todos
padecemos de esos males comunes por mucho que queramos ocultarlos.
--Bueno, está bueno ya de ver el mundo tan gris. La vida no es así como la pintas, al
menos no siempre es así, no siempre resulta tan horripilante.
--No, quizás lo es más, quizás menos, pero acuérdate de que cada cual la ve según la
esté viviendo. Si yo fuera el rey quizás la vería rosada y sentiría el olor de los jazmines.
--Si tú fueras el rey quizás te aburrirías de no gozar de esa libertad que tú  y yo gozamos
de caminar por cualquier calle solos, sin escoltas, cuando nos dé la gana, sin llamar la
atención y sin afrontar ningún peligro real.
--A no ser que nos explotara un coche-bomba al lado y ¡cataplún!
Selene me sonríe y su sonrisa me sacude: sin ella esta mierda de vida sería insoportable.
Quiizás ya no estemos para lo que ella llama tonterías, pero sin estas tonterías al menos a
mí sólo me quedaría el banco y las palomas porque sé que un día voy a cansarme de leer
y escribir, de oír la radio y la música, de ver películas en la tele y de todo lo demás: ¿quién
me garantiza que dentro de diez años, si estoy vivo todavía, tenga la vista, el oído, el
olfato, el gusto y el tacto así como los tengo ahora?, que aunque algo cansados y
achacosos me sirven para disfrutar de los placeres gratuitos que por suerte en mi caso son
los que más me satisfacen como leer y escribir, oír la radio y la música, ver películas en la
tele... ¡eso! Pues todo lo demás lo despedí cuando al fin me di cuenta de que ya estaba
jubilado y con chequera. Selene logró animarme, pero la reanimación después de los
sesenta no es como el desenfado después de los quince. Hay que administrarse para de
vez en cuando bailar el muñeco sin ayudas extras. No. Asumir la vejez no es cosa fácil. Y
cuando uno se encuentra con la obligación de asumirla tiene que joderse y una de dos:
suicidarse o seguir caminando, tropezando con las mismas piedras en el mismo camino,
cantando una canción que diga  algo así como y como el que canta espanta / las penas
del corazón / yo voy cantando / esta canción... Y colorín colorado, este cuento... etc.

Augusto Lázaro

@augustodelatorr

(continuará)

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