domingo, 11 de agosto de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 30



Suena el timbre de la puerta de la calle. Nadie responde. Suena otra vez. El albañil

no se inmuta, el vigilante no se inmuta, yo no me inmuto. Suena por tercera vez. Es

el casero. Tiene esa costumbre de tocar 3 veces antes de abrir con su llave y entrar

en el piso que tenemos alquilado los tres mosqueteros a un precio exorbitante que

no podemos rechazar ni decirle señor casero, esto está un poquito caro, ¿no le

parece?, porque la ley es así y el inquilino tiene que joderse y pagar si no quiere ir a

dormir a la calle solitaria y fría si es invierno y además sin llavín. Y yo no quiero ir a

dormir a la calle ni siquiera con llavín ni aunque no sea invierno. El casero es una

persona decente, amistosa, comprensiva, a pesar del alquiler tan elevado. Ese es

su negocio y él tiene que defenderlo. Si yo fuera casero puede que cobrara igual,

porque "no se piensa lo mismo en una choza que en un palacio" y esto no es mío,

pero no sé de quién carajo es. Y me suena, quién sabe si lo dije ya, pero eso qué

importa, la literatura tiene que repetirse, si no, se acaba pronto el tema. Y sí, la

literatura actual es el arte de buscar dinero repitiendo lo que otros han dicho, y

mejor. Y en eso estoy. Pues bien, amiguete, como te iba diciendo, el casero trae

(no faltaba más) a su cuñado, que es a la vez una especie de secretario, ayuda

de piso, colaborador en decisiones difíciles, llevaitrae y correveidile, aprendiz de

todo y maestro de nada, pues lo mismo destraba un tornillo mohoso que se

carga la lavadora si ésta funciona bien. El cuñado es un tipo simpático, a veces

viene un poco borrachín y entonces habla que te habla, otras veces viene muy

sobrio y entonces silencio en la noche, aunque sea de tarde, pero siempre viene

con un paquete de pitillos estrujado del cual saca uno de ellos cada 5 minutos.

Como ninguno de nosotros (los 3 inquilinos) fuma (por suerte, porque con tanto

periódico almacenado y disperso por todo el espacio esto se hubiera ido al

carajo ya hace mucho rato con nosotros dentro) tenemos que aguantar el

humo y la peste a tabaco y lo demás. Pero hoy el casero y su cuña vienen con

un señor alto y delgado que se parece al cobrador del frac y más serio que una

tusa de maíz viejo. Este es el inspector, nos dice el casero (ya los 3 hemos salido

de nuestros cubículos privados porque es inútil fingir que no estamos presentes)

sin aclarar de qué o de quién es inspector, y añade que viene a hacer una

visita de chequeo habitual aunque los 3 sabemos que no se trata de ningún

chequeo habitual ni la mona de Tarzán sino de que los vecinos de quejaron de

las discusiones entre el alba y el vigi y aquí está el hombre para ver, oír y callar.

Así que el casero, el cuñado del casero, el inspector, el albañil, el vigilante y

un servidor recorremos el piso sin prisa a paso lento, deleitándonos con el

paisaje encantador de los montones de periódicos colocados a la bartola en

todas las áreas colectivas sin dejar una sola libre de la papirolagia, y por lo

tanto inutilizándolas para su uso también colectivo por tener abarrotados

sus espacios de la prensa escrita nueva, vieja y prehistórica. Además, el hombre

se deleita ídem de lienzo con una docena de piezas de ropa sucia tirada

encima de los periódicos y de las partes de los muebles que quedan libres de

ellos, o sea, sillas, mesas, butacas, así como de toallas malolientes colgadas

en el baño y en la tendedera del patio, papeles estrujados y húmedos en la

ventana del baño, en la cocina y en el espacio entre la lavadora y el frigo,

pedazos de trapos multicolores, manchas en el suelo, revistas, separatas,

suplementos, tabloides, folletos, propaganda, en la mesita del salón y encima

de los closets, latas vacías y medio llenas de alimentos, pomos sin nada en

su interior, una maleta vieja hinchada dentro de una vitrina, 3 mecheros en

el aparador, vasos con líquido y sin líquido, sandalias en la escalerita que da al

patio, calcetines tirados en la escalera plegable del patio, cajas de cartón

vacías o con restos de telas y papeles, y no sigo enumerando porque mi

cerebro no es un IBM PC, que si no... El inspector está, aparentemente claro,

tan asombrado, que no sabe qué decir, y por eso no dice nada. El albañil

suelta su perorata y dice que aunque él todos los días tira en la basura todo

lo que ahora estamos viendo, al día siguiente el vigilante lo llena otra vez

de porquerías y es el cuento del gallo capón y ya está bueno, coño, que está

hasta los cojones, y se los toca, de pasar por celador del mierda de piso este,

y no va a aguantar más y etc. etc. etc. El vigilante interviene para aclarar

que no todo lo que hemos visto es obra suya, pues el otro (el otro es el

albañil, por supuesto) es el verdadero cerdo, ya que jamás pasa la escoba

y la fregona no existe para él, y etc. etc. etc. Yo callado, pues Nereida, mi

amiga limosnera de La Covadonga, aunque es limosnera tiene dotes de

sabiduría callejera y dice (creo que esto también lo dije) que mejor es ver,

oír y callar, como está haciendo el supuesto inspector ahora y aquí. Pues

eso, que al cabo de una media hora de acusaciones, desmentidos, ayes, oes,

insultos, chillidos, nerviosismo y demás, el albañil se larga y nos deja, ¡ay!, en los

tímpanos el tremendo portazo que da, el vigilante se mete en su cuarto, y yo me

quedo, por educación, atendiendo a la visita que no hace más que tomar nota de

todo cuanto ve y oye, que no es poco. Cuando se retiran los 3 villalobos tras darnos

apretones de manos y desearnos un buen día, etc., yo cierro la puerta y me quedo

en el salón pensando que a pesar de esta baraúnda de objetos visibles identificados (ovi)

este piso es de lo mejorcito que he encontrado para sentarme a esperar una de dos: 1) el

carrito, 2) el piso tutelado que mi asistenta social quedó en esforzarse (sic) en

conseguirme.

--Mi viejo, si aquello está como me lo has descrito, no quiero ver los demás pisos donde

has estado viviendo.

--Bueno, aparte de las molestias para mí pequeñas, pues como me paso el día metido en

mi cuarto no me estorban los periódicos ni las otras cosas desparramadas en los espacios

colectivos como dice el casero, por lo demás el piso tiene todo lo que puede tener un

piso para un viejo exiliado y sin cartera porque sería inútil por desuso... así que ojalá no

tenga que mudarme otra vez a no ser para el piso tutelado si es que me lo conceden,

que según me dijo Ascensión hay mil solicitudes por cada cien plazas. Aunque... tengo

otra opción, que es la que más felicidad me proporcionaría...

--¿Qué quieres, que te pregunte cuál es esa otra opción? Si ya lo sé, listillo, ya...

--¡Bingo! Eres genial, querida mía: has acertado. Mi mejor opción es venirme a vivir aquí

contigo, si al fin no caes ante mis asedios tempestuosos, en una habitación de esas que

nunca se completan, pero cobrándome lo que me cobra mi casero. ¿Qué te parece?

--Eres... sí, eso mismo, eres insostenible como el desarrollo de los países pobres.

--¿Y por qué no me sostienes tú? O mejor dicho, ¿por qué no nos sostenemos

mutuamente? Mira, cariño, tú no te imaginas lo que yo podría ayudarte en el hostal.

Pondríamos esto que en 3 meses tendrías una cola allá abajo esperando que se

desocupara alguna habitación.

La idea del inspector fue del casero: a ver si así este hombre se asusta y se enmienda,

me dijo cuando fui a pagarle a la bodega-bar donde siempre está atendiendo a sus

clientes, lo que me reafirma en mi idea de que a) no conoce al hombrín, o b) lo conoce

bien y hace este numerito para quedar bien con el otro (el otro es el albañil,

naturalmente), que se pasa la santa vida (cuando no está en su trabajo o mirando la tele)

exigiéndole que exija al vigilante que se ponga para la cosa, o sea, que elimine de una

vez los sacrosantos periódicos viejos y los demás enseres inservibles que tiene ocupando

espacios que pertenecen, como dice y repite, a todos los que aquí vivimos con envidiable

armonía. Pero nada, Ambrosía, que desde que alquilé la habitación que ocupo, como

decía Daniel Santos (el inquieto anacobero), “el cuartito está igualito” y a pesar de los

cambios en el país y en el mundo, los dos personajes no van a cambiar. Estoy seguro de

que si cambiaran se morirían de nostalgia.

--¿Pensaste en lo que te propuse, luna lunera?

--Hombre, esa es nueva, menos mal que no te repites esta vez.

--Bueno, estoy seguro de que sabes que Selene significa luna.

--Tú estás seguro de muchas cosas y yo de otras muchas, así que formamos una pareja

ideal... para aburrirnos cuando la vejez nos golpee.

--Más de lo que nos está golpeando querrás decir, por lo menos en mi caso.

--Como quieras, querido. Y pensándolo más objetivamente, tú serías un buen hostalero si

te decidieras a dedicarte al giro. Lo que pasa es que tú no tienes interés en dedicarte a

ningún giro.

--Ya te dije y te reitero que aquí en el hostal, lo que tú digas, querida, como dicen los

maridos que dicen las últimas palabras en sus casas haciéndose creer los muy tontos que

ellos son los que mandan.

--De todos modos me gustaría que me contaras qué ideas se te han ocurrido para hacer

de este chollito un buen negocio, porque tal como está y como yo lo veo, dentro de dos

o tres meses esto se va a ir a volina como el papalote de... de Cuquito. Coño. Me acordé

del nombre. ¿Ves que no todo lo tuyo lo olvido? ¡Ah!, y me acordé del dicho ese de se va

a ir a volina. Anda, que me estás atiborrando de tus dicharachos trasatlánticos.

--Ya veo que estás progresando, queridísima. Pero mucho más progresarías si atendieras a

mis solicitudes bienintencionadas. Mira, ahí viene don Anselmo.

--Seguro que a pedirme el periódico para leer los comentarios del partido de anoche.

--¡Salve, dios del futbol!, que sin ti no hay vida en esta tierra madre.

A don Anselmo lo carterearon hace unos días en el Metro. “Por eso nunca salgo, porque

esto se está convirtiendo en el paraíso de la delincuencia”, dice Selene que le dijo

cuando llegó con la cara más tristona que un sueño con hambre. A doña Isolina le

arrebataron el bolso una mañana lluviosa en el mercado de la esquina y ella sólo pudo

gritar y pedir el auxilio que no llegó a tiempo de impedir que el caco saliera a la calle y se

perdiera con su bolso entre la multitud indiferente. Don Emeterio se ha escapado de estos

raterismos, pues no sale a la calle ni con una pareja de guardias civiles bien armados

custodiándolo (la comida y lo demás se lo trae Selene). A Selene la han querido atracar y

estafar varias veces, pero esteuropea al fin ha podido escaparse, pues se las sabe todas.

A mí nunca, no sé si porque he tenido la suerte que dicen que es loca o porque soy tan

quisquilloso que siempre estoy tocándome los bolsillos y apretando el portafolios cuando

salgo con él y cuando entro en el Metro estoy a cuatro ojos más las gafas, el tacto, el olor

y el oído a millón por si acaso. Pero es cierto que como van las cosas, ahorita vamos a

tener que comprarnos pistolas para defendernos de tanto malandrín que hay suelto por

ahí. Un día interrogué a un policía en el parque: ¿por qué ustedes no aplican mano dura

con los delincuentes?, le pregunté, respetuosamente. El agente se me quedó mirando

con lástima como pensando ¿de qué montaña se habrá bajado este tipo? Y al ver mi

consternación por su silencio y su mirada, me dijo, muy bajito: ¿para qué vamos a

detenerlos si al día siguiente el juez los suelta?

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario