domingo, 4 de agosto de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 29

Cuando yo era sólamente un solicitante del asilo político me enviaron a un piso de 4

habitaciones a compartir con otros solicitantes, situado en Fuenlabrada, y la Cruz Roja me

atendía en mis necesidades perentorias: cuando tuve que cambiarme las dioptrías me

facilitaron el dinero y la óptica donde me practicaron un examen a fondo y de donde

salí, después de dos semanas de espera, con mis nuevas y flamantes gafas, sin soltar una

peseta. Eran mis tiempos felices dentro de la trágica novedad del exilio. Cuando al fin me

concedieron el dichoso asilo me entregaron una suma con la cual alquilé mi primera

vivienda, aunque por inocentada propia de los nuevos tontos me metí en un

estudio (como si yo tuviera derecho a vivir solo en un estudio todo para mí) del que tuve

que salir echando a los tres meses y comenzar mi vida de ente compartido y soportante

de mis coinquilinos. Pero Yeya, tan pronto adquirí la nacionalidad con DNI y Pasaporte

incluidos, se acabó lo que se daba, socia, pues a partir de entonces arréglatelas como

puedas, monina, que hasta aquí te duraron las ayudas. Claro que actualmente sigo

recibiendo ayudas, no faltaba más, pero no como antes de ser un nacionalizado que

tenía muchas más y más garantizadas sin mover un dedo ni llenar un formulario. Ahora mi

vida se reduce a eso: llenar papeles y gestionar la manera de continuar sobreviviendo

hasta que la pelona se acuerde de mí, que según Javier será dentro de casi quince años,

y según el Destino (consuelo de tontos que no quieren pensar en la parca) puede ser

mañana mismo. Eso no lo sabe ni el sabio coreano Tse Mu-chong. Ah, y me faltó decir que

tanto el DNI como el inútil -en mi caso-. pasaporte, tuve que pagarlos, pues de gratis

Nananina la billetera.

--Hombre, Juan Quejiña, hace días que no me hacías el honor. ¿Dónde has estado?

--Muy graciosa, parece que la gracia es contagiosa, menos mal. Pues verás, ángel mío, he

estado por ahí haciendo gestiones importantes, pero esta vez privadas, nada de papeles

ni entrevistas ni datos personales en ningún ordenador.

--¿Y no vas a contarme esas gestiones?

--Ya te las imaginas, sólo que me gustaría más que tú me acompañaras a algunas de ellas

y así la productividad de las mismas aumentaría el doble.

--Mira, déjate de jaranitas conmigo que yo sé que eso tú me lo dices para buscarme la

lengua... aunque a veces creo que es verdad que andas en malos pasos por ahí.

--Pues mejor vive la intriga, mujer, y no indagues, que indagar demasiado perjudica la

salud mental, según dice Juan Canal.

Mis hijos me escriben tan poco que cuando recibo una carta de alguno de ellos ya no me

acuerdo de lo que me dijo en la anterior si es que hubo una anterior. Ahora andan con

eso del correo electrónico, la mayor del esposo, el segundo de su trabajo, y el tercero de

un amigo de correrías juveniles, y gracias a eso recibo algunos emilitos de vez en cuando,

porque lo que es la vía normal, olvídate, mulato, que la artrosis los cogió a los tres en las

manos y en otros lugares que intervienen en la correspondencia. Pero el caso es que sé

poco de ellos y esa ausencia de noticias no es un flan de calabaza que digamos.

--¿Así que si ellos no te escriben tú tampoco les escribes? Hombre, la verdad que estás

pasado de raya. ¿Por qué eres tan estricto? ¿No los trajiste al mundo sin preguntarles si

querían venir? Pues ahora carga con esa responsabilidad.

--Oyeme una cosa, platinada: es una costumbre que yo tengo desde el tiempo de las

trompetas: cada carta que recibo la contesto, pero ¿por qué tengo que escribirle dos y

tres y más a quienes no me escriben o no me contestan las que les escribo? Es que nadie

es mejor que nadie, ¿comprendes?

--Pero mira que eres... ¿acaso vas a colocar a tus hijos en el mismo saco donde metes a

todo el mundo? ¡Son tus hijos, viejo! Me parece que a veces lo olvidas.

--Te equivocas, querubín, mis hijos son lo único que no olvido ni siquiera un segundo de mi

vida, ni siquiera en mis peores momentos aquí los he olvidado. Lo que sucede es que

están muy mal acostumbrados: yo les escribo y ellos no, pues se afincan en esa

circunstancia y no hay quien los saque de ese sedentarismo epistolar. Y gracias a que con

eso del e-mail de vez en cuando me entero de algo, y gracias a que puedo usar el

equipo de mi amiga Ana, pues yo no tengo ni sobres de correos.

Pues sí señor: situación de calma chicha, con DNI y pasaporte como cualquier pariente,

en fase de espera permanente y estática, aumentando cada nuevo enero el coste de

todo lo que tengo que pagar, como el alquiler de mi habitación pequeñísima, como dice

Ana, que ha sido la única de mis amistades que la ha visto (en la mudanza), los alimentos,

el correo, el transporte... suerte que con los 65 obtuve al fin el abono de la tercera edad,

que es un ahorrito que conservo para incrementar (¡) mis reservas, porque me es

imprescindible, ya que la Cruz Roja no me va a resolver ni cueros por ser nacionalizado, ir

reuniendo una alcancía para los imprevistos que pueden sorprenderme, como: 1) rotura

de alguno de mis electrodomésticos –la mayoría regalados- que me alivian un poco en

momentos de nostalgia al cuadrado en soledad, 2) problemas con la dentadura, que ya

los tuve, pero que gracias a Manuel –a veces soy injusto con el hombre- pude salir airoso y

así no verme con un hueco feísimo en la boca al sonreír, 3) cambio de dioptrías, que por

cierto, ya casi me toca y esta vez tendré que sufragar su coste con mi propio bolsillo, 4)

cambio del móvil cuando el que ahora tengo liquide, pues aquí con móvil estás mal, pero

sin él no existes, y 5) gastos varios no planificados por imprevistos y... ¿por dónde iba? En

fin, que esto de la situación es como repetir una escena de una filmación que no acaba

de cuajar.

--Anoche llegó un huésped sui sui: cuando se me paró delante no supe enseguida si era

hombre o mujer.

--¡Cojontra! Qué lástima no haber estado aquí. Lo hubiera ingresado en mi novela y así se

enriquecerían los personajes de tu hostal.

--¿Cómo? ¿Es que los has metido a ellos también?

--Pero claro, querida, a ellos y además a ti, a mis coinquilinos, a mis amigos, a todo el

mundo mondo y también al lirondo, qué caray. Esos personajes enriquecen mi novela,

como la enriqueces tú que eres la protagonista.

--Mira, te voy a dar una tregua: escribe, hombre, escribe un montón, pero óyeme bien:

cuando termines esa novela me la vas a enseñar completita, sin quitarle ni ponerle ni una

sola coma, ¿me entiendes?

--Te entiendo, mujer, despreocúpate, que tú serás mi crítica principal y única, mi voz del

intelecto, mi iluminadora, mi Pepita Grilla que...

--Ya basta, por favor. Me aturdes. Yo no seré nada de eso, además, no soy crítica literaria

ni nada que se le parezca, que ya por ahí sobran los críticos, yo sólo quiero leer esa

novela para ver el tratamiento que me das en ella. ¿Vale?

--Vale mucho, limoncito. Despreocúpate y duerme plácidamente hasta que llegue al final

de mi obra maestra. Ya verás que vale la pena esperar. Y ahora que hablas de los críticos,

déjame decirte que aunque tú no lo seas, te prefiero a ellos, pues serás sincera conmigo y

no tendrás que ajustarte, como se ajusta la mayoría de ellos, a lo que ordenen sus jefes o

al dinero que está en juego según lo que digan de cada libro que analizan.

Pero no es fácil asumir esa sentencia de primero yo, después yo, y siempre yo, porque

para asumirla hay que tener poder para ejecutar el YO en las tres etapas: presente,

pasado y futuro, y yo no tengo ni poder ni dinero ni relaciones ni influencia ni fama ni

nombre ni cargo ni un carajo. Por lo tanto, Zenobia, el abajo firmante declara que no

tiene solvencia de ninguna índole para hacer frente a la eventualidad de la situación

imperante en su exilio de mierda, y no le queda más remedio que seguir conjugando el

verbo en jefe de todos los verbos: esperar, esperar, y esperar (y repetido para más

convicción). Que conste. Y firmo la presente, a las doce de la noche del día doce del

mes doce del año de cruce del charco número ocho hasta ahora (el muerto en la

charada)... y vale.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


(continuará)

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