domingo, 28 de julio de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 28

Ana, mi gran amiga, me ha ayudado bastante, y nunca podré agradecerle todo lo que

ha hecho por mí. Me ha ayudado tanto que me atrevo a decir que sin ella mi vida en este

exilio hubiera sido un infierno real. Cuando he tenido el agua al cuello me ha lanzado un

salvavidas y cada vez que necesito algo ahí está ella que aparece como un hada

madrina de entre las páginas del más hermoso libro de cuentos infantiles. Desde un bulto

con mil hojas de papel hasta alimentos imprescindibles cuando me he visto en la calle a

régimen de bimbo con la mayonesa más barata y leche encartonada durante días y a

veces semanas, de acuerdo con mis vicisitudes y con la ausencia de comedores

aplacadores de la canina perra. Y lo más loable: ella lo hace por pura solidaridad, porque

sabe que de mí no podrá esperar ni una invitación a chocolate con churros. Con ella a

veces voy al cine, a algún concierto, a lugares diversos de la capital, algunos de los

cuales he podido conocer gracias a su amabilidad, como el teatro Auditorium, bellísimo y

aislante eficaz de la mierda que me espera fuera al terminar la ejecución de la novena

sinfonía del sordo genial. Esa es Ana y ese soy yo, dos personas que ven la vida muy

distintamente, porque la viven muy distintamente. Pero como decía Martí, es de

agradecer y nada más. Y yo soy un hombre agradecido.

--¿Escribes sobre tus amigos en tus obras?

--Por supuesto, sin ellos no existiría mi literatura.

--Entonces supongo que mi nombre estará en tu última novela.

--¿Mi última novela? ¿Quieres decir que después de esa... me volveré fiambre?

--Muy gracioso. Me gustaría que me enseñaras la novela, sobre todo los fragmentos en los

que aparezco, a ver cómo me pintas.

--Te pinto como te veo, que no es como eres realmente, porque ten presente que una

novela es una obra de ficción, y yo no escribo biografías. Y tú, querida mía, eres una obra

de ficción que supera la realidad o viceversa, como quieras tomarlo.

--Mira, este fin de semana te invito a acompañarme a ver a unos amigos que viven en

un pueblito riquísimo que está rodeado de montañas. Hace frío, así que te pones el

abrigo más grueso que tengas.

--A propósito, Selene, siempre me invitas a lugares del centro del país, nunca a las costas

ni a las playas. No quiero pensar que tienes el complejo de Olivia.

--¿Quién es esa Olivia, hijito?

--La novia de Popeye el marino, el de los muñequitos. ¿No lo has leído nunca? El que se

pasa la vida comiendo espinacas.

--No, no lo he leído. En mi tiempo de leer esos muñequitos donde yo viví no había nada de

eso.

Dice una de las mil y una encuestas que salen a diario en la prensa que los ciudadanos de

este país consumen la mitad de su tiempo de vigilia en algo relacionado con el fútbol. Y a

continuación enumera las demás opciones del ciudadano medio: 2) trabajo, 3) coche, 4)

bar, y 5) reuniones con amigos y conversaciones sobre fútbol, telemierda, trabajo, coches,

famosetes y revistas basura de famosetes, chismorreo y miscelánea. Se habla de gente

que trabaja en general, no incluye estudiantes ni desempleados que me imagino que

tendrán más tiempo para esos menesteres. Algo que no se me ocurrió en mis tiempos de

buscador de empleo: meterme a encuestador. Quizás en ese perfil me hubieran

contratado para que me parara a la entrada del Metro con una carpetita y un bolígrafo

a preguntar a cuantos pasaran por delante, por el lado y hasta por detrás por cualquier

tontería tratando de que no se encabritaran por mi impertinencia. Las encuestas se han

convertido en algo tan normal y común que si dejaran de salir la gente se extrañaría

mucho y se preguntaría: ¿qué estará pasando?

--Te voy a hacer una encuesta, Selene, prepárate a contestarme.

--Bueno, de que te dé por tirarte del puente de Segovia que te dé por eso. Sólo que yo no

acostumbro a someterme a semejantes tonterías de encuestadores callejeros, así que

contigo aquí en el hostal tampoco pienso someterme.

--Te advierto que son preguntas muy interesantes.

--Todavía no he visto una sola encuesta interesante, debe ser porque son tan falsas que ni

Abundio se las traga.

--Entonces te niegas a contestar a mis preguntas.

--Ya te dije que tengo otras cosas más importantes que hacer.

--Pues no te quejes de que en mi novela te pinte con los colores que me gustan y no con

los que pueden gustarte a ti, escurridiza.

¡Oh las encuestas! En este país hay miles de personas que viven gracias a ellas y millones

gracias a los papeles. A pesar de que cada año se producen y se distribuyen más

máquinas y más computadoras, los papeles siguen reinando sobre los ciudadanos

coronados por la sacrosanta burocracia. Si de pronto se eliminaran los papeles (todos los

papeles) se formaría un caos, pues crecería el número de desempleados

astronómicamente y el país no podría soportar esa crisis. Así que hay que bendecir a los

papeles inútiles (algunos, los menos, son útiles, hay que reconocerlo) que mantienen a

millones de empleados improductivos pero perceptores del dinerillo salvador de casi

todos los problemas del ser humano común y corriente.

--Ahora te ha dado por recortar encuestas. Estás de ingreso.

--Contigo ingresaría en el infierno sonriéndome, querida.

--Mira, voy a enseñarte... ¡vaya!, Isolina jorobándome la pita, como dicen ustedes... ¿Qué

problema tiene ahora, doña Isolina?

--Mejor te dejo con tus ocupaciones... buenos días, doña Isolina.

Y en mi cuarto, mientras fuera de él y dentro del piso en que aparento que vivo, reina la

paz de la tierra, me entretengo revisando mis papeles, que son tantos y los tengo tan

regados que no sé qué hacer con ellos. Pero no puedo botarlos, pues cada vez que

acudo a alguna entrevista con algún funcionario lo primero que hace, después de los

buenos días, pase y siéntese, es pedirme tal y cual papel, y a veces varios al mismo

tiempo, algunos con firmas, cuños, membretes, originales, actualizados, compulsados,

acreditados, certificados, y es todo un gran berenjenal de operaciones con papeles,

ordenadores y gente sentada en una silla ante un buró con cara de robot que te mira y te

repite mecánicamente lo programado para casos como el tuyo y lo demás la hora,

porque tan pronto pueden (y a veces cuando todavía no pueden) se largan al bar de la

esquina o a esperar el transporte que los lleve a casita para sentarse en la butaca a ver la

tele y qué aire tan puro y qué vida tan sana, Yolanda, esto es sin dudas un puñetero

paraíso. Yo sólo me siento a ver la tele por la noche, a las diez, que es cuando más o

menos empieza la película. Por el día estoy en otra cosa, mariposa, como en salir a hacer

gestiones y a comer en la calle y en la casa a leer, revisar lo que he escrito en la última

jornada o en jornadas anteriores y esas cosas, o a ver y oír las candangas de mis queridos

coinquilinos que tan entretenida me hacen la existencia. Manuel me ha invitado otra vez

a pasarme unos días en su casa norteña, Ana me ha invitado a comer una vez más y ya

me da hasta pena pero como ella insiste tanto, Leila me ha reclamado una visita a su

casa del Sur, que dice que hace años-luz que no me acuerdo de ella ni de su marido ni

de sus preciosas criaturas (¿quién lo iba a decir cuando la conocí en el aeropuerto

esperándome por encargo de Manuel?), una pareja de peruanos que conocí en el

comedor de refugiados de la calle Canarias me ha invitado a una cena de pato con

todos sus componentes, Marcelo me ha invitado a un café cortado en la esquina de su

comedor (que no es el mío, ya quisiera él, donde él come abundan los elementos

impresentables, indeseables e infumables), el viejo José (que precisamente conocí en ese

comedor cuando pasé por él) me ha requerido a unos tragos de vino con pitillos, pero

como yo no bebo ni tampoco fumo, estoy pensando qué respuesta darle para que no se

ofenda el pobre, y Selene, como no podía faltar, me ha invitado a acompañarla a no sé

qué lugar para según me dice

--que te olvides un poco de tanta bobería que almacenas en esa cabecita, tonto,

y me coge una oreja y me la sacude, halándomela cariñosamente y enseñándome sus

lindos dientes naturales y limpios, cosa que me hace gracia y a la vez feliz, pues la niña

está de punto tal que va entrando en la fase tercera de la confianza íntima (mejor tarde

que nunca) y estos cariñitos prometen... aunque no sé si cumplirán.

--No tengo complejo de Olivia, pero me parece que ya estoy un poco entrada en años

para pasearme por la playa en bikini. Además, en la playa hace mucho más calor que en

la montaña y el aire de la montaña es mucho más saludable.

--No, si te doy la razón en eso último, en lo del aire, nené, sólo que no comparto tu opinión

de no pasearte por la playa porque estés entrada en años, porque yo las he visto de

ochenta y para colmo gordas, jugando al volivol en la arena caliente.

--Yo soy yo y esas de ochenta, y para colmo gordas como dices, me importan un comino,

querido.

--Bueno, bueno, bueno... estás que cortas, Selenín. Pero óyeme bien, cosa linda: a mí me

encanta la montaña, y si es contigo con quien voy a subirla, me sentiré rebutiñán.

--Esa palabreja me suena tan mal que ni siquiera te voy a preguntar qué significa. Y sobre

eso de subir... ¿quién te ha dicho que vamos a subir una montaña? ¿Para qué se

inventaron los transportes serranos?

--Está bien, criatura. Repito y vuelvo a repetir: tú ganas. A la montaña, en el transporte que

tú escojas, aunque yo preferiría que fuéramos en tu propio transporte.

--No me atrevo a conducir por esas curvas empinadas, viejo. Mejor que nos lleven.

--No en balde dijo Grau San Martín que las mujeres mandan. El sabía muy bien lo que

estaba diciendo.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


(continuará)

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