domingo, 21 de julio de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 27




Tres comedores de comida caliente y doce timbiriches de bocadillos, dulces, café con

leche y pan con algo, donde he tenido que compartir tiempo y espacio con personajes

tan interesantes como: indigentes, apestosos, harapientos, gritones, maleducados, vagos,

borrachos, drogadictos, ladrones, mafiosos, listillos, infelices, honrados, decentes, parados,

buscadores de empleo, sin papeles, preteridos, excluidos, mendigos, casi todos

inmigrantes que vienen a vivir del cuento y se agarran de los servicios sociales que

este país les garantiza aunque sean matones de oficio. Claro que hablo de las minorías

(que a veces no son tales), porque en el comedor de la calle Canarias no había este tipo

de gente y en el que ahora estoy tampoco. El caso es que se repite y se mantiene la

canción de Lola Flores: dice el refrán que tanto tienes tanto vales, / no convienen los

chavales, / conviene más un marqués / que tenga caudales y todo eso. Lola sabía lo que

cantaba. Como tantos. Hasta yo me paseo entre los que conocen esta sociedad al

dedillo, porque en ocho años de sitio he conocido casi todo lo malo y muy poco de lo

bueno, que hay bastante según dice Ana: "algún día conocerás lo mejor de este país, no

hay que desanimarse". La palabra que más repiten mis amigos, como Manuel, que no la

olvida en ningún diálogo: "anímate, hombre, que tampoco estás tan mal, ya mejorarás",

y como Leila, que de vez en cuando me suelta su versión: "vamos, que no es para tanto,

es verdad que no estás como quisieras, pero tampoco estás en la calle como muchos

que yo sé que están mucho peor, así que anímate". Pero el que le pone la tapa al pomo

es el bueno de Marcelo (sin ironías en este caso): "¿así que tu amigo te dice que te

animes? Compadre, aquí para animarse hay que ser más ingenuo que el Principito,

macho". Y gracias a que al menos cuento con algunos amigos que por falta de interés

no quedan en su intento de animarme. A veces lo logran y me animo pensando que la

vida que me ha tocado en el reparto es la que tengo y que debo conformarme y sonreír,

que bien decía Jruschov que "mientras el hombre sepa sonreír no todo está perdido".

--¿Ladrón de libros? Ya te lo he dicho, un día vas a caer...

--In galera, ya sé, como dice tu amigo italiano.

--No es mi amigo, es un huésped. Pero tú, que sí eres mi amigo... oye, tanto que hablas de

tu porvenir y yo lo veo gris y oscuro, querido, si no cambias de actitud. Por lo que me

dices... Te tomas yogures y te comes barras enteras de chocolate en los hípermercados,

arrancas hojas de los periódicos en las bibliotecas, y ahora te apareces con un libro

acabadito de hurtar de... no me has dicho de dónde.

--De una librería, por supuesto. Mira, Selene, ya con el tiempo que llevo en este paraisito,

me he dado cuenta de que aquí los malandrines son mejor tratados que la gente de bien,

como se dice en los medios hipócritas, así que, como dice el refrán: a la tierra que fueres

haz lo que vieres.

--¿Quieres decir que aquí los cacos son los respetados por la sociedad?

--Por la sociedad no sé, pero por la justicia... todos los días sale algo en el periódico que

refrenda mi tesis: jueces que absuelven a asesinos, violadores, pandilleros, atracadores, y

lo mejor del show es los argumentos que exponen para dejar en libertad a tanta

escoria. No sé si me dan ganas de reír o de llorar cuando los leo.

--Por ahí viene el ilustre. Qué milagro que ha salido de su habitación. Déjame ver con qué

me aturde ahora.

En lo que respecta a la alimentación, los comedores y los timbiriches donde he saciado

el hambre, no son tan malos, incluso yo diría que son buenos, y la comida que reparten

está bien condimentada y todo eso. El elemento es el que se las trae, y aguantarlo es de

gente que no tiene apetito, sino apeto. El comedor es una de las llamadas formalidades

de la integración, según los planes de seguimiento que he tenido que aceptar al recibir

los subsidios con los cuales he sobrevivido hasta el momento. Pero en mi caso se supone

que a mí tendrían que haberme hecho integrar en esta sociedad y para eso, además del

subsidio propiamente dicho y hecho, alguna institución tenía que haberme procurado un

trabajo decente que yo pudiera realizar y de ese modo contribuir con esta sociedad de la

que formo parte activa y natural desde el momento en que me concedieron primero el

asilo y después la nacionalidad, y no dejarme en la calle, sin llavín y sin posibilidades de

encontrar ningún tipo de empleo, como demuestra la relación de lugares y la variedad

de intentos realizados hasta hace poco. Hasta hace poco porque ya no me interesa

trabajar ni siquiera de Introductor de Embajadores si es que existe ese cargo que debe

existir. No señor. Ya me cansé y le dije adiós al arte de hacer algo a cambio de un salario

y me apunté en la lista de los que practican el dolce far niente como diría el huésped

italiano de Selene. Ana y Leila han intentado introducirme en el mercado laboral, pero

ellas no son personajes poderosos con empuje económico y muy poco han podido lograr,

cuanto más que yo fuera recibido por un par de camajanes encargados de otorgar

puestos de trabajo menores, que por supuesto ninguno de los dos me tomó en cuenta,

por la edad les dijeron a las aludidas. Pero Manuel, al que agradezco haber salido de allá

y haber anclado aquí, podía haber actuado de padrino, al menos en alguna de las

cuatro cosas que no me ha resuelto desde que conocí el paraíso del exilio. Para no ser

malagradecido, digamos que Manuel no ha podido ayudarme a publicar mis obras, a

conseguirme un comedor social gratuito (los que he tenido han sido a cuenta de

gestiones propias y papeles ajenos), a procurarme un lugar decente y limpio donde vivir

(no una vivienda, sólo una habitación aceptable y al alcance de mis economías), a ni

siquiera palanquearme para un empleo digno que me alejara de la insana dedicación a

esperar la limosna del Estado para sobrevivir sin caer en la indigencia...

--No te quejes de tus amistades, que bastante que han hecho por ti, y si no han hecho

más estoy segura de que es porque no han podido.

--¿Cómo sabes eso si no conoces a ninguno de esos amigos que te he mencionado?

--No lo sé, lo supongo por lo que me has contado de ellos, y de ese Manuel menos, pues

es el hombre que logró sacarte del infierno, y yo sé lo que es vivir en el infierno, así que

por muy mal que estés aquí, mucho peor estarías en tu país. Tienes que mirar el lado

bueno de las cosas, sólo el lado bueno.

--¿Y cómo carajo dejo de mirar el lado malo, que es el mayoritario para mí?

--Mira, usa a don Emeterio como espejo: tiene más años que la torre de Pisa, está medio

pasado, no tiene a nadie que se ocupe de él, se pasa todo el día metido en su cuarto

con la tele conectada, y míralo: nunca ha pensado en tirarse delante de un autobús.

--No me gustan los espejos, eso creo que hace ochenta años te lo dije, querida, así que

no podré usar al ilustre ni a nadie ni a nada para mirarme en sus ejemplos. Además, yo no

creo en los ejemplos, porque cada cual ve la vida según la esté viviendo. Es verdad que

hay muchos peores que yo, pero a mí no me interesan esos muchos, sino los que están

mejores, ¿te das cuenta? Esos sí serían mis ejemplos, en todo caso.

El país soñado, añorado, querido, imaginado como el salvavidas lanzado en el último

trago de agua salada, que esperé durante muchos años padeciendo el horror hasta que

conocí a Manuel, enamorado como un simplón de mi cuñada y apareciéndose

providencialmente allá en mi apartamento (q. e. p. d.) para abrirme la puerta de la última

esperanza, y emprender el viaje que quizás haya sido mi último viaje hasta llegar aquí

con la sonrisa del que al fin puede recomenzar una vida aunque quizás con demasiados

años sobre las costillas. Pero...

--Ya te lo he dicho: tienes que relacionarte.

--Contigo me estoy relacionando desde hace siete años, querida.

--Yo no soy el universo.

--Eres algo mucho mejor. Este universo no me inspira confianza, tú sí.

--Entonces desisto, persistente. ¿Quieres té?

--Quiero té y te quiero a ti, mujer. ¿Por qué no te rindes?

--Insiste un poco más, que como te dijo tu ex, quizás alguna caiga, aunque esa alguna no

sea yo.

Pero lo peor de todo es que veo pasar días y semanas y meses y años sabiendo que voy a

morir sin ver mis obras publicadas y sin volver a ver a mis seres más queridos, pues todo lo

demás ya me importa un carajo: amor, hogar, familia, sexo, dinero, esos componentes de

la vida no están al alcance de personas como yo que sobreviven con subsidios, que no

son dueños de sus vidas, y que pasan frente a un horno y aunque el olor a tarta de

manzana los embriague tienen que conformarse solamente con sentirlo y ni siquiera con

soñar que un día podrán comprar un trozo y saborearlo como tantos que le pasan por el

lado... ¡Exilio de mierda!, como todos los exilios. Me tocó perder, así de simple. La escala

de los seres humanos es verticalmente demasiado amplia, desde el miserable que duerme

en la calle envuelto en trapos al rey árabe que se gasta millones de dólares en sus

vacaciones en la Costa del Sol. Y eso va a continuar así, per seculam seculorum como

dicen quienes quieren embutirnos con sus mentiras ofreciéndonos una vida mejor cuando

hayamos liquidado de una vez en esta superficie tan bonita como injusta. ¡Ah!, pero ya

está bueno de quejarme y de llorar, con quejidos y con lágrimas no voy a resolver ni

hostias. Mejor es dedicarse a lo que se dedican quienes quieren progresar y no

encuentran ningún modo decente: a mangar lo que se pueda, donde se pueda, como se

pueda y cuando se pueda, y a viaje. Ja ja ja. Y ni Ana ni Leila ni Manuel, que tanto me

han ayudado (en lo que cabe, que no es demasiado), y que no necesitan vivir “a lo

bestia” se escandalicen cuando me vean disfrutando de una tarta de manzana

completa, no de un trozo, y me pregunten y yo les informe que es gratis porque me la he

mangado del supermercado.

--Insisto: no lo creo. Tendría que verte.

--Entonces acompáñame: te voy a enseñar cómo puedes tomarte un Actimel gratuito y

sin riesgo de que te sorprendan.

--¿Sabes una cosa? Hoy mismo te voy a acompañar a ver si de verdad te atreves.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)

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