domingo, 14 de julio de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 26




Cucarachas, muchas cucarachas... son inmortales: son los únicos seres vivientes que

sobrevivirían a una guerra nuclear, según dicen algunos científicos. Seres omnipotentes

que se reproducen inevitablemente y se adaptan a las peores condiciones de vida y de

insecticidas. Están en todas partes, por muy limpios y aseados que seamos los bípedos, en

todos los países y en todos los climas. En fin, que estos animalitos tan cuquis nos han

acostumbrado a convivir con ellos sin remedio creado. Hasta se han compuesto

canciones en su honor, como esa que dice “la cucaracha, la cucaracha, / ya no puede

caminar...", y cuentos como el de la Cucarachita Martina, y quizás hasta haya por ahí

alguna novelucha que las eleve a la categoría de personajes literarios famosos (cualquier

día comparecen en la telemierda para revelar sus indecencias como cualquier famosete

de turno). ¡Ah, Catana! Pues a lo que voy: me llama el albañil, me lleva a la cocina, abre

uno de los clósets, y me enseña una tonga de alimentos regados que tiene el vigilante allí

y me señala con el dedo, de lejos, algunas cucas que se pasean por encima de unas

galletas dulces, y por los bordes de una lata de mermelada abierta, y me espeta con

calma: "así mismo se las come el asqueroso éste", y se vuelve, cerrando el clóset de un

tirón. Eso yo no lo había visto porque yo nunca abro ningún clóset, ya que no guardo

nada en ninguno, bastante chungos que están, y porque además las cosas del vigilante

no me llaman la atención. Pero el albañil está al tanto de todos sus movimientos y se las

sabe todas sobre el personaje. El vigilante sólo se ocupa de llenar el piso de tarecos,

trapos, papeles, piezas sucias, y sobre todo de periódicos, y el albañil se ocupa de tirarlos

a la basura y de rajar del otro, otorgándole improperios reiterativos que no hacen mella

en los oídos a los que van dirigidos, pues el otro tipo sigue con sus cosas y así pasan las

glorias de este mundo mientras yo sirvo de receptáculo de quejas de uno y de observador

de cochinadas de otro. Cuestión, que dondequiera que me ponga (por eso de aquí no

me saca ni el pelotón de Caramés) me encuentro con personas de esa catadura y lo

mejor es adaptarse al medio. Sí, porque lo demás es inútil, y como decía mi madre, "el que

nace cochino muere lechón". Así que loor a las cucas, que adornan nuestro hábitat con

tanto donaire de inmortalidad.

--Ahora me sales con que careces de posibilidades. Siempre traes algo nuevo, por lo

menos no eres aburrido.

--Hasta en eso me parezco a ti, querida, porque tú de aburrida tienes tanto como de rusa.

Ya no eres ni rusa ni ucraniana ni nacionalizada ni... bueno, así estaré yo dentro de muy

poco tiempo.

El exiliado va perdiendo su origen, su idiosincrasia, su árbol genealógico, su todo, poco a

poco y sin remedio. Sólo le van quedando los recuerdos del país perdido, hasta que llega

un día en que ni eso.

--Anda ya, existencialista de pacotilla. Te pareces a Crisanto el higienista.

--A ése no lo conozco. ¿Es un nuevo huésped?

--No señor, no es ningún huésped, es... en fin, que no vale la pena.

--Nada vale la pena, nené. Este mundo está perdido, olvido y camino y a viaje.

--Pues de lo que me contaste, aquí en el hostal no hay cucarachas, que por algo yo riego

cada día el Matón enriquecido con la buena limpieza. ¿Encontraste alguna cuando

estabas aquí? A que no.

--¿Estábamos hablando de las cucarachas o de mis posibilidades?

--Ya yo no sé de qué rayos estábamos hablando. Tú me trastornas el entendimiento.

--Mejor vamos a tomar café a la esquina y a ver qué se nos pega.

--A ver qué se te pega a ti, porque a mí no me interesa que se me pegue nada... ni nadie,

hombre de Dios.

En estos días me temo que vamos a tener candanga continuada, porque el albañil estará

rebajado de servicio por prescripción facultativa según me confesó, y el vigilante está de

vacaciones, así que la coincidencia, porque parece que ninguno se decide a viajar a

ningún sitio, o sea, los encontronazos, van a estar a la orden del día. Pero los periódicos y

las cucarachas no desaparecen, los unos aunque el alba se encargue de diezmarlos

diariamente, y las otras, porque se reproducen más que las malas noticias de la tele.

--Está bueno el café, ¿verdad? Oye, Selene, ¿cómo es posible que tú con tantos años

aquí no te hayas acostumbrado al café? Oye, no, no me ripostes, no quiero decir que el

té que haces todas las tardes no sea una exquisitez, lo decía por...

--¿Tú has perdido ya todos los gustos, las costumbres y los hábitos que tenías en tu país?

--Casi todos, querida. Ya te detallé que no me debo a mí mismo, a lo que sienta deseos

de hacer o comer o tomar, porque para esas tres cosas hay que tener los bolsillos si no

llenos por lo menos con peso.

--¿Nos tomamos otro? Verdad que está bueno.

Mis posibilidades, que Selene no quiere oír, para este fantástico exilio, son:

1)       posibilidades económicas: ninguna, continuar sobreviviendo con el subsidio que pasará a pensión cuando cumpla diez años de estancia en el país, y pensar en un empleo a mi edad...
2)       posibilidades literarias: casi ninguna, las editoriales sólo le publican a los conocidos con nombre o las obras de tan mal gusto que arrasan en las librerías, y en los concursos ya se conocen los premiados desde que aparecen las convocatorias, así que...
3)       posibilidades de amor, familia, hogar: poquísimas, porque tendría que encontrar a una mujer a la que no le interesara mi situación en general y que además superara la media rueda y estuviera en condiciones de unirse en matrimonio a un casi anciano sin perspectivas de mejora, contando por supuesto en que ella tuviera al menos algunos dones, porque tampoco voy a enredarme con una guaricandilla desahuciada por estar acompañado en la cercana ancianidad...
4)       posibilidades de regresar a mi patria: muy pocas, el Hijo de Puta parece que no piensa morirse por ahora y cuando eso ocurra, ni el sabio Sall Ohmón se imagina lo que va a suceder en el terruño...
5)       posibilidades de vivir diez, veinte, treinta años más: bueno, eso no depende del Menda ni de nadie, ni siquiera de los funcionarios que controlan mi vida, así que a esperar a ver en qué para la cosa.

Es más que probable que los periódicos y las cucarachas hagan mutis del piso donde vivo

que algunas de esas posibilidades se tornen realidades efectivas y factibles. Y mientras,

además de leer, escribir, oír música, ver películas regulares en la tele, comer, tomar

chocolate y mucho líquido aunque no tenga gripe, hacer alguna gestión nueva cada vez

que me la pidan, asearme, descansar, dormir, dar rueda por toda la ciudad, disfruto del

teatro humorístico-dramático en mi propia casa con dos personajes que ya quisiera el

mismísimo Quevedo haber creado: el albañil y el vigilante, con quienes paso mis horas de

ocio (¿?) entretenido ante sus encontronazos que por cierto,  debería escribirles un guion

para que enriquecieran su vocabulario, sobre todo sus palabritas dulces y sonoras como

cerdo, puerco, repugnante, coño, carajo, cojones, etc. Sería más divertido.

–Pensándolo mejor, me gustaría conocer a ese par de ellos, aunque a buen resguardo.

–Ya te dije que a ti no te despedazarían, porque ellos mismos no se han despedazado

entre sí y no creo que lo hagan, porque si lo hacen se les acabaría el argumento que los

mantiene con deseos de enfrentarse diariamente por la misma causa.

–Entonces... ¿crees que puedo ir a visitarte? Pero tendría que ser cuando esos dos se

estuvieran piropeando...

–Eso es muy difícil, monada, pues no puedo decirte a qué hora exactamente pueden

coincidir ambos en la casa. De todos modos, trataré. En tu coche no creo que demores

más de media hora.

–Hombre, parece que te has olvidado de los atascos y de ese informe del tránsito que

dice que dentro de cinco años en esta ciudad no se podrá circular en vehículos motores.

–Es verdad. Tienes razón, pero bueno, ya arreglaremos eso. Pero de aquí a allá, en lugar

de ir a mi casa deberías ir conmigo a algún lugar bonito, propicio y barato.

–Y te faltó decir que por la noche, ¿me equivoco?

–Ya te dije y te repito que tú nunca te equivocas, nené.

–Tengo que reconocer que tu poder de insistencia es admirable. Lástima que sea inútil.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)

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