domingo, 16 de junio de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 22

Los ánimos están caldeados: llegó el albañil ya cerca de las siete de la tarde y se

encontró el mismo panorama, pero más cargadito, lo que lo hizo montar en cólera

morbis y: recogió del patio dos jerseys viejos y sucios tirados sobre una escalera

plegable, varios calcetines igualmente viejos y sucios tirados en el suelo, una toalla

ídem de lienzo colgada en la soga de la tendedera del patio, varias cajitas de

cartón estrujadas llenas de pedazos de papel arrugado y de trapos mojados, un par

de tennis rotos abandonados en una esquina, con media docena de pinzas de

tender la ropa dentro de uno de ellos, unas chanclas desteñidas con un agujero en la

punta cada una, y algunas cosillas más que se me han olvidado, y... ¡PAAAF!, todo lo

echó en una de las cajas y salió de un tirón llevándosela y dando un portazo y "esta

mierda a la basura", me dijo al descubrir mi presencia asombrada de su cólera

aquilina. El vigilante no estaba presente, por lo que cuando regrese seguro habrá

candanga, y esa no me la pierdo. Es mi entretenimiento preferido, porque dentro de

su tragedia ambos son por igual cómicos, al menos para mí, porque ni el uno se

enmienda ni el otro se va, y están así desde que tuve la suerte (?) de instalarme en

este piso que pudiera brillar como la casa de los tres chanchitos, pero como está

repleto de periódicos viejos regados por todos los rincones y demás pertenencias

del ahora ausente, pues... en fin, que como dice Juan Ramón: esto es un vacilón...

--Podrías filmar esas escenas entre tus coinquilinos y llevarlas a la tele, a lo mejor te

buscas una fortunita, porque esas cosas las pagan muy bien en la pantalla chica.

--¿Tienes alguna cámara de vídeo?

--Yo no tengo ni... bueno, pues no, no tengo cámara de vídeo ni de nada, así que

búscate una por ahí y manos a la filmación.

--Acompáñame a uno de esos centros comerciales donde los cacos campean y

verás cómo consigo esa cámara enseguida, sin riesgos, sin peligros, sin castigo.

--Tú vas a terminar, como dice mi huésped italiano, in galera.

Para calmar sus ímpetus el albañil me dijo, en la cocina, calentándose una olla de

algo que olía riquísimo, que “un día voy a quemar todos esos periódicos y a la mierda,

coño, que esto parece una cochinera, una cabrona cochinera, y toda la mierda que

hay aquí es de ese asqueroso”, pero apagó el gas y se llevó la olla a su cuarto para

darse el banquete vespertino. Porque supongo que lo que hay en la olla sea para él

un banquete, a juzgar por la cara que pone cuando se la lleva. Yo nunca he visto

el contenido, sólo conozco el olor.

--¿Y para qué quieres que te acompañe si tú sabes ir solito a esos lugares?

--Pues... verás, es que necesito un cómplice para la operación que tengo en mente.

--Tú tienes tantas operaciones en mente que ya no sabes cuál de ellas es la que vas

a acometer. Mejor sigue con tus libros y con tu ordenador, que con ellos al menos no

te buscarás problemas.

--Agenciándome el vídeo o cualquier otra cosa tampoco, nenita. ¿O es que no sabes

que aquí no se condena a nadie por robarse un vídeo o cualquier otra cosa? No, la

justicia está de nuestra parte, mujer. Nos invita a delinquir. ¿O es que no lees los

periódicos? ¿No te enteraste de ese juez que dejó en libertad al tipo que lanzó a su

novia por la ventana? Dijo el magistrado que el hombre no tenía intenciones de

matarla. Hombre, claro que no, lo que pasó fue que la chica tenía calor y el tipo, tan

tierno y cariñoso él, quiso que tomara el fresco aterrizando en plena calle desde su

ventana en un cuarto piso... ¡ah!

--Creo haber oído algo de eso en la radio. Pero a eso ya estamos acostumbrados, ya

te lo he dicho. A eso y a cosas peores. No sé por qué te llaman la atención.

--No, si yo también me estoy acostumbrando, por eso te pido que me acompañes a lo

de mangarnos el vídeo y después me dedicaré a grabar los enfrentamientos y las

acciones del albañil y el vigilante, que son diarias, y por lo que observo, eternas, pues

no parece que por ahora se muera alguno de los dos. Gozan de buena salud y creo

que las peleas los alimentan. Cuando no se enfrentan porque uno de los dos está de

viaje veo al otro algo tristón y el silencio se apodera del piso. Pero tanto el uno como el

otro persisten en insultarse mutuamente sin llegar hasta ahora a las manos. El casero nos

da sus vueltas esporádicas, siempre acompañado del cuñado que le sirve además de

ejecutor de sus brillantes ideas, como la de programarnos un plan de limpieza que

acaba de pegar en la pared de la cocina, sin reunirse con nosotros para ver si estamos

de acuerdo, por lo que le vaticino a dicho plan el destino de los periódicos que tiene el

vigilante esparcidos por todos los rincones.

--¿Sabes una cosa? No te creo capaz de hurtar ese vídeo en ningún centro comercial.

Tú presumes de que eres un duro y en realidad no eres capaz de matar una mosca.

--Bastantes moscas he matado en mi vida, monadilla, y eso que no soy capaz... lo que

te pasa es que temes convencerte por ti misma, por eso no te decides a

acompañarme.

--Te acompañaría para ver si lo haces o no, pero tú me has pedido que sea tu cómplice

y hasta hoy todavía no me ha dado por meterme a ladrona de centros comerciales.

--¿Y no te apetecería experimentar nuevas emociones?

--A mi edad ya no existen las nuevas emociones, querido.

--Te estás autocalificando de vieja, cosa que distas mucho de ser.

--Quizás lo aprendí de tus lamentaciones... y ahora que hablo de eso, deberías ir al muro

de Jerusalén a desahogarte, así me dejarías tranquila con tus vicisitudes, que tanto me

las repites que casi me las sé de memoria.

--Y pensar que en tus manos está resolver todos mis problemas.

--¡Anda ya! Ni que yo fuera el genio de la lámpara de Aladino.

Por la noche llegó el vigilante y se encontró con la ausencia de la mayoría de sus

preciadas pertenencias. Dio tres golpes fuertes en la puerta del albañil y cuando éste

la abrió con cara de perro bulldog achuchado, el vigi le espetó que por qué la tenía

cogida con él o algo así y ahí mismo el alba le gritó una sola palabra: “¡CERDO!”, y le

cerró la puerta en las narices. El vigilante, que a pesar de su insistencia ya está muy

acostumbrado a estas acciones intempestivas de su gran compañero de piso, lanza

palabrotas e improperios al aire que le escucha en calma y sin protestas, y se mete en

su cuarto rezongando bajito, “repugnante, eso es lo que eres, ya me tienes hasta las

narices, picha, que todo te molesta, estás loco, eres repugnante”, y etc. Yo sigo en lo

mío, y así las tres puertas habitacionales se mantienen cerradas, cada cual en su juego

como Antón Pirulero y otra vez parece que no hay nadie en el dichoso piso, mientras

los vecinos se estarán divirtiendo o recondenando con las alteraciones del orden

producidas diariamente en el encanto de lugar donde a ratos sobrevivo según el

color del cristal.

--¿Quieres apostar?

--¿A qué?

--A que me birlo el vídeo y salgo ileso.

--¿Y qué podemos apostar? Porque lo que es dinero no pienso arriesgarlo.

--Ah, pues... podemos apostarnos una cena por todo lo alto... y con baile y demás.

--¿Y qué debo entender por eso de demás?

--Bueno, Selene, ya sabes... lo demás... ¿no?

--Mejor te contesto mañana, porque ahora lo que me dan son ganas de mandarte al

carajo y seguro que eso no te va a gustar.

--Tú te lo pierdes, platinada.

--Ya me he perdido muchas cosas mejores, así que no me voy a resentir por eso.

--Eres deliciosa, por eso me gustas tanto.

--Y tú eres... ¡hasta mañana, hombre! Vete a dormir, que te hace mucha falta.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


(continuará)

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