sábado, 8 de junio de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 21


--Te noto nervioso, estás exaltado y sudado, ten cuidado, el infarto es la segunda

causa de muerte en el país.

El primer certificado médico que me pidieron cuando me asignaron al CAT me

obligó a hacerme análisis de sangre, de orina, de heces, tomas de presión,

radiografías, electros, peso, medida, examen odontológico, auscultación pulmonar,

archivo con la hoja clínica o como se llame ese mamotreto, y en fin, que aquello al

menos SI era un certificado que hacía constar que yo no padecía ninguna

enfermedad contagiosa que me impidiera convivir con otras personas. Escobita

nueva barre bien.

--Estoy nervioso, exaltado y sudado, ¿qué tú te crees, que mi vida es tan plácida

como un colchón acuático?

El último, o sea, el que tuve que presentar en el club comedor San José, consistió

en lo siguiente: buenas tardes, doctor, buenas tardes, usted... deje ver... usted no

suele venir nunca o es la primera vez que viene, sí, doctor, nunca vengo porque no

me siento nada, hombre, eso es estupendo, mejor nos vemos en la calle, sí, es lo

mejor, ¿y a qué ha venido hoy?, pues verá, doctor, es que voy a ingresar en uno de

esos comedores sociales y me han pedido, entre otros papeles, un certificado

médico donde conste que yo no tengo... ah, sí, ya, espere un momento, por favor...

y el médico abre una gaveta, saca un papel impreso, consulta su reloj y un

almanaque de pared, firma el papel, le pone un cuño y me lo entrega, aquí

tiene, amigo, y lo felicito por su salud, pero doctor, ¿y no tengo que hacerme...?,

no, hombre, si se ve que usted está más sano que las manzanas Golden, y salí de

la consulta con mi certificado médico a los cuatro minutos de entrar.

--¿Cómo sabes que un colchón acuático es tan plácido?

Cuestión, que esto es mejor que Bachiche, compa, como dice Marcelo, que aquí

lo mismo te limpian el estómago aunque lo tuyo sea de la oreja izquierda, que te

declaran fiambre sin tomarte el pulso.

--No obstante todo eso que me cuentas creo que deberías dedicar más tiempo al

ocio, no puedes pasarte todo el tiempo leyendo y escribiendo metido en tu cuarto.

Aunque digas y repitas que tu oficio es la soledad.

--¡Ay, querida mía! ¿Así que debo dedicar más tiempo al ocio? ¿A qué tipo de ocio?

Porque el ocio cultural hay que pagarlo, el ocio científico hay que pagarlo, el ocio

Ilustrativo hay que pagarlo. Y para ir a sentarme en el banco del parque a ver a la

señora que le tira pan a las palomas, prefiero quedarme en mi cuarto con mis libros y

con mi literatura. Ah, y cuando sienta deseos de ocio, siempre que sea gratis, tú me

acompañas.

--Lamento no poder acompañarte siempre, podría demostrarte que para el ocio

saludable no hay que gastar dinero.

Selene se había acercado a mis requerimientos, pues salía conmigo a merendar, a

comer de vez en cuando, al cine, al teatro, y una vez me llevó a un pueblecito

cerca de la Sierra donde el frío ponía tieso hasta el pan con tocino que llevamos.

Claro, eso cuando podía escaparse del hostal, que era de San Juan a Pascuas. Por

eso yo tenía que verla en su propio elemento, donde era interrumpida por algún

huésped tan inoportuno como pesado, y nuestra relación se resistía a traspasar la

etapa amistosa aunque íntima a la que ya nos estábamos acostumbrando. Pero en

mi soledad me ponía a pensar y a valorar las dos opciones que siempre aparecían

en estos trances: ¿sería mejor Selene como amante que como amiga? ¿Lo

descubriría alguna vez? ¿Habría renunciado definitivamente al amor, al placer, al

sexo, a la compañía de un hombre? Porque a pesar de pasar de la media rueda y

yo de las seis décadas, ambos nos conservábamos de buen ver.

--¿Sabes? Si me preguntaran cuál es el placer que más me gusta disfrutar, no

vacilaría en contestar que leer, por encima del sexo. ¿Qué te parece? A que no

esperabas esta confesión, chulita.

--De acuerdo con nuestras conversaciones... sí, me la esperaba. A pesar de tu

insistencia en lo erótico, porque tú eres medio viciosillo, me parece.

--Te parece mal, querida, soy un hombre sin vicios, o apenas con un par de ellos, los

que me salen gratis: leer y escribir. Hace muchos años tomaba café como un

obseso, y fumaba, porque no hay... o en mi caso no había placer mayor que

tomarse una taza de café y encender un pitillo... ¡ah! Quien no lo ha experimentado

en carne propia no puede valorar lo que se siente. Y hace muchos años tenía

también otros vicios o placeres, porque casi siempre los vicios son placenteros. Si no,

nadie los tuviera.

--¿Las drogas también son placenteras?

--Estamos hablando de vicios... ¿cómo llamarlos? Vamos, de vicios digamos

civilizados, o menos dañinos, no sé...

--Civilizados son todos los vicios, pues los vicios nacieron con el hombre, querido.

--Bueno, bueno, bueno. Tú ganas. El caso es que... ¿de qué carajos estábamos

hablando?

--Del ocio.

¡Ah! El ocio. Selene todavía se empeña en que yo me dé al esparcimiento, que

según ella es gratis. Lo que ella no sabe ni siente como yo es que después de ocho

años de tantas gestiones ininterrumpidas, por uno u otro motivo, con la Cruz Roja, la

CEAR, el ACNUR, la Operación Rescate, Amnistía Internacional, Asti, Fedora,

Comrade, Caribú, Cáritas, y las parroquias, los comedores, las Juntas de Gobierno,

los roperos, Asistencia Social, Servicios Sociales, Tarjeta Sanitaria, Abono de

Transportes, solicitudes de subsidios, búsqueda de vivienda, mudanzas y traslados

con la ayuda inestimable de mi amiga Ana (y de su coche), documentos en

instituciones, organismos y organizaciones, fotocopias, muchas fotocopias, etc., y eso

sin contar el tiempo y el esfuerzo y el gasto dedicados a gestiones literarias y

laborales, todas infructuosas, a cualquiera le quedan deseos de disfrutar del ocio

gratis, o del ocio saludable como ella lo llama... con estos truenos a cualquiera lo

que le quedan son deseos de mandarse él mismo al recoño de su puta madre que

lo parió sin pedirle permiso ni al Papa... Nada, Wenceslao, que a conjugar los verbos

fundamentales del exilio: pensar, recordar y caminar... y sobre todo, esperar.

--Alégrate de caminar y de subir y bajar escaleras, así matas dos pájaros de un tiro:

desarrollas músculos y evitas el infarto.

--Y el infarto mental, ¿cómo lo evito? Porque óyeme, mis datos y mis fichas están en

todos los ordenadores de todos los lugares donde he estado gestionando algo. Y yo,

de tontuelo que soy, me figuraba que sólo en mi país controlaban a la gente tan

minuciosamente.

--La burocracia lo controla todo, querido, y la burocracia es universal. La libertad no

existe, o sólo existe para quienes la pueden ejercer, como los políticos, los famosos,

los periodistas, la gente importante y poderosa. Nosotros, los de a pie, como tú nos

llamas, ¿dónde vamos a dejar salir nuestras ideas, nuestros pensamientos, nuestros

puntos de vista? Y la privacidad, la intimidad, nada de eso existe en nuestro súper

desarrollado mundo.

--¡Bravo! Ya puedes postularte.

--No jeringues. Tú hubieras podido sacarle dividendos a la política y no lo hiciste,

ahora tienes que aguantarte y vivir, como dijo... caramba, siempre se me olvida

el nombre... bueno, el que dijo que vivimos en el mejor de los mundos posible.

--¿Ves lo que te digo? Te gusta lo cómico, ya va siendo hora de que te desprendas

de esa sombra trágica de tu personalidad.

--No es que yo sea cómica o trágica, es que la vida es así: a veces hay que reírse, las

más de las veces habría que llorar, aunque la gente prefiera reír y escapar de la

tragedia, cosa muy humana, claro.

--Hombre, si todo el mundo se pusiera a llorar no haría falta la lluvia. Y todo el mundo

tiene motivos para llorar, aunque como tú dices, prefiera mostrar los dientes a hacer

muecas y pucheros.

Los huéspedes fijos de Selene me saludan y de vez en cuando cruzan conmigo algo

más, pero como también son solitarios se ensimisman y no es fácil encontrarlos en el

pasillo o en la recepción. Don Anselmo es monotemático: sólo habla de fútbol, lo

demás lo ignora, creo que todavía no sabe que ya hay naves terrestres en

Marte. Doña Isolina, al contrario de todos, es habladora y gritona, y odia el fútbol a

muerte, pero cuando no está en su cuarto trajinando (es bastante limpia por lo que

me cuenta la hostalera) está en la calle, de compras o de chisme, a ver qué

encuentra para entretener su curiosidad de programa basura. El ilustre Don Emeterio

Santovenia está muy viejo el pobre, ya matungo como quien dice, ya medio del

lado de allá, aunque insiste en no morirse todavía, pero tampoco sale mucho de su

habitáculo y apenas se deja notar. Esta mañana ha ingresado una pareja de

tórtolos que no hacían más que toquetearse, besarse y susurrar cursilerías

corintelladescas el uno al otro con sus bocas mostrando sus magníficas dentaduras

todo el tiempo. Los vi de chiripa, pues llegué en el momento preciso en que se

registraban. Bueno, creo que mis visitas a la rubia son una especie de ocio y de alivio

para mi soledad literaria y humana. Es que dice Selene que yo ya renuncié a la

compañía de la raza bípeda.

--Pues oye otra confesión, cariño: me gustaría ser un mono. Pero no estar en el

zoológico, sirviéndole de ídem a los muchachos impertinentes, no: en plena selva,

donde no existe la maldad. Allí sí podría disfrutar del ocio permanente, libre y gratis.

--Claro que sí, pero te falta decirme que quisieras que yo fuera la mona que paliara

tu sempiterna soledad... ¿me equivoco?

--Tú nunca te equivocas, monísima.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)


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