domingo, 17 de marzo de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 9


Se puede estar solo rodeado de gente: en la calle, en una cola, en un centro

comercial, en el aeropuerto cuando sales o cuando entras. Yo diría que

precisamente cuando más solo estás es cuando estás rodeado de una multitud

que no te dice nada, porque la soledad es más un estado mental que material o

físico. Sentirse solo es síntoma de muchas cosas y todas negativas, pero hay dos tipos

de soledades: la deseada y la no deseada. Y hay quien tiene las dos. El ser humano

no siempre desea estar solo ni siempre desea estar acompañado. Pero la soledad

perpetua, esa es  otra cosa. No es que te sientas solo porque tu novia te dejó o se

fue con otro, esa soledad es pasajera. Tampoco porque se haya muerto la persona

con la que vivías, esa también es pasajera. No, Mamerto, hay otra soledad que

es mucho peor: la permenente, esa en que no importa que vivas en una pensión 

donde vivan trescientas personas, ni que estés en la Plaza Central concentrado

para protestar por cualquier cosa junto a más de mil gritones, ni que te salga todo

bien con aquellos con los que te relacionas diariamente, sean familiares, amigos,

compañeros de trabajo, vecinos, perros o gatos, etc. No. Te sentirás solo si tu ánimo

está solo y no estás para nadie y esa soledad es la que termina acabando contigo y

convirtiéndote en un amargado, en un relegado, en un aislado, a veces en un

marginado de la sociedad. ¡Ah! Y en mi caso yo no sé qué soledad es la que me ha

tocado en los últimos años. Por eso prefiero pensar que es la soledad del oficio de

escritor, porque alguien dijo que el oficio de escritor es el más solitario. Y tenía razón:

el escritor siempre desea estar solo con su obra como única compañía. Que no lo

molesten, que no lo distraigan, que no espanten su musa, que no le toquen a la

puerta, que no le susurren al oído cariño, ¿quieres una tacita de café? No señor: si

estás escribiendo y el intríngulis te está saliendo bien, cualquier cosa te estorba. Pero

terminas (por ahora) y entonces te entra la corcomilla de entablar conversación

con alguien sobre lo que has creado con tu cerebro primotor o sobre lo solo que te

sientes al final de la página que ya no está en blanco.

--La soledad no es patrimonio exclusivo de los escritores, querido. Conozco infinidad

de personas que no saben quién era Cervantes que están solas todo el tiempo y sin

embargo no se mueren por eso.

--No se mueren aparentemente, porque morirse no es sólo dejar de existir

físicamente. Y a mi edad la soledad ya comienza a molestar un poco.

--Pero tú estás solo porque quieres, porque nada te impide estar acompañado.

--No me digas.

--¿Por qué no te lo voy a decir?

Claro que a mí la soledad me gusta un pocotón, pero cuando la deseo, y da la

casualidad de que cuando la deseo no me sirve de mucho, pues leo y escribo y me

parece que todo lo que leo y escribo es como hacer de idiota en una obra

mediocre: cultura general, ¿y qué?, si aquí el más pinto que casi no sabe ni escribir

su nombre es el que triunfa, y escribir y escribir cuentos y novelas ¿para qué?, si no

voy a publicar ni hostias y en caso milagroso de que pudiera publicar algunas

paginitas narrativas, ¿quién carajo va a leerlas?

--Yo creo que para decidirse a estar solo y a vivir así, sin ni siquiera un loro que le

repita buenos días, viejo, hay que tenerlos grandes. Vamos, y en tu caso es un mérito

mayor, porque además de vivir solo estás lejos de tus seres más queridos. Por eso te

admiro.

--Bueno, la mayoría de la gente que conozco no quisiera estar sola, pero volviendo

al tema, cuando el almanaque te cae en la cabeza ya no deseas tanto seguir solo,

y entonces es cuando no puedes, al menos en mi caso, estar acompañado.

Acompañado por la gente que tú quieres, no por cualquier pelmazo. Cuando yo

era un adolescente no soportaba estar solo ni siquiera un par de horas. Después me

dio por esta tontería de escribir y entonces no soportaba estar con alguien. Ahora en

la tercera edad me estoy comiendo el cable de la soledad, porque cuando deseo

no estar solo la compañía brilla por su ausencia.

--Eso quiere decir que no quisieras seguir solo, ¿verdad? Pues búscate una

compañía, qué carajo. No creo que sea tan difícil.

--¿No crees que sea tan difícil? ¿Conoces a alguna que desearía de todo corazón

unirse a un tipo de sesenta y cinco años que no tiene ni un vale de compra en el

bolsillo?

El ser humano siempre está deseando tener lo que no tiene, pero cuando lo tiene,

comienza a desear otra cosa, y así vive ignorando que la parca lo espera cuando

menos se acuerde de que ella existe. Yo me he sentido solo en muchas ocasiones

en las que he estado entre muchas personas que hablan, comen, beben, oyen

música, hasta gritan, y yo ni las oigo. Y en esas ocasiones la soledad es más real, más

golpeadora que cuando nadie rodea mi poco espacio disponible. Pero la soledad,

cuando se adueña de uno, lo aprisiona de tal modo que uno termina por aislarse de

lo que lo rodea, del mundo circundante, de la gente, y cuando ya no puede

regresar a su estado social de ser social, se refugia entre cuatro paredes y trata de

compensar la falta de la cercanía humana con sus cosas materiales y con sus

recuerdos, que esos nunca faltan ni nunca se borran.

--Si tú no fueras apriorístico podría contestarte que sí, que conozco no a alguna, sino

a muchas, que al igual que tú no tienen ni para un café con leche, pero que desean

vivir y desean disfrutar de la vida en lo que puedan disfrutarla, que no es poco. Lo

que te pasa es que tú mismo te has ido aislando y ya no te interesa conocer a

nadie. Ya no te interesa el ser humano. Y así, querido mío, no se puede vivir.

--¿Y si te dijera que yo conozco a alguien que sí pudiera salvarme del abismo?

--Tú no estás en el abismo todavía, pero al paso que vas... Pero bien, ¿quién es esa

persona que conoces?

--Qué pregunta, Selene. ¿Quién va a ser? ¡Tú misma!

--¡Ay ay ay! Volvemos a tocar campanas sin ser hora de misa.

--Hablo en serio, mujer. Tú y yo nos entendemos muy bien, y a ti no te interesa que yo

no tenga una cuenta bancaria de seis cifras. Además, sé que te caigo bien. Como

tú a mí. Lo que nos coloca en una posición de acoplamiento favorable.

--Déjame no hacerte caso. Ya yo no sé cuándo estás hablando en serio. Pero mira:

yo vivo sola desde hace no sé cuántos años y ya ves que no me quejo de mi

situación. Y como dice el refrán, mejor sola que mal acompañada.

--Ese es un refrán pesimista, pues excluye la posibilidad de encontrar una buena

compañía. Y gracias por lo que me toca.

--No me refería a ti, listillo, pero dime una cosa: ¿tú crees que en esta época es fácil

encontrar una buena compañía?

--No es fácil, pero como dijo el Quijote, la felicidad no está en la venta sino en el

camino.

--Lo que quiere decir que estarías dispuesto a pasarte la vida buscando, aun

sabiendo que no vas a encontrar.

--Lo que quiere decir, rubicunda, es que esta vida, que ya de por sí es una mierda,

apestaría mucho más si no tienes algo que te impulse a seguir.

--Te confieso que en eso soy yo la pesimista. Yo no cuento ya con muchas cosas que

me impulsen a seguir, como tú dices. Y a mis años no creo que aparezca el príncipe

azul o de cualquier otro color.

En el fondo yo opinaba lo mismo, sólo que siguiendo la norma me autoengañaba

como todos los seres humanos que se prometen cosas que saben que no van a

cumplir. Aunque sin esa manía de autoengañarse no creo que pueda resistirse la

bazofia que te encuentras en cualquier lugar a donde vayas. Se puede vivir en

soledad, incluso se puede vivir en absoluta soledad, lo que no sé por cuánto tiempo,

que no creo que sea demasiado. Resistir solo como Robinson Crusoe (hasta que

apareció Viernes) no es un coctel de frutas como postre de banquete. Además, no

vivimos en la Luna ni en Marte (todavía), ni siquiera en el polo ni en una cueva del

Aconcagua y aunque lo deseemos, tenemos que aceptar la compañía de

montones de personas de todos los colores con las que quisieras no toparte, e

incluso a veces tienes que dispararte a cada uno que le traquetea la pichona. Es

que los seres humanos no somos dueños de nuestras pobres existencias: nos manejan

los hilos de lo que los creyentes llaman el Destino y de lo que yo llamo poderes,

Intereses, gente que se ocupa de jodernos para justificar un malsano placer o un

salario indispensable que defienden por encima de tu situación y tus necesidades de

atención y justicia. Por eso me alegro de estar solo y de sentirme solo. Cuando salgo

a la calle y me enfrento a tanta porquería, rabioso e impotente, me digo ¿para qué

salir? ¿Para qué relacionarme? ¿Para qué comprobar una vez más lo que ya sé sin

coger calle?

--¿Por qué no escribes algo sobre la soledad? No me negarás que el tema tiene.

--No. Decidí dejar el tema el día que me convencí de que mejor que escribir sobre

ella era vivirla como la estoy viviendo, mal que me pese en ocasiones desear

compañía.

--Pues a mí déjame aquí, metida en mi habitación, sola como un poste de la luz, que

así no tengo que soportar los problemas de otro. Ya con los míos me basta.

--Pues no sé, querida. Es triste vivir solo a mis años, pero es más triste conocer la

antesala de la muerte rodeado de nada por todas partes, como dijo Gerónimo, en

aquella pieza teatral del Cabildo en Santiago de Cuba.

Sí, se ha escrito demasiado sobre la soledad. En pro y en contra.  Sólo que quienes

han escrito en pro no se han visto apoyados en un hombro extraño para dar unos

pasos o inclinados ante una mano amiga que le pase un papel por el ojo del culo

embarrado de mierda, porque ellos no pueden hacerlo, o abriendo sus bocas para

recibir la cucharilla con el purecito que les embute la enfermera de turno. En fin,

majete, que tienes que joderte, porque naciste para joderte y de esto no te salva ni

el Chichiricú Mandinga con sus gallinas prietas y sus nueve velas encendidas. Me

dice Leila que ella conoce a más de uno que pasa de ochenta y están lúcidos y se

mantienen con autonomía general para todo: ¿por qué pensar que cuando

llegues a esa edad vas a estar como un bebito al que hay que darle la papilla

cantándole un arrorró?, me dice. Acepto que la soledad me preocupa, pero mucho

más me preocupa imaginarme solo viejo, con más problemas y más impedimentas

que tendré que afrontar. Si a los ochenta (tomando como base el cálculo de Javier)

pudiera mantenerme lúcido y autónomo (como esos que menciona Leila) y con

buena salud, la vejez en soledad y viceversa no sería tan horripilante. No. Lo malo

de esta revertera es llegar a esa edad sin lucidez, sin autonomía, sin salud, y sin la

compañía del loro que me repita diariamente buenos días, viejo. ¡Ah, Catana!

--De todos modos en tu caso y en el mío, que no estoy tan lejos como crees, lo único

que puede hacerse es esperar en calma y mantenernos activos, que eso ayuda

bastante. Y oye, querido, a juzgar por como luces a estas alturas, creo que podrás

llegar a los ochenta y algo más hecho un toro de lidia.

--¿No es a esos toros a los que liquidan en los ruedos?

--No empieces con tus suspicacias. Mejor tómate un té que voy a prepararte ahora

mismo, especial para ti y como a ti te gusta, para que no te quejes más.

--Selene, tú tienes la culpa.

--¿La culpa de qué?

--De que yo te haga la cortre. Y de que insista. ¿No dicen que quien persevera

triunfa?

 

Augusto Lázaro


(continuará)

@augustodelatorr

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