domingo, 31 de marzo de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 11


Mi padre me lo dijo y más de una vez. En eso fue tajante: hijo, estudia siempre,

supérate, gradúate de algo importante, hazte de un buen título, de un nombre, de

un lugar en la sociedad, y sobre todo, huye de la pobreza, porque el hombre pobre

de pobre hombre nunca pasa. Y me describió sin tapujos los muchos avatares que

la pobreza podría hacerme sufrir. Hizo bien en morirse antes de verme en estos

trances de apátrida tonto exiliado y subsidiado quizás por lástima con una miseria de

estipendio que apenas me permite no caer en la indigencia y tener que apuntarme

en el escalafón de los mendigos que piden limosnas a la entrada de iglesias y

centros comerciales. Porque hasta para eso hay que llenar un formulario. Nereida

me alertó al respecto: "¿qué tú te crees, que eso es llegar así con un gorrito y un

letrerito y ponerte a pedir como si estuvieras en un maratón? ¡Ay, muchacho! No te

enteras. ¿Tú no sabes que para pedir limosnas tienes que anotarte y esperar que

alguno de nosotros la palme y así te toque el turno?" Pues sí señor. Siempre

buscando (la búsqueda de los que no tienen patria es eterna e insustituible), siempre

esperando algún empujoncito que me permita continuar la senda de la

sobrevivencia (aunque yo diría mejor la subvivencia, pero hay que esperar que la

Academia acepte esa palabra). Y lo más alentador: rodeado de carencias por los

cuatro puntos, que ésas no te van a faltar, las vas a tener en abundancia y sin libreta

de racionamiento. Pero no te quejes, vas a disfrutar de una enorme ventaja: si no

tienes ni dónde caerte muerto no tienes por qué preocuparte, pues el entierro y lo

demás corren por cuenta del Estado. ¿Ves qué fácil, Ñiquín? Sin problemas, sin

preocupaciones, sin responsabilidades, nada más que pensando en comer, mear,

cagar y dormir, que para eso están las organizaciones encargadas y también las

parroquias, y por la ropa no hay por qué engurruñarse: te lo darán todo para que no

te tullas cuando el termómetro esté pegado al cero, así que cambia esa cara,

negro, que esto es un puñetero paraíso.

--Como si tú fueras el único pobre de La Tierra. Vamos, hombre.

De que esta vida es un vacilón no hay quien lo dude y el que dude que se lo

pregunte a Cosme Carnecruda a ver cómo la pinta. A él no le va mal, lo que le dan

las damas apostólicas y los caballeros de la Orden del Altruismo Practicado en la

Covadonga, le alcanza hasta para pagarse los dos paquetes de pitillos que se

dispara cada día, contando con los que pica, que llegan casi a un tercer paquete.

Debe tener los pulmones como un trapo quemado, el pobre.

--Ah, ya sé por qué traes hoy esa cara: necesitas un préstamo.

--Adivinaste, propietaria, pero no tuyo por supuesto, sino del Banco, y si voy al banco

y pido el dinerito lo que me van a dar es...

--¡Mierda!

--¡Selene! Qué sucia se te ha puesto la boca.

--Gracias a ti, cariño, que te has encargado de enseñarme el diccionario completo

de las malas palabras, porque antes de conocerte, jamás las pronunciaba.

--Y yo que pensé, cuando te vi aquella mañana en el hostal, tan seriecita y tan

modosa, que eras una solterona rica y recatada.

--Solterona no soy, sino viuda, desgraciadamente. De rica no tengo ni la chequera

de la pensión, porque no me la dan por tener este hostal, y recatada... lo era hasta

tu llegada.

Hay muchos tipos de pobres (¿en cuál encajaré?) pero me llama la atención ese

llamado pobre de solemnidad. ¿Es que la pobreza puede ser solemne? El que es

pobre es pobre y a joderse, del tipo que sea, y la pobreza no atrae, no llama, no

interesa, no entusiasma a nadie que no sea idiota o un fanático del altruismo

religioso, que por cierto, cada vez quedan menos. Ya lo decía mi padre. Ser pobre

en esta sociedad (y creo que en todas) lo único que inspira es lástima o rechazo.

Esas ninfas que ostentan esos cuerpos capaces de levantarle la picha a un

nonagenario chenene con sólo pasarle por el lado en verano caliente, y que en su

mayoría carecen de materia gris, si se fijan en un pobre (porque hay otra cosa: la

pobreza no puedes disimularla, siempre alguna arista te descubre) es para hacer

una mueca, una arqueada, un gesto de cuidado, tía, que si éste te roza te pega el

aroma, o en la mejor y la menos común de las veces echarle (no darle) una

moneda en el gorro churroso que tienen en el suelo pelado. Los hay que jamás

permiten que la gente note su pobreza. Como yo. Y salen a la calle con la cabeza

inclinada hacia las azoteas para que la gente no crea que están tratando de

encontrarse dinero en la acera. Lo confieso, ricura: me importa el qué dirán, sobre

todo el qué verán, por eso me esfuerzo en afeitarme cada día, en echarme unas

gotas de desodorante en las axilas, en tener mi ropa lo más limpia posible, porque

pienso, como el lord Henry de El retrato de Dorian Gray que "sólo los superficiales no

juzgan por las apariencias" a pesar de que dice el refrán que "las apariencias

engañan", Olegario, ya lo creo que sí, a los que se dejan engañar por ellas. ¡Ja! Estoy

con Lombroso. El caso es que le zumba caminar por una acera y embriagarse con el

olor de un horno bollerístico y no poder comprarse un pedazo de tarta de manzana, y

peor aún, conocer a Inma, compenetrar verbalmente con ella, caerse mutuamente

bien, y no poder invitarla ni a un café cortado porque en el bolsillo sólo tienes un billete

sucio y de poca monta. ¡Qué bonita es la pobreza! ¿A quién no le gusta ser pobre?

--Tú deberías relacionarte un poco más, no con los organismos y las organizaciones

esas donde vas a resolver tus problemas, no, con la gente, con los seres humanos,

asistir a actividades culturales, no sé, es que te encierras en ti mismo y...

--Disfrutar con creces con el bolsillo en crisis. Te voy a traer un poema de Emilio

Carrere, La musa del arroyo. Te vas a extasiar con la dulcificación de la pobreza.

Y Selene se queda en silencio. Pues eso, que no me citen más a Cristo, a Schweitzer,

a la madre Teresa, que el 90% de la humanidad no es como ellos ni lo quiere ser. Ni

yo tampoco.

--Te veo muy solo y a veces muy triste, aunque lo disimules enseñándome los dientes.

Y no me digas que tu oficio es de solitarios, porque hasta los escritores yo creo que

de vez en cuando deberían echar una canita al aire.

--Claro que sí, mujer, echar una canita al aire gratis, que abundan, o en todo caso

que sea ella la que siempre pague, o en última instancia a chulear mujeres como

esos famosetes de la tele que viven de contar sus indecencias al público idiota que

los ve y hasta los aplaude.

--Perdóname, querido, pero no he querido insinuarte nada de eso. Yo...

--Tú, sí, esa es la cosa, criatura: ¿por qué no me ayudas a echar esa canita al aire?

--¿Yo? No sé cómo.

--Pues muy fácil: siendo tú la otra parte, porque para echar una canita al aire debe

haber dos por lo menos.

--No te mando a la mierda porque... ¿quién diablos será ahora?

--Un día voy a arrancar el cable de este teléfono que siempre nos interrumpe en lo

mejor de la conversación.

--Paciencia, pulgas, que la noche es larga, como dijo el filósofo.

--No fue el filósofo el que dijo eso, sino Juanjo el Escuálido, que se lamentaba de no

estar tan bien alimentado para sus pulguitas.

--Hostal Odessa, dígame... ponte a hacer algo, ¿quieres?

--No, mejor te dejo, querubín, después te cuento sobre el Juanjo.

--Sí, sí, dígame... adiós, hombre, y tómate algo por ahí... para que te refresques...

Augusto Lázaro


(continuará)

http://laenvolvencia.blogspot.com

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