domingo, 24 de marzo de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 10


Entro en el baño y me encuentro un papel pegado a la pared que dice: ya cansas

con la ventana, vete para tu trabajo y déjanos dormir en paz, dejas el piso frío y hay

corrientes de aire. No tiene firma, pero hasta el gato de angora del vecino sabe que

es del vigilante que cierra dirigido al albañil que abre puertas y ventanas. El mismo

cuento de todos los días. Y como lo comento con las personas con las que tengo

más confianza, recibo opiniones muy curiosos y dispares, lo que me reafirma en mi

convicción de que en el mundo no existen dos personas que piensen igual. "El perro

y el gato", dice Ana. "El aceite y el vinagre", dice Leila. "Se odian mucho o se quieren

mucho", dice Manuel. Y así mis coinquilinos ponen una pincelada de ambientación

a la monotonía rutinaria (o viceversa) que impera en este sitio donde me hago la

idea de que vivo.

--Ya te lo dije: tremendos personajes.

Selene se divierte y se ríe con los cuentos de mis susodichos, que casi no varían,

porque sus acciones de abrir y cerrar puertas y ventanas y sus candangas por ese y

por otros motivos similares, se repiten mecánicamente día a día, y hay que oírlos

cuando se encuentran tras una de esas acciones puerteras o ventaneras para

darse cuenta de lo reducida que es la verborrea de los seres humanos: "anda ya,

hombre, que nos vas a asfixiar aquí encerrados con esta peste a muerto", "quita ya,

que tú lo que quieres es que me dé una pulmonía", "vete a que te zurzan, cerdo", "lo

único que haces es joder abriendo puertas y ventanas, como si el frío no entrara por

ahí", "pues si tienes frío abrígate y si no te jodes", "claro, como tú te vas y yo me

quedo, yo tengo que joderme, asqueroso", y comienzan los piropos cuando la

sangre aumenta de vapor: "si me encuentro esa toalla cochina en el baño la voy a

tirar a la basura", "tú sí eres guarro, eres un tipo repugnante y además estás loco,

vete a ver al siquiatra, anda", "qué hijo de puta, mira cómo has dejado el baño,

puerco", "y tú que lo único que haces es quejarte, porque te molesta todo, eres

indeseable, eres un jodido indeseable", y así sucesivamente.

--¿Y tú qué pintas en esos encuentros cariñosos?

--Yo no soy pintor, querida, yo sólo observo, oigo y callo.

--¿Y nunca intervienes?

--Nunca. ¿A favor de quién voy a ponerme?

--Pues pensándolo mejor, mejor no voy a visitarte, por si acaso.

--Es una idea sabia. Aunque no creo que te despedazaran si te vieran en aquel

paraíso. Lo de ellos es lo de ellos, a mí los dos me excluyen de sus batallas orales.

--Pero ten cuidado, un día pueden pasar de las palabras a los hechos.

--No lo creo. Mira, el albañil habla conmigo normalmente, sólo que su único tema

de charla es el otro, y el otro apenas habla. En lo suyo, que es manosear los

periódicos y dejar las cosas tiradas en todos los rincones. Ah, y el uno abriendo

puertas y ventanas, y el otro cerrándolas, así entretienen su tiempo de estancia. En el

fondo son simpáticos, no creas, y lo mejor de todo, que conmigo no se meten,

porque me mantengo al margen.

Una mañana se aparece el casero con su cuñado a inspeccionar. La inspección

consiste en echar un vistazo y comprobar que los montones de periódicos siguen

apilonados encima del sofá, en la vitrina del salón, en cajas de cartón, en el pasillo

que da a la salida, en los clósets de la cocina, junto al frigorífico, en el trastero,

encima de la lavadora, en los closets del accesorio, encima de esos closets, y

supongo que en el cuarto del vigilante no quepa ni un aviso del banco. Pues bien: el

casero recorre el espacio, mira y calla, le dice al cuñado que aquello no puede

continuar así, y coloca papeles en la puerta del cuarto del vigilante, al lado del

espejo del baño, y sobre el fregadero de la cocina, advirtiéndole por enésima vez

que tiene que eliminar las toneladas de periódicos viejos y que según el albañil

despiden un olor a moho mezclado con mierda que no hay cuerpo que se lo

dispare. Acto seguido, ambos visitantes salen en busca de nuevos horizontes,

después de haber cumplido con su sagrado deber de atender sus propiedades, y

el piso vuelve a la normalidad, o sea: silencio, soledad, periódicos por todas partes,

ropas tiradas encima de butacas y sillas y mesas y colgadas en la tendedera del

patio (las permanentes) y aquí paz y en el cielo un sol de rajapiedras a pesar de lo

que anunciaron las predicciones del meteosat. Lo demás, Nicasio, a esperar nuevos

rounds lingüísticos (y lengüísticos) a ver en qué para la batalla verbal de mis dos

coinquilinos. Cuando coinciden un día completo en la casa, hay candanga. Yo

callado, en mi cuarto, leyendo o escribiendo o grabando algún DC (en español)

hasta que siento las exclamaciones y aprieto el botón de parada (también en

español) para imitar al lobo de la Caperucita que tenía las orejas tan grandes "para

oírte mejor". Pero el pasado ya no es lo que fue cuando para mí era presente: ahora

la Caperucita es "la señora de Feroz" y quién sabe si dentro de poco se convertirá en

la adúltera por corrérsela con el hijo de uno de los cazadores que la mira con

mucha indiscreción. Cómo cambian los tiempos, Venancio, etc.

--Suerte que los dos trabajan y así por lo menos te quedas tú solo en el piso.

--A no ser a la hora de la condumia que tengo que salir al comedor, porque las

gestiones las he tirado a lo que son y ya me da lo mismo una cita que una entrevista.

--Es que le estás cogiendo el pulso a este país, mi viejo... oye, eso de mi viejo es de

cariño, no te vayas a creer que te estoy diciendo viejo de verdad, aunque lo seas

de verdad, o... ¡ay!, tú me envuelves hasta en la gramática...

--Pues acaba de llamar a las cosas por su nombre: soy viejo, o estoy viejo, o las dos

cosas, que para el caso es lo mismo.

--No iba a decir eso, listillo, y entérate, para mí viejo no es una mala palabra.

--Te estás volviendo jodedora como dices que soy yo. ¡Cuidado! Quien escupe hacia

arriba se llena de saliva.

Y Selene me mira detenidamente y creo que está pensando, pobrecilla, que yo soy

un pobrecillo que tengo que aguantar a dos tipos que yo no escogí, porque cuando

uno va a alquilar una habitación el dueño se la enseña y si acaso una vista de

pájaro a las áreas llamadas colectivas, y la tomas o la dejas y sigues buscando para

que pases por lo mismo. Los inquilinos, como no están en el momento en que tú

llegas y el casero te muestra lo que puede que sea tu hogar no sabes por cuánto

tiempo, tendrás que conocerlos cuando ya estés instalado, y si te gustan bien y si no,

a joderte, mulato.

--¿En cuántos lugares has vivido desde que llegaste, querido? No me acuerdo que

me lo hayas dicho.

--¿No? Pues por si acaso te lo repito: en siete. Mal número. Me he mudado seis veces

en menos de diez años. Es casi un Guinnes.

Un día quizás me decida a escribir algo sobre estos dos personajes de no ficción. Mis

amistades (las que los conocen por referencias verbales) coinciden en que se

prestan para la ficción. Ya lo dijo Oscar Wilde, que la vida imita mucho más al arte

que el arte a la vida, y no entrecomillo porque no estoy seguro de que sea sic. En fin.

El caso es que de los siete sitios en que he tenido el placer de vivir en estos casi diez

años de estancia en el país ibérico, exceptuando el CAT que fue mi tiempo de

bonanza en el exilio y de eso hace ya ni sé cuánto, el que ahora habito, a pesar de

las candangas de mis encantadores coinquilinos, viene siendo como el mejorcito:

calefacción, baño grande y cómodo, cocina muy buena que casi no uso, gas al

natural, patio donde colgar la ropa, lavadora funcionando 3 semanas y rota otras 3,

y el frigo para los frescos, además de un salón amplio repleto de periódicos viejos

que ninguno usa, y mi cuarto, que aunque parece un desahogo (realmente lo es: en

él suelto mis penas a las cuatro paredes, al suelo y al cielo raso), tiene una ventana

que da a una calle arbolada, y lo demás silencio y tranquilidad cuando mis

acompañantes no entran en combate. ¿Qué más puedo pedir?

--Eso digo yo: ¿qué más puedes pedir? Mírame a mí: una habitación y nada más,

porque el resto del espacio pertenece a los huéspedes, y casi todo el espacio está

dedicado a las habitaciones, así que en eso tú me ganas, querido.

--De ahí que te reitere mi invitación. ¿No has oído tú que en la unión está la fuerza?

--¿Y tú no has oído que es insoportable la soledad de dos en compañía?

--Sí, pero ¿has oído que la soledad es mala consejera?

--Contigo es inútil, mejor seguirte la corriente...

Augusto Lázaro


(continuará)

 



No hay comentarios:

Publicar un comentario