domingo, 27 de enero de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 2



--¿Oíste anoche la explosión?

--Pues claro, si estaba casi al lado, en el McDonald's.

--Testigo presencial. Yo estoy de los nervios que no puedo más. Obstinada de esta maldita ciudad y de los terroristas que parece que son imbatibles.

Selene piensa que en realidad quienes gobiernan en este país son los terroristas porque hacen correr bomberos y cuerpos de rescate, mantienen en jaque a policías y agentes de la seguridad, obligan a tomar medidas de excepción, logran que numerosos políticos medios tengan que salir a la calle con escoltas (lo que no sucede en ningún otro país para vergüenza de quienes la tienen, que son cada día menos), centran la información de los medios de difusión masiva, generan enormes gastos en recursos materiales y humanos, y lo peor: tienen el poder de matar. Casi nada, como quien  dice.

--Y estos asesinos lo mismo matan a un coronel que a un cocinero que a un niño. A una criaturita de seis años.

--Y también tienen el poder de extorsionar y destruir, y sobre todo, de existir, porque parece que no hay dios que pueda acabar con ellos.

--Ni dios ni rey ni jefe de gobierno ni oposición ni policía ni justicia ni Senado ni Congreso ni demonio. Nada ni nadie. Y no fue ayer que comenzaron, que ya llevan más de cuarenta años jodiendo la marrana.

--Yo creo que la gente se ha acostumbrado a eso.

--¿Tú crees que al terror se puede acostumbrar el ser humano?

Entonces me cuenta de un tirón lo que pasó su familia en la difunta Unión Soviética: del horror jamás se olvida nadie, y ella conoció el horror desde que abrió los ojos, hasta que sus padres lograron sacarla de aquella pesadilla. Cuando pudieron salir se llegaron aquí directamente, pensando que se habían librado del terror. Ya había muerto Stalin y Jruschov había comenzado la desestalinización, pero el terror continuaba sin freno.

--No en balde mi madre prefería los animales, "son más fieles", me decía, "no
 traicionan ni hacen daño por placer como los seres humanos". Ya no sé si volver allí o renunciar a ese encuentro con mi pasado, total, para rememorar todo lo que sufrí, lo que sufrieron mis padres en aquel país.

--¿Y para qué quieres ir si vas a sufrir allí?

--No es eso, es que siempre la tierra hala a quienes la abandonan.

--Tú no la abandonaste, yo diría que ella te abandonó.

--En fin, que a pesar de todo me gustaría volver... de visita, para ver.

--Bueno, ahora puedes volver, ahora en Rusia hay libertad.

--¿Libertad? Esa palabra va a costar mucho tiempo que se inserte en esa sociedad, acostumbrada a tantas décadas de horror.

A Selene le ocurre igual que a mí, que a veces sentimos que algo nos hala allá en lo que dejamos, pero a nuestra edad ya uno se obstina tanto que termina por que le dé lo mismo la paz que la guerra. La vida que tira sus últimos cartuchazos y la pelona que está ahí en la esquina agazapada, esperando nada más un patinazo para cargar contigo y llevarte en el viaje de ida. A ella también le caerá el almanaque y tendrá que resignarse a que el mundo es así y que donde menos se piensa salta la liebre, o sea,
 que el terrorismo forma parte, lamentablemente, de esta cabrona existencia en la que estamos tirando cuatro días para al cabo ir a parar a la vivienda gratuita y de por vida, o mejor, de por muerte, porque a los muertos nadie los desahucia ni les pasa avisos de morosidad por no pagar a tiempo la hipoteca. Así y todo me gusta conversar con Selene. Me gustó desde la primera vez que la oí hablar. Entonces ella era La Rusa.

Augusto Lázaro

(continuará)

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